La maleta
Agosto se planta radiante a tan sólo un mes de distancia. Es el momento de bajar al trastero y sacar con dificultades propias de apartamento céntrico en Madrid la samsonite roja imperecedera. Compañera infatigable de cada verano, sometida a los maltratos de las compañías aéreas, que resurge de entre los jerséis de invierno para brindarme un respiro anual. Empiezo a revolver los cajones, sacando los microbiquinis y los microvestidos. Me siento en el suelo. A la maleta, junto a el protector solar de cincuenta, va también la crisis del papel, el descenso de la lectura en nuestro país, los intentos frustrados de hacer comprender al sector la importancia de apostar por la prensa especializada, las campañas de bodegas en prensa deportiva que tanto malhumor me generan, los hombres grises que no se adaptan al cambio. No me quedo aquí, revuelvo en mi interior para buscar el desánimo de los periodistas, la falta de iniciativa, el miedo a lo desconocido. Agarro y meto dentro los demonios que parecen hoy perseguir a la prensa escrita convirtiéndola en minoritaria, en un reducto para pocos (eso sí, los mejores) entendidos. Y veo con claridad que septiembre tiene que ser distinto. Que una revista es mucho más que un momento de lectura. Que significa creatividad, análisis, crítica, divertimento. Que te hace viajar, saborear un plato, imaginar un aroma, probar un vino cada mes del año. Hay mucho que hacer y muchos con quien compartirlo.
Cierro la maleta sin poder recordar el maldito código secreto, que es especialmente secreto para mí. Los billetes de avión en el bolsillo. La calle está desierta. El sol en la cara, una sonrisa en la boca. Deposito con cuidado la maleta en el primer contenedor de basura que veo. Empiezan las vacaciones.
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