Libros, libros, libros
En España se edita mucho, demasiado. Si me permiten ustedes una palabra poco correcta, yo diría que padecemos una diarrea de publicaciones –como son ustedes unas personas finas y educadas no me he atrevido a decir cagalera editorial–. José Manuel Vilabella
Entre los autores que se autoeditan, los profesionales que encuentran alguien que pierda dinero con ellos y los pocos que vivimos, es un decir, de la pluma a una edad provecta, éste es un país de escritores frustrados. Algunos –miles– encuentran desahogo en esos blogs dichosos que, según mi criterio, tienen algo de placer solitario, o sea, de onanismo literario. Si antaño cada español llevaba un comediógrafo dentro, ahora ellos y ellas llevan un libro de cocina, un recetario. En mi escalera hay cinco vecinos que me dan la lata para que les encuentre un pagano. Yo, claro, me niego. Para encontrar editores para mis insensateces tengo bastante y por eso ninguno de mis libros pasó nunca de los 10 000 ejemplares. Servidor ha practicado siempre la honesta estética del fracaso. Pero, puestos a distinguir, hay que poner a un lado los recetarios y en otro los libros de gastronomía. No ha habido demasiadas editoriales que en los últimos años se hayan especializado en estos textos. Se me ocurren, Altaya, R&B, Tusquets y su mítica colección Los 5 sentidos, Alianza Editorial y pare usted de contar. Alguna queda por ahí y, posiblemente, me haya dejado en el tintero nombres de editores humildes que se juegan su dinero para promocionar a autores noveles a los que les guste la buena mesa.
"El dinero de la escritura no está en los libros. No. Está y escaso, muy escaso, en los diarios y en las revistas."
A mi juicio la mejor y más interesante de las editoriales que se han ocupado de este asunto es TREA, sello asturiano que en una labor callada, humilde y constante lleva publicados más de 80 títulos en los últimos 15 años. Al frente de la misma se encuentra Álvaro Huici, un poeta secreto con una clara vocación editorial. Don Álvaro, cuando hizo la primera comunión, su papá le preguntó: “Alvarito, ¿qué quieres ser cuando seas mayor”. Y el comulgante contestó alto y claro: “Editor”. Y su padre, estupefacto, pensó: “¡Coño!”– Y Alvarito se salió con la suya.
Hasta ahora mis contactos con los editores habían sido lejanos y esporádicos. Mandaba lo que falsamente se conoce como “el manuscrito”, teníamos algún contacto epistolar, me pagaban una cantidad a la firma del contrato o me liquidaban a los pocos meses los derechos de autor y adiós muy buenas. Y no me puedo quejar porque he publicado en Albia, una hija menor de Espasa, tres libros en Alianza Editorial, en Amaika, del Grupo Godó y, hasta una veintena de libros en algunas otras firmas ya desaparecidas. Al libro lo rodea un entorno de amor que hermana al autor, al editor y al librero. Al distribuidor no lo cuento, aunque su labor sea fundamental. Un libro mal distribuido va directamente al fracaso, pero ése no sé qué que tienen de camioneros, de transportistas de la cultura, les aleja del mundo miserable y endogámico del libro. El dinero de la escritura no está en los libros. No. Está y escaso, muy escaso, en los diarios y en las revistas. “Escribir en España es llorar”, dijo Larra. No. Escribir en España es aullar como lobos, como pobres lobos muertos de frío, de miedo y de hambre.
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