Variedades nostálgicas

Cabernet, merlot... ¿Qué fue de... Falcon Crest?

Lunes, 25 de Agosto de 2014

Llevando más allá el “revival”, nos preguntamos desde un presente de vinos “de paisaje”, qué fue de sus precursores: varietales que trajeron un primer baño de modernidad y cuyos nombres aprendimos en una serie de TV.
Luis Vida

El siete de enero de 1985, día después de Reyes, se emitió el episodio 1 en TVE, el canal-monopolio que veíamos todos. La serie había tenido una audiencia apenas regular en EE.UU., pero en España fue un éxito absoluto, con una media del 65% y, para alguno de sus 227 capítulos, hasta el 90%. Todo el país estaba viendo las luchas entre los Channing y los Gioberti en el paisaje del Valle de Napa, rebautizado como Tuscany. De paso, aprendimos los nombres exóticos de unos varietales franceses recreados en las viñas californianas para la aldea global: cabernet sauvignon, merlot y chardonnay. Un conjuro mágico de entrada en la fascinante cultura del vino.

 

Puede ser atrevido imaginar una relación entre el enorme impacto social de Falcon Crest y la irrupción en nuestros viñedos de estas uvas, protagonistas secundarias o pretexto para las intrigas pero, por entonces, muchos españolitos pedimos nuestra primera copa de cabernet en una de las escasas tabernas “ilustradas” de la época –Buen Provecho, Aloque– curiosos y expectantes.

 

El terreno estaba sembrado. El vino español empezaba su camino de la cesta de la compra a la boutique y pedía un giro a la modernidad. Los años 70 habían visto la renovación tecnológica de las bodegas, que entraban en su era industrial y buscaban homologación internacional. Además, acabaron con un gran impacto mediático: ¡El Gran Coronas Etiqueta Negra 1970 había ganado la Olimpiada del Vino 1979 en la categoría de “Grandes Tintos”!

 

En este evento, organizado en París por la revista gourmet Gault&Millau, Miguel Torres dejó segundo al mítico Château Latour 1970 con una marca poco conocida que incorporaba, por vez primera, el cabernet plantado en 1965 en la finca familiar de Pacs del Penedès. Hoy, esas cepas maduritas rondan los 50 años y su zumo se convierte en Mas la Plana, un tinto de culto que ha pasado por las vicisitudes de los tiempos. Ligero y algo rústico, pero exitoso en los 70, tocó el cielo en las añadas incomprendidas de los primeros 80, que aún sorprenden, para aligerarse en una década tímida y, en el nuevo milenio, reinventarse como vino de pago y tierra. 

 

En Las Olimpiadas del Vino Miguel Torres dejó segundo al mítico Château Latour 1970 con una marca poco conocida que incorporaba, por vez primera, el cabernet plantado en 1965 en la finca familiar de Pacs del Penedès. Hoy, esas cepas maduritas rondan los 50 años y su zumo se convierte en Mas la Plana, un tinto de culto que ha pasado por las vicisitudes de los tiempos.  

 

Ha pasado el tiempo y los revisionistas, que consideran la polémica decisión del jurado de la Olimpiada un golpe de efecto, destacan el extraño criterio de valoración que incluía un apartado “relación calidad-precio” demasiado significativo. Pero esto no es lo importante, pues supuso el pistoletazo de salida para el cabernet español. ¡El mundo nos adoraba!

 

La arrancada catalana
Ceferino Carrión había emigrado a los Estados Unidos para abrir La Scala, un negocio hostelero en Beverly Hills, California. Para satisfacer la demanda de sus clientes, decidió elaborar chardonnay y cabernet en el estilo varietal de EE.UU., pero en 150 hectáreas de laderas de arcilla, cal y piedras en el Penedès, a partir de esquejes “prestados” por grandes crus franceses. Las cepas se empezaron a plantar en 1962 y las primeras añadas de Jean Leon fueron el cabernet sauvignon 1969 y el chardonnay 1971, que no se vieron en los estantes españoles hasta unos años después, cuando llegaron envueltos en el aura de deseo de los vinos importados y marcaron el camino.

