Comer, beber, amar
Esquivando el sablazo

Señores, se levanta la veda en Torrevieja, Benidorm, Sitges y Fuengirola. Empieza la caza del moreno, del hueco en la playa, de la silla en el chiringuito y de la mesa en la pizzería. Mayte Lapresta
Y este año me parece que en vez de escopetas, el personal lleva cañones que han ido engordando tras meses de trabajo duro, así que prepárense, propietarios de hoteles y restaurantes, que llegan las vacas gordas (y no hago alusión a señoras con kilos de más, sino contraposición a vacas flacas), el momento donde sacar el sable e hincarlo sin mirar, a derecha e izquierda, saqueando bolsillos en ese momento de relax y descuido que supone el veraneo.
El caso es que una de las estampas más entrañables del año es el del robo permitido. Ese momento en el que el marido saca la cartera y le compra un cucurucho de altramuces a sus hijos abonando tres euros sin pestañear o paga con una sonrisa la cuenta de la paella seca, pasada y sin sabor –a 20 euros por persona– tras soportar estoicamente una espera de dos horitas para comer.
En verano vale todo, en la costa todo vale y parece que la desidia se apodera de nuestro criterio mientras el sudor recorre nuestra piel y nos invita a soportar sin queja ni requiebro el maltrato dominguero. Pero aunque muchos no lo sepan o no lo quieran saber, en cada rincón bañado por el turismo y el mar de nuestro bonito país, existen chefs de honestidad inquebrantable que no se dejan llevar por la fácil estafa y demuestran profesionalidad hasta con listas de espera interminables en su libro de reservas. Sitios inolvidables, cocinas espectaculares que se mezclan con esos bochornosos abusos estivales para darnos un respiro a los que sabemos informarnos. Seguro que vayas donde vayas hay un lugar que merece la pena, que te emociona, que recupera tu animo de la mediocridad y lo eleva al cielo. Y está esperándote. Nunca, jamás, dejes de buscarlo.
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