Carlos Falcó opina
Cuatro décadas después del primer cabernet, Tempus Fugit
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El Marqués de Griñón rememora la implantación en su finca de uno de los primeros viñedos de cabernet sauvignon de España y plantea de cara el problema que supone para la excelencia el continuar con altos niveles de venta a granel. Carlos Falcó
El pasado año celebramos los 40 años del primer viñedo plantado en Dominio de Valdepusa con cepas cabernet sauvignon, traídas de Burdeos, en 1974. A lo largo del año 2014 celebramos la efeméride con diversas iniciativas: catas verticales de nuestro cabernet –hoy exportado a medio centenar de países– en eventos y lugares emblemáticos, como la feria Alimentaria de Barcelona o la bodega Opus One de Napa Valley, con motivo del Cabernet Symposium que reúne cada año a los mejores elaboradores de esa célebre uva tinta originaria de Médoc (Burdeos) responsable de sus emblemáticos crus classés.
Finalmente, tras una vendimia 2014 especialmente prometedora, decidimos elaborar 40 barricas de un vino singular –denominado Tempus Fugit, el adagio romano centrado en el vertiginoso paso del tiempo– basado en nuestro viejo cabernet y destinado en primeur a coleccionistas de grandes vinos. Lo cierto es que, cuando en 1981 inicié una elaboración experimental basada en las uvas de ese viñedo, con el nombre Primicia, y un año más tarde conseguí traer a nuestro viñedo toledano al célebre Emile Peynaud –entonces catedrático de enología de la Universidad de Burdeos, quien supervisó la elaboración del primer Marqués de Griñón Cabernet Sauvignon 1982–, tuve otro apoyo decisivo: Massimo Galimberti y su asesor, José Luis González Cledera, se esforzaban en consolidar desde un sótano de la madrileña calle Miguel Ángel un club de vinos pionero llamado Vinoselección. Acompañado del joven enólogo Antonio Sanz de Rueda, llegamos rápidamente al acuerdo de venderles anticipadamente la totalidad de la cosecha de Primicia 1982 y buena parte del Marqués de Griñón 1982.
Después vendrían nuestros éxitos en Londres, Frankfurt, Nueva York, Río de Janeiro o Shanghai…, pero es de estricta justicia reconocer que la visionaria actitud de nuestras respetivas start-ups –un vocablo creado años más tarde en Silicon Valley– hizo posible el milagro.
Cuando en 2002 inicié, esta vez con la ayuda de otro visionario ingeniero italiano –el Dr. Marco Mugelli– una nueva start-up centrada en la producción de aceite virgen extra con alto contenido en antioxidantes, Massimo Galimberti volvería a aportar el apoyo de Vinoselección. Entretanto lo había hecho con docenas de aventuras vitivinícolas que han transformado sustancialmente el panorama vitivinícola español.
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Las experiencias descritas son de plena actualidad, porque nos queda mucho por hacer tanto en el sector del vino como en el de su milenario compañero histórico, el aceite de oliva virgen extra. España dedica a viñedos y olivares las mayores superficies del planeta: en conjunto, casi 3,5 millones de hectáreas. Su producción se realiza mayoritariamente en cooperativas en las que domina la venta a granel, fundamentalmente a mercados exteriores. En una reciente reunión de la Comisión Trilateral –integrada por destacadas personalidades de Europa, América y Japón– Angela Merkel explicaba cómo en el mercado global del siglo XXI Europa, que tan solo representa el 7% de la población internacional, alcanza el 24% del PIB mundial e invierte en bienestar social una cifra que representa el 50% de los fondos dedicados a este objetivo a nivel planetario.
Y me parece evidente que, si los europeos deseamos mantener ese privilegiado estilo de vida, resulta esencial orientar nuestro sistema productivo y de servicios a la excelencia. De hecho, ya está ocurriendo. El pasado 9 de diciembre, el consejo de ECCIA (European Cultural and Creative Industries Alliance), en el que represento a España, presentó en el Parlamento Europeo un estudio cuyos resultados son altamente interesantes: la Unión Europea domina un 70% del mercado mundial de alta gama, incluyendo sectores claves de alto valor añadido como automóviles de lujo, moda y complementos, cosméticos, vino y gastronomía, turismo de compras, etc. Su valor conjunto creció un 28% entre 2010 y 2013, alcanzando más de 600.000 millones de euros y el 17% de la exportación europea. Con tales antecedentes, resulta insostenible para la economía española y europea que España siga malvendiendo más del 50% de sus principales tesoros gastronómicos –componentes esenciales de una dieta mediterránea reconocida como Patrimonio de la Humanidad– en forma de graneles con escasa calidad gastronómica y dietética y a precios irrisorios. Se trata de un triple fracaso, a nivel agrario, industrial y comercial, que los españoles debemos superar en el plazo más breve posible, lo que abrirá oportunidades ingentes de empleo y calidad de vida para las nuevas generaciones.



