El sarao digital

Si hay un aspecto de mi trabajo que se está viendo afectado por la pandemia, ese es el de los saraos. Es quizá la parte laboral que más me envidian terceras personas ajenas a este mundillo, ya que comer y beber sin onerosidad mediante es algo con lo que los civiles sueñan. Vosotros pagáis por vivir unas horas mi profesión. Santiago Rivas
Tampoco todo es tan bonito como parece, ya que la recurrencia de estos eventos a veces es tan intensa que, por mucho lujo al que accedas de manera gratuita, terminas cansado por saturación. Fatiga de guerra gastronómica.
Ya os digo que no es mi caso: a mí los eventos me encantan.
Viajar a otros países, beber vinos exclusivos, caros, raros, conocer gente divertida, interesante (también muy asquerosa), visitar restaurantes sofisticados, templos de producto, “michelinados”, terrazas, azoteas, hoteles… banalidad y alcohol. Que tu mañana parezca un capítulo de El Gran Gatsby… yo lo echo de menos.
Todo este jaleo lo generaban bodegas, marcas o instituciones para dar a conocer a la prensa sus productos. Pues esto, como tantas otras cosas, la covid-19 se la ha llevado por delante.
Ante la imposibilidad de planificar o descifrar las limitaciones varias de cada comunidad autónoma, provincia o municipio, los pagadores de la fiesta han optado, con razón, por presentar sus novedades a través de satánicas aplicaciones de estas que permiten reuniones multitudinarias. El asunto consiste en que te mandan a casa el producto que pretenden introducir en sociedad para que lo pruebes mientras lo están describiendo por Zoom o similares.
Esto está generando consecuencias bien divertidas.
La primera es que el trajín de mensajería en lo que se refiere a recepción de botellas está siendo inédito y observado con estupor por mi vecindario. Y tened en cuenta que en el mundo pre-coronavirus ya lo tenía acostumbrado a recibir cajas y cajas. Pero lo de ahora está pasando a otro nivel. En fin, mis problemas de almacenaje no es lo que os vengo a contar hoy aquí, sino la fauna que me estoy encontrando en estos saraos digitales.
La fiesta analógica exige un tiempo y un desplazamiento físico que hace inviable poder acudir a más de dos, como muchísimo tres, por día. Pero ahora, al ser presentaciones que no pasan de los noventa minutos -y encima en muchas puede haber varias sesiones con horarios a elegir- confirmo, sin ningún tipo de pudor ni de prejuicio, mi presencia en todas las que puedo: eso en octubre es un número bastante elevado. Y claro, como a las marcas, al no tener que pagar cubiertos, viajes o eventos, sino “solo” mandar paquetes, pues se está invitando a todo quisque, por lo que estoy entrando en contacto con una gente, supuestamente prensa vínica especializada, que no había visto en mi -corta- trayectoria vínica. Esto ha provocado que ahora mi vida, a pesar de la mundialmente montada, esté viviendo una primavera, un romance veraniego adolescente, una partida eterna al FIFA. Todo porque este personal, para mí nuevo, tiene comentarios espectaculares. Yo no sé lo que nos quedará de pandemia, pero estos seres humanos deberían haber llegado para quedarse.
No sé si porque se quieren hacer notar, o porque les hace mucha ilusión la invitación, pero su nivel de exaltación es admirable. Dominan, además, lo que yo llamo el “elogio mal”, que es tratar de enunciar una loa pero que al ejecutarla el resultado esté lejos de lo esperado. Aquí mi favorita fue una mujer que muy seria en medio de la presentación de un vino blanco, soltó un: “a mí los vinos blancos no me gustan, no los tomo nunca, pero este me ha encantado”. Qué fantasía.
En otra ocurrió lo contrario con un “elogio demasiado bueno” en la que en una convocatoria de un vino de Castilla La Mancha un hombre soltó que los vinos de esa región son los grandes “tapados” de España. Vino a decir que los vinos manchegos son el nuevo Jura, el Swartland del Viejo Mundo.
Otro ser, en un ejercicio de consultoría obvia sin precedentes (Vicky Martín Berrocal Level) se atrevió a “descubrirle” a una marca de reconocido prestigio (que cuenta con un departamento de comunicación y marketing de nivelazo) que “las etiquetas son muy importantes, que a mucha gente le entra el vino por los ojos”. Eso dijo el muy visionario, iluminado. El Julio Verne del periodismo gastro.
También destacan aunque esto también le pasa alguna vez a los periodistas consagrados, los que se olvidan de que están delante de una cámara con micrófono y empiezan a actuar o decir cosas del todo improcedentes notándose que pasan de todo y lo único que querían era la botella gratis.
Aquí mi consejo es que, de saque, desactivéis la cámara y el micrófono de la aplicación y ya como si os da por masturbaros. Pero bueno, el caso es que me estáis dando la vida, gente.
Quiero conoceros en persona.
A todos.
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