Reductos de evasión

Bares de hotel, esos rincones llenos de historias y leyendas

Miércoles, 18 de Mayo de 2016

El microcosmos y la iconografía de los grandes bares de hotel europeos son un reclamo imprescindible y cosmopolita para el viajero que quiera conocer algunas de las más curiosas historias y leyendas cocteleras y mundanas. Pepe Barrena

Beber moderadamente, pagar honradamente y salir amigablemente. Aunque muchos son los que se adueñan de esta certera y cabal máxima de los buenos clientes y bebedores, lo cierto es que pocas veces se ha resumido mejor el comportamiento social que ha de ejercerse en un bar con estilo y personalidad; y dentro de esta gama de establecimientos, sobre todos, en los bares de hotel de categoría, un microcosmos que bien podría compararse al hallazgo de El Aleph borgiano, esa esfera tornasolada de casi intolerable fulgor que encerraba, como una ilusión, vertiginosos espectáculos. Los bares míticos de hotel son algo así, un pequeño espacio cósmico en el que cabe todo.

 

[Img #10307]Creo que nadie como Luis Buñuel ha llegado a definir mejor lo que debe ser un bar. Lo escribió en sus memorias, esa biografía de apabullante sinceridad que tituló Mi último suspiro: “En los bares he pasado las horas más deliciosas de mi vida. El bar es también para mí un lugar de meditación y recogimiento, sin el cual la vida es inconcebible. Son lugares para pasar largos ratos de ensueño, hablando rara vez con el camarero y casi siempre conmigo mismo, invadido por cortejos de imágenes cada cual más sorprendente. El bar tiene que ser ante todo un ejercicio de soledad”. Hasta aquí casi de acuerdo con el genial aragonés, aunque a continuación suelta otras perlas más discutibles: “Toda clase de música, incluso música lejana, tiene que estar absolutamente desterrada de los bares. Y si el local está en un sótano mejor, ya que hay que desconfiar de todo paisaje”. En esta escueta opinión, sobra decirlo, se reflejaba la austeridad y el rechazo a la mundología de las que hizo gala el director de cine durante toda su vida.

 

Luz, calma, confort

 

En lo que sí comulgamos es en otros detalles imprescindibles del bar de hotel. Por ejemplo, la tranquilidad, la iluminación general o la luz ambiente un poco oscura o discreta (lo que no impide que las mesas estén suficientemente iluminadas) y, absolutamente fundamental, que el bar sea muy cómodo, lo que implica un interiorismo con buena moqueta o piso acogedor que cercene el ruido de la pisadas, sillas y sillones a ser posible de cuero con respaldo de media luna, y una cierta amplitud entre las mesas para poner un velo educado a las conversaciones. Luego, lo puramente decorativo es un asunto menor, ya que cada geografía tiene sus representaciones e iconos favoritos.

 

[Img #10310]Por dónde empezar este recorrido de bares de Europa con pedigrí para conocer historia y leyendas dignas de compartir un buen trago. Dado que este modelo de lugar que nos gusta frecuentar bien podría ser un escenario de La Dolce Vita, partimos de Roma, concretamente del Hotel de Russie (Via del Babuino 9) y su recóndito y exquisito Stravinskij Bar, con sus notas pianísticas a media tarde y su oferta de Martinis secos que haría ablandarse al James Bond más duro, o a Picasso y Jean Cocteau, que aquí fraguaron sus bailes cubistas mientras cogían limones desde los balcones de sus habitaciones contiguas. La fastuosa oferta que acompaña al copeo o al aperitivo –considerado el mejor de Roma– de frutos secos, de olivas gordas y fragantes, de brochetas impensables, y la cristalería tenue y elegante como el servicio, invitan a romances inesperados en su Jardín Secreto o en esa oval Piazza del Popolo de revolucionaria concepción que dejó a un lado el concepto clásico de espacio cerrado abriéndose e incorporando las laderas cubiertas de pinos del Pincio como magnífico telón de fondo. “El tiempo regresa” era el lema de Lorenzo de Médicis. Roma y el mejor cóctel esperan aquí a los que no tienen prisa.

 

De la capital del Lazio nos vamos a otro destino italiano, si cabe, con más glamour: Capri y el recoleto hotel La Palma, en la Via Vittorio Enmanuelle 39, un establecimiento que conjuga admirablemente el dolce far niente que destilan sus aposentos con un interiorismo devoto de tiempos espléndidos convenientemente actualizado. De este hotel dijo el príncipe Francesco Carvita di Sirignano : “Hay dos maneras de conocer el mundo: una es recorrerlo, la otra es sentarse en la terraza de La Palma y esperar a que el mundo pase”. Solo se le olvidó al aristócrata un detalle: con una copa de limoncello o con unos de los combinados que han diseñado los mejores barmans italianos con este licor –tipo el Caipicello, el Surriento o el Passion Night– la contemplación es más seductora.

 

Otro paisaje relajante e inesperado es el lago Holler en el Dorint Park Hotel de Bremen, la ciudad alemana de los músicos y de esplendoroso casco antiguo. Este hotel se halla un poco alejado del centro, en el parque Burger, un frondoso remanso