 

El chardonnay ya estaba siendo explorado como materia para el cava por la casa Codorníu. Las 3.500 hectáreas en el páramo de Lérida que el patriarca Manuel Raventós había colonizado en 1914 eran un banco de pruebas perfecto y el cabernet se sumó pronto. Los varietales tranquilos de Raimat fueron el libro de texto de los años 80 para los nuevos consumidores y bodegueros.

 

Hoy, en la misma zona pero unos cientos de metros arriba en las sierras, Raül Bobet firma unos personales vinos de diseño, vinificados en la roca pizarrosa, que trabajan la altitud para dar un perfil distinto, más fresco, afilado y atento a lo local. 

 

Marqués de Riscal ya elaboraba con cabernet en el siglo XIXLas nuevas uvas marcaron todo el final de la década y la que vendría después. En 1990, las 2.000 hectáreas de cabernet sauvignon y las 650 de chardonnay pesaban más en la etiqueta que la viña, pero se habían triplicado para el 2000 y otra vez en 2010. Hoy son el 2% y el 0,8% del viñedo del país, aunque están mucho menos de moda que entonces. Los años de campaña “ABC” (Anything But Cabernet/Chardonnay: Todo Menos Cabernet o Chardonnay) han hecho menos mella que el nuevo concepto de vino-paisaje que triunfa entre la afición desde que el Priorat rompió la barrera del terruño. Desde las alturas de las laderas biodinámicas, estos varietales parecen vinos simples y quizás impostados.

 

Los antepasados del XIX
Cataluña fue el motor del cambio pero había precedentes en el país del Rioja. Guillermo Hurtado de Amézaga había plantado en torno a 1860 unos sarmientos de Burdeos para su firma, Marqués de Riscal, mientras Eloy de Lecanda hacía lo propio en la finca Valbuena, en Valladolid, para la añada inaugural de Vega Sicilia: 1864. Una línea que se interrumpió durante un siglo hasta que llegó la inundación de uvas globales. Hoy, con la superficie de los años 90 multiplicada por diez, tienen menos protagonismo en las etiquetas. ¿Quizá porque su uso como mejorantes se ha normalizado gracias a la “Fórmula Navarra”? La receta viene a ser un idílico equilibrio a tercias de tempranillo, cabernet y merlot en el que fueron pioneros y que, transportado a Castilla-La Mancha y Aragón, ha mutado en la moderna ecuación tempranillo-cabernet-syrah.

 

Los años de campaña “ABC” (Anything But Cabernet/Chardonnay: Todo Menos Cabernet o Chardonnay) han hecho menos mella que el nuevo concepto de vino-paisaje que triunfa entre la afición desde que el Priorat rompió la barrera del terruño.

 
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Muchos en la zona vieron en la reconversión al trío internacional la salida a su crisis de ventas. Los varietales de supermercado han ido dando paso a un trabajo más esmerado en los nuevos pagos pero también en bodegas familiares y medianas. La finura del Bonjorné de Fran Escribano, del Finca Antigua Ciclos y de muchas añadas de los Manuel Manzaneque, incontestables por su elegante chardonnay, habla de la afinidad de las mesetas calizas de Albacete y Cuenca por el repertorio internacional, aunque sea en clave de “fórmula” con tempranillo, cabernet franc, merlot o syrah. Una escuela en la que el Pago Calzadilla marca la cima con su “Gran” y su “Classic”.

 

El encanto de la ambición
Jesús Artajona, director técnico de Enate, reivindica la merlot, la “otra” en el binomio bordelés. Los resultados de la tinta más cultivada en Francia son aquí, cuando menos, controvertidos. El Somontano aragonés se convirtió en los 80 en la California ibérica, con un despliegue varietal de escaparate. Entre tantos vinos solo correctos, su Merlot-Merlot representa desde el 98 una visión propia, jugosa y, definitivamente, nada francesa. “Es una variedad algo esquiva en la viña y complicada en la bodega, que no tolera la mediocridad. Pero bien cultivada y con madurez de ensueño como la que alcanza en el valle de Enate, da vinos modernos que derrochan exuberancia y van directos a los sentidos: vinos para disfrutar”. En el pódium de la cotización en el mercado está la línea “Proyecto Uno”, todo un golpe de imagen y ambición que, en euros contantes, iguala los vinos aragoneses con los grandes de Francia y California. 

