Adiós lindas terracitas
La verdad es que no termino de entender esa extraña adicción generalizada por las terrazas. Vamos a ver, entenderme, a quién no le gusta desayunar en el jardín del Ritz o pasar una velada romántica entre los rododendros del Santo Mauro, tan monos que parecen de plástico diría mi madre. Y claro, no desprecio las que ofrecen vistas ya sea al mar, al sky line o a un verde valle. Pero luego están el resto, la mayoría, la masa de sillas y mesas dispuestas en las aceras de barrios y suburbios , a veces en cuesta donde te tienes que pelear por ponerte en la más recta y parar con palillos el descenso en picado de las aceitunas; en ocasiones al sol asfixiante o a la sombra congeladora. Te sientas sabiendo que pagas un extra por el servicio. Pasan los minutos, uno tras otro como hormiguitas en fila, y entonces el camarero sale. ¡Bendición! Te van a tomar la comanda. Al lado, dos colegas fumando sin parar. La avispa. Y llega el encantador principiante con su L en el parabrisas para aparcar justo donde estas sentada, realizando la simple maniobra en trece pasos. Siempre el dichoso Murphy con su ley inexorable de los infortunios. Eso si no tienes que compartir la aportación aromática del plato con la alcantarilla más cercana. Últimamente se lleva poner macetas y césped artificial, un remedio de medio pelo que ni refresca ni engaña a la vista, pero debe encantar a todos porque se han reproducido por esporas. Para paliar los calores existe ese invento infernal: los aspersores, ese riego ligero que te rocía la lisa melena hasta convertirla en un mar de rizos mientras degustas un plato de sardinas con un Sauvignon Blanc. Qué bonita escena. El caso es que lo bueno del otoño, con sus vendimias, sus setas, sus perdices y sus castañas, es que poco a poco la vida recupera el ritmo normal, los niños empiezan el cole y los transeúntes reconquistan la calle que vuelve a lucir adoquines, alcorques y metros cuadrados intactos para pasear al perro y acompañar a la abuela bien abrigadita al parque.
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.