Sir Cámara

El delantal y cual…

Jueves, 11 de Junio de 2015

Una de las pocas cosas que no se comen de los animales, de los animales que los tienen, son los cuernos. Siempre, claro, exceptuando el caso de los caracoles, en los que estas protuberancias van integradas en toda su personalidad. Lo mismo ocurre con sus primos hermanos costeros, a saber, los bígaros. Sir Cámara

    

Sin embargo,  el cuerno de la infidelidad, como ocurre con el cuerno de África, se encuentra  ahí mismo. Se sabe que está, que eso ocurre, y, tanto en el de África como los otros, acaban dando dolores de cabeza y de conciencia.  En ocasiones, veo cuernos donde no existen y con ellos aparece un desconcierto  que me lleva a suplicar: ¡Quítate ya ese delantal!  Un delantal que a ella  le sirve para las tareas caseras, para hacer un guiso, para unos aperitivos, lo usa como sumiller y en el menú del día, en las tareas de repostería, te fríe un huevo o te hace una reducción bestial de beaujolais, a ver si desaparece…  Y todo con ese delantal, que es un recuerdo del restaurante que tuvo mi amigo, Diego,  en las afueras de Madrid, de clara inspiración “rugbística”. Pienso en ocasiones que, si ella abandona este valle de lágrimas antes que yo, tendré que amortajarla con el citado mandil.

 

    Cada vez que la miro —cada vez la miro menos por temor a que se me aparezca el colega—  me acuerdo, me viene a la memoria visual y en 3D, el amigo Diego, gran chef que brotó de las enseñanzas de Arzak y que actualmente ejerce en Canarias. Fue él quien  le regaló aquel delantal que se ha convertido en su patria, su bandera, su segunda piel, el uniforme de mi hogar, ¡la imagen corporativa de mi casa! Que incluso Manolo, el padre de Diego,  se encargó de renovárselo a mi parienta cuando, no hace mucho, le regaló otro de su stock personal.

 

    No son cuernos, cuernos en el sentido que siempre se nos pasa por la cabeza, pero que bien  podrían ser cibercuernos porque  hoy todo se hace online, menos las croquetas de setas, de tricoloma terreum o “fredolic”, que dicen quienes las valoran de verdad. Es más, cuando probé la primera croqueta, vi a Diego  en un bucle de planos del logo de su restaurante y de su risotada afable:  logo, risotada, logo,  risotada…  Y así hasta decir, ¡vaya, se me escapó…! Diego, Dieguito, ¿Qué les das…? Delantales, dijo él. Y ella, mi parienta, añadió en una letanía que ya me resulta familiar: “Es que es comodísimo, con un bolsillo delantero, a modo de marsupio, tela fina que no agobia, con el largo exacto y la medida ideal de los cordones que lo atan atrás y del que circunda el cuello porque…” ¡¡Basta!!

 

Un delantal,  ese útil trozo de tela, me sugiere que cocinar y su último objetivo, comer, debería ser una asignatura evaluable. Y lo digo con la referencia de los comedores escolares de verano que están jugando ya un papel definitivo en la realidad de muchas familias. Si la firma denota responsabilidad junto a un texto, junto a una cantidad en un cheque o junto a una manifestación artística, el delantal, al menos yo lo entiendo así, es la prenda de la responsabilidad con la que se asumen las últimas consecuencias de la cocina. Este verano, como en las playas, hay delantal o bandera verde en las comunidades de Andalucía, Canarias y Valencia que ya han confirmado sus programas de escuelas con actividades de ocio y comedores escolares. ¡El delantal…! ¡Vaya tela…! Pues eso.

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