Sir Cámara

Toda una vida de elecciones

Viernes, 15 de Mayo de 2015

Desde que nacemos, de una manera o de otra, con más o menos libertad, vivimos en una permanente antesala electoral. Exceptuando los primeros momentos, en los que no hay más leches que agarrarse a la teta, empezamos a elegir. Si la madre no está en condiciones de alimentar a la criatura, surge la primera elección ante los diversos tipos de leche y los consiguientes rechazos, que es otra forma de elegir. Sir Cámara

Poco después —sin posibilidad de alternativa— nos insertan los referentes gustativos de nuestros padres. Eso se nos pasa pronto.  Ya hemos entrado en la edad  de los dulces más canallas, por el influjo de los amigos y compañeros de guarderías, colegios, institutos,  universidades, del trabajo. Somos incapaces de sustraernos, incluso, a la influencia de los amiguetes de la cola del paro que comen de una manera más sobria. Digamos que más sobria.

 

Pero es en esa etapa anterior, en la de la adolescencia para las niñas y la era del homo Scrotalensis para los chicos, donde se empieza a sublimar. Ya no se elige; se engrandece hasta llevar el concepto —el producto, el suceso —al terreno de la exaltación y el gregarismo con papilas. En ese momento, más o menos, se descubrió que el vino era lo que se añadía a la cocacola, que el queso  es lo que se pide doble para la pizza, y que la bóveda palatina resulta ser aquello que ve pasar las hamburguesas, los kebabs y los durums  y que, con la interacción de la lengua,  permite emitir sonidos articulados como “¡¡¡mooola…!!!”.

 

Cuando la valoración etológica, se convierte en disciplina sociológica, al alcanzar la presunta madurez, descubrimos que, con esa manía de elegir para ser distintos o para suplir carencias, no hacemos más que masificarnos en dos o tres modelos sociales: el perro que come perro, el lobo que come cordero y el cordero que come lo que puede o lo que le queda en esa peripecia vital escalando a duras penas por la pirámide alimenticia. En ese punto, de pronto, vemos que nos han puesto a los pies de una urna. Y es la pura verdad, hay perro que come perro . Es decir, candidatos que se sueltan espectaculares dentelladas, pero sólo eso; más que nada para no perder el estatus de seguir comiendo, en muchos casos, con gratuidad ostentosa.

 

No es preciso buscar al lobo que come cordero en la alta política o en selectos manteles. Basta con mirar al ayuntamiento de tu pueblo para ver qué rápido aprenden a hacer traslados cuando los colocamos donde hay algo que llevarse. Este  ejemplar ejercicio nos tiene toda la vida eligiendo: comer o no comer. Unos nos prometen el pan; otros, nos lo quitan de la boca cuando dejan de estar en campaña; y algunos, los más majetes —quedan unos pocos, créanme— nos recomiendan que tomemos un Omeprazol para hacer más digestivo todo lo aquí expuesto.

 

Pero ya ni eso, que ahora dicen que su consumo continuado puede generar pérdida de vitaminas. Pues qué bien… ¿Qué tomarán los que simulan comerse al rival? Porque parece que todo les alimenta…  Habrá que enterarse.  Aunque sólo sea en defensa propia o como argumento para una plácida sobremesa nocturna de viernes… Pues eso.

 

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