Hotel con encanto en el Valle de Aras (Cantabria)
La Casona de San Pantaleón
Etiquetada en...

Este hotel cántabro no precisa de aderezos que ensalcen su encanto. El entorno natural y las estancias de su casona rehabilitada ofrecen satisfacción y relax completos. Gerardo Santos
Ni precisan de una arquitectura grandilocuente ni tienen que recargar su oferta con todo tipo de reclamos, se correspondan o no con la idiosincrasia del lugar. Si la naturaleza y el entorno no ayudan, es comprensible que las prestaciones hoteleras se aderecen con múltiples entretenimientos y servicios que suelen incluir tratamientos cosméticos, vinoterapia y, por supuesto, Spa. Pero estos lujosos añadidos, por muy espectaculares que sean, difícilmente pueden lograr eso que cada vez más buscan los clientes urbanitas cansados del ruido y la furia de la gran ciudad: un lugar con encanto. Para ello la naturaleza se hace casi imprescindible, como revela la coqueta puesta en escena de La Casona de San Pantaleón.
Enclavado en el valle de Aras, en el oriente cántabro, este hotel es un remanso de paz y de sosiego. El verdor de los prados convive con el agua de los riachuelos en un paisaje de montañas inolvidables que nos indican con claridad dónde estamos. La frondosidad del entorno y la rica espesura de las pendientes explican que turistas de todo el mundo prefieran esta complejidad natural a la más socorrida y tópica del sol y la playa. A este patrimonio paisajístico hay que sumar la recuperación de una antigua casona del siglo XVII, que ha sido restaurada con todo lujo de detalle y modernidades. Estas no han quitado un ápice de solera y rotundidad al edificio, cuyas paredes rezuman esa confortable sensación de habitar un lugar por el que no ha pasado el tiempo. La Casona de San Pantaleón está llena de espacios donde se percibe esa sensación de lo antiguo actualizado y sometido por un orden estéticamente placentero. Así se aprecia desde el recibidor, con su magnífico arco de piedra y su puerta de madera de castaño; en el salón, donde una chimenea alimenta durante los meses de frío las ganas de permanecer en la casa creando un ambiente ideal para la lectura o la conversación; y, por supuesto, en las siete habitaciones dobles diseñadas para que el cliente no tarde ni un instante en sentir la calidez del lugar. El encanto se confirma con solo mirar por cualquiera de las ventanas. Un cuidado jardín de alrededor de cuatro mil metros cuadrados invita a relajar la vista y dejarse llevar por la música de la naturaleza, el agua, los pájaros o el movimiento de los árboles cuando los mueve el viento. El porche es seguramente el espacio desde donde mejor se vive la placidez del jardín. Y para que todo no sea relax, siempre cabe la posibilidad de participar en las actividades de aventura.