Mayte Lapresta

Placeres laborales

Miércoles, 01 de Octubre de 2014

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Mayte Lapresta

La verdad es que soy una mortal con suerte. La cata de grandísimos riojas de este mes es suficiente motivo para colgar una sonrisa de tonta durante días y no abandonarla ni por la vuelta al cole y los llantos de los escolares al desmadrarse. Y no es por el consumo del alcohol, lo prometo, que aquí catamos a las diez de la mañana para tener los sentidos alertas y con la escupidera a mano para poder trabajar el resto del día. El buen humor lo produce la categoría, la inmensidad de estos vinos. El silencio habitual de la sala de cata se rompía en cada sorbo. Los integrantes, todos ellos –pobrecitos sufridores– como sabéis acostumbrados a probar lo mejor de lo mejor, no podían evitar sonidos guturales de satisfacción. Parecía una sala de cine porno. No hubo sorpresas. Todos ellos resumían en nariz y boca el esplendor que vive el vino español, cifras de ventas aparte. El día anterior, la cita fue con Carlos Moro y sus top de Matarromera, en este caso la cata no era a ciegas y compartíamos comentarios con el bodeguero. Más bombas aromáticas en la copa. Para terminar, cata de vinos elaborados con cepas en pie franco buscando detectar el valor que aportan las limitadísimas producciones naturales de estas plantas leñosas, retorcidas, maltratadas por el tiempo hasta el límite de dar pocos hijos pero todos muy listos, con la variedad en estado puro, sin el toque del injerto americano. Madre mía. Tengo que ir a recoger los análisis de sangre de la revisión anual. Mis transaminasas me soportan de momento, pobres chiquillas, tan pacientes con mis vicios, pero no se qué sería de mí si se rebelasen y tuviese que privarme del placer intenso que el vino es capaz de dar. Solo, acompañado, antes de comer o después. Dulce o seco. Tranquilo o con burbujas, de aquí o de allá. Bien elaborado, trasmitiendo el terruño que lo ve nacer, lidiando con sequías y heladas, cariñosamente acariciado por el elaborador. El vino. Sin duda, soy una winelover.

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