No es una chorrada escapada del argumentario de un necesitado de gloria, como aquél que hizo la croqueta líquida. Es una sugerencia que brota de la ironía para maridar -nunca mejor expresado lo de maridar- el mundo editorial y el universo gastronómico.
Y todo surge cuando está cerca la presentación de un libro, el décimo segundo, que, al tiempo, me recuerda que es muy difícil comer de la escritura. Ya lo decía mi padre: como no estudies acabarás vendiendo libros puerta a puerta… Lo que jamás precisó era que tendría que escribirlos, ilustrarlos, maquetarlos y diseñar las tapas y cualquier apoyo promocional, y que luego no valen ni para comérselos con patatas, por ingeniosos que estos sean.
Eran los tiempos en los que un nuevo libro o un nuevo disco se asociaban a atracón de croquetas y demás familia presente en esos actos.
Eran los tiempos en los que las editoriales, pero sobre todo las discográficas, incluso el mundo del motor, convocaban a los medios de comunicación con el cebo de unos cáterins tan finos (chulos, que se dice ahora) como pantagruélicos. Empezaban entre las siete y las ocho de la tarde-noche y acababan, casi siempre en el “cueceleches”: es decir, cocidos y a tortas discutiendo por alguna idiotez.
Molaba aquello de que te pasaran en vuelos rasantes camareros con una bandeja de vinos de PM, que debía de ser algo así como de petit Mencía, que entonces no había mucha cultura de la composición varietal, o unos atractivos dobles de cerveza y zumos de tomate para el disimulo de algunos/as, hojaldres, pinchos, empanadillitas, croquetas y demás exponentes del picoteo justificado y profesionalizado.
Incluso había días en los que se amontonaba el trabajo y tenías que ir a dos presentaciones seguidas, la segunda ya con las capacidades sensoriales más o menos lesionadas. Así hasta que llegó lo que llamaron la crisis, se empezó a despedir, se iniciaron los recortes, se redujo el gasto, se renunció a las promociones con aquellos criterios y se promocionó sólo lo que creaba diferencias. Odiosas y dolorosas diferencias. El mundo editorial ya no era lo que fue. Se acabó lo de posicionarse estratégicamente junto a la puerta por la que salían los camareros con las suculentas bandejas que atracábamos en caliente. Se acabó, salvo en contadas ocasiones, el maridaje entre los libros y las croquetas. Los libros de cocina, que nunca te contaban la verdad completa, pasaron a mejor vida desde que comprobamos que Internet contiene todo lo imaginable; y con vídeos que hacen cocineros sólo con fuerza de voluntad. Las croquetas, las de tu madre, las de tu abuela, se quedaron en un argumento en aquél “marco incomparable” de las promos...
Así se rompe España, una afirmación que tiene una segunda dimensión: es el título de mi próximo libro (da no sé qué decir el último) que analiza estos y otros fenómenos y que ha editado Terra Natio. Os espero, ya sabréis más por los medios de “croquetización”. La “cocreta” se ha quedado en leyenda urbana. No está ni en el diccionario ni emparentada con las letras.
Pues eso.
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