Un par de huevos fritos
Bueno, bueno, mi querido don Froilán. A ver si me entero; o sea, usted está solo en su domicilio, el servicio le ha abandonado, una hija que vive en el otro lado de su ciudad le trae semanalmente la compra y aunque está suscrito a Sobremesa desde hace un montón de años, no sabe nada de cocina. José Manuel Vilabella
Usted, con nosotros, ha aprendido a comer pero no a cocinar. La lectura de nuestra revista le ha transformado en un hedonista y como me asegura en su misiva es “un pico fino” que pretende sobrevivir en este periodo de excepción que nos ha tocado vivir. Detalla usted en su angustiosa carta que es hombre de posibles, marqués, monárquico, de derechas, buen jugador de polo, devoto creyente y rico por casa. Vive en un piso de cuatrocientos metros cuadrados y cuenta con una estupenda cocina de inducción. Cocina que, con grandes trabajos, ha logrado encender porque, además, es ingeniero de caminos, canales y puertos. Me dice que tiene usted huevos; de gallina, por supuesto y me pide que le asesore porque jamás ha frito ninguno. En primer lugar enhorabuena, ha pedido usted ayuda al primer entusiasta universal de los huevos fritos, el manjar más exquisito del recetario clásico. Mientras queden huevos los hedonistas estamos salvados. Hay una premisa sagrada que usted, querido discípulo, le ruego tenga muy en cuenta. Bajo ningún concepto cometa su señoría el horrible pecado de freírse solo un huevo. Eso no lo haga nunca. Eso es como comerse solo una pizca de un pastel o tener un gatillazo en la noche de bodas. No sea usted meapoquito, sea ambicioso y tenga altura de miras, caramba. Los huevos fritos siempre a pares y, de cuando en cuando, dese un merecido homenaje y fríase tres. Qué maravilla. Como soy hombre timorato nunca he cruzado la barrera de los tres huevos fritos. Acaso porque fui pobre de niño -aunque eso sí, de una buenísima familia venida a menos- jamás me he frito cuatro huevos juntos. He caído en la tentación cientos, miles de veces, pero mi mano la sujetaba el Altísimo que me decía -vía conciencia- “Detente, detente, pecador, no ofendas al cielo y confórmate con los tres huevos fritos de rigor que son los que yo me tomo. Es que acaso, miserable, quieres ser más que el Señor, tu Dios”. Pero yo tengo amigos agnósticos que se zampan cinco o seis huevos fritos de una sentada y se ciscan alegremente en la religión, en la ética y la dietética. Los dos o tres huevos fritos se pueden acompañar, tan ricamente, con unas lonchas de jamón ibérico o con unas patatas fritas. A pesar de que sea usted un caballero de exquisitos modales, este asesor culinario le permite que moje pan en la yema y que goce en su retiro del placer orgiástico. Mientras devora tal delicioso condumio se olvidará de ese peligroso enano que nos tiene recluidos en nuestros domicilios. Como usted sabe hay dos tipos de huevos fritos: con puntilla y sin puntilla. Al ser un principiante no le voy a permitir que intente hacer gollerías y fracase; no quiero que le salgan aceitosos y que diga después por ahí que su asesor es un manazas. ¿Que cómo se fríen dos huevos? Es muy fácil, apunte: casque dos huevos grandes y hermosos utilizando una pequeña taza. Si se rompen tírelos a la basura e insista hasta que ambos descansen en el fondo de la tacita bellos y estéticos, como soles brillantes, como los senos de una virgen con ictericia. Prepare una sartén pequeña y ponga un chorrito de aceite de oliva de la mejor calidad. Procure que el aceite se reparta por toda la superficie de la sartén hasta cubrirla en su totalidad. Con exquisito cuidado deslice los huevos y deposítelos sobre la capa de aceite. Después aderécelos con apenas unos granos de sal y encienda la cocina, ponga el fuego en el seis y espere a distancia. El milagro se producirá a los pocos segundos; los huevos de forma disciplinada se freirán solos, chisporrotearán alegremente y un olorcillo llegará hasta su pituitaria. Qué placentera sensación. Cuando por la oportuna observación visual crea que los huevos están fritos -no permita que se quemen, por favor- apague la cocina, coja con sumo cuidado la sartén y deposite su creación en el plato. Sentirá el orgullo del converso, la alegría de la primera vez. Usted, sí, usted, un ingeniero de éxito que ha proyectado airosos puentes, puertos hoy populosos y canales por el que discurre el agua cristalina, se sentirá útil por primera vez en su vida porque, con sus manos, ha creado algo hermoso y suculento: un par de huevos fritos. Enhorabuena, amigo mío. Pronto el futuro será suyo y se habrá convertido en un hábil cocinillas. Bon appétit.
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.