 

Los viñedos con variedades internacionales estuvieron de moda hace más de dos décadasLa versión mediterránea
Al principio, aprendimos a identificar las uvas por sus tics: el verdor rasposo de pimiento del cabernet (además, asado, en los viñedos más cálidos), el melón Galia empalagoso del chardonnay y algo así como una lata de paté recién abierta en los merlots. ¿Cuántos de estos defectos no se deberían a una viticultura muy generosa, a unas plantas demasiado jóvenes? La maduración difícil y los resultados sensoriales parecen hablar de unas viñas fuera de sitio, descolocados elefantes en la cacharrería. ¿Pueden las uvas de Burdeos y Borgoña adaptarse sin estrés a los cálidos y luminosos viñedos españoles? Porque hay un nuevo mapa de los varietales trabajados con la mejor viticultura moderna, mimosa a la vez que rácana en abono y rendimientos, toda una artesanía del suelo.

 

En él, hay que situar el mediterráneo, un clima opuesto al suyo de origen y capaz, entonces, de aportar una nueva visión de paisaje. Si competir en imagen y precio con Australia o Chile se ha demostrado algo poco inteligente, hay quien lucha por demostrar que se pueden hacer grandes vinos de viñedo. Que pudo ser de novatos llenar La Mancha, Extremadura y el Levante de cabernet, merlot y chardonnay, pero que hoy tienen su sitio pues las décadas ya los han nacionalizado. El trabajo en viticultura eco, sostenible o biodinámica es una constante en los mejores vinos, los que están en vanguardia.

 

El Reserva Santa Rosa de Enrique Mendoza es un “fórmula” que despliega fruta dulce, campo y especias con modales amables, ideales para el público fiel que lo adora. Miquel Gelabert firma en Mallorca un chardonnay exótico y cremoso que rompe ideas preconcebidas y Miquel Oliver un merlot muy personal: Aia. Para Pilar Oliver, la enóloga, “cuando trabajas con una variedad tan internacional y conocida, no puedes hacer simplemente un merlot más. Los aromas de la tierra y el microclima de la isla tienen que estar más presentes que las características propias de la uva. Para mí, lo más importante es que la gente cate este vino y no distinga a priori que se trata de un monovarietal de merlot, sino que disfrute con él aún sin saber lo que prueba”.

 

"Cuando trabajas con una variedad tan internacional y conocida, no puedes hacer simplemente un merlot más. Los aromas de la tierra y el microclima de la isla tienen que estar más presentes que las características propias de la uva." Pilar Oliver , enóloga de Miquel Oliver

 

Es decir: terruño y terruño. Lo que reivindica el ya clásico “Caus Lubis”, que sale a la venta después de diez años de afinado. Un capricho del visionario Carles Esteva en su pago sostenible del Garraf, aún sin denominación propia y dentro del Penedès, “Un ‘terroir’ muy duro, de secano total, una gran piedra de terreno muy calcáreo que da calidad y mineralidad a los vinos, en un entorno de bosques y vegetación autóctona”.

 

La victoria por K.O. de la tempranillo en Rioja y Ribera dejó a estas zonas al margen de la corriente varietal. Las añadas de Riscal y Vega Sicilia de mediados del siglo XX aún erancaberneteras”, pero hoy la bandera la lleva una casa disidente: Abadía Retuerta, fuera de las lindes de la Ribera, con su esbelto Pago Valdebellón.

 

Epílogo: Falcon Crest se rodó en una bodega real y con caché: Spring Mountain, que rentabilizó la serie durante años y llegó a producir bajo esta “segunda” marca un cuarto de millón de botellas que no entusiasmaron. 

 

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