Dulce tentación
Llegada la primavera, a Rosalía Marsal Pereira le gusta acudir a los sonidos del agua del claustro de la catedral vieja de Mayorga, que incesantemente brota de los caños de bronce. César Serrano
Pocos lugares tan mágicos como estos claustros a los que desde lo alto se asoman gárgolas que parecen exhibirse llegadas de las entrañas del fuego y el azufre. O tal vez sean representaciones del mismísimo Satanás. Detiene su mirada en los naranjos que pueblan el claustro y de los que llega un poderoso perfume de azahar, y ahí, la flor, también el fruto madurado a lo largo de las estaciones. “Son amargas –dice-, como el paso del tiempo, que siempre empuja a los precipicios”. Inquietantes pensamientos que se detienen cuando aparece la figura ya madura del obispo Trinidad, arropado por una sotana casi parduzca que, ya en estos días de primavera, lleva desabrochada en buena parte de la larga botonera, y que deja al descubierto un pecho aún musculoso, en el que florecen rizados los cabellos. Su rostro posee rasgos de antiguas bellezas renacentistas. En sus labios, una sonrisa cargada de tentadora seducción. En sus manos, una cesta de vergas de castaño y una pequeña escalera, también de madera de castaño, con la que se ayuda para alcanzar los frutos amargos de los naranjos. Del obispo Trinidad se cuenta en Mayorga, a veces con voz baja, otras, en medio de grandes chanzas y risotadas, historias que parecen llegar del mismísimo Modi y los Sonetos Lujuriosos, de Prieto Aretino, o Los Dieciséis Placeres, de Marcantonio Raimondi. Cuentan que han sido muchas las madrugadas en que la hora de los maitines le llegaba acurrucado y semidesnudo en alguno de los escaños de la lujuriosa sillería del coro del hermoso templo. Absorta en sus pensamientos, casi no llega a escuchar la voz cálida del obispo Trinidad que, tras llenar la cesta de naranjas, se acerca con silenciosos pasos hasta ella. Pregunta con voz suave por sus lecturas. “Una novela amarga, como las naranjas de estos claustros, El rastro del caracol, de Mari Cruz Vázquez”. Se aproxima a ella, toma el libro entre sus manos y acaricia la cubierta. Va dejando pasar páginas en un tenue aleteo de papel. Se detiene en la página 170: “Así, mira, así se deben colocar los labios sobre otros labios. Así, sobre la piel…”. Se siente llena de deseo cuando él la toma de la mano y con un susurro la invita a seguirle hasta la enorme cocina del palacio episcopal, que se abre a la luz del atardecer a través de un gran ventanal que mira a poniente. En una gran mesa de mármol reposa una olla de la que salen aromas cítricos. A estos aromas acude el obispo Trinidad, y con la misma delicadeza que acariciara la cubierta del libro toma entre sus dedos la melosa y dorada untuosidad. La lleva a la boca de Rosalía Marsal y pone sus labios sobre los labios de ella, y sobre la piel de ella, y se aman a la luz de un cielo encendido de rojo que se refleja con fuerza en la blanca azulejería y en sus cuerpos desnudos.
Mermelada de naranja
Ingredientes
- 2 kilos de naranjas
- 2 limones
- 2 kilos de azúcar
- 2 litros de agua
Preparación
Comenzamos lavando bien las naranjas y las pelamos con cuidado de no llegar a la parte blanca interior. A continuación, eliminamos la piel blanca y procedemos a exprimirlas. Reservamos el zumo y la pulpa. Las pepitas las introduciremos en un vaso con agua que guardaremos en la nevera, donde habremos guardado también el resto de ingredientes unas 12 horas.
Pasadas estas 12 horas, en una olla ponemos el agua y cuando rompa a hervir agregamos las cáscaras picaditas. Bajamos el fuego a temperatura media y dejamos que cuezan hasta que estén tiernas. Terminada la cocción, colamos y reservamos el agua. En una olla, pondremos el agua de la cocción junto al agua donde han macerado las pepitas que teníamos reservada, vertemos el zumo, la pulpa y la piel. Dejamos cocer unos minutos y echamos el azúcar. Removemos para que no se pegue y mantenemos 30 minutos o hasta que obtengamos la textura deseada.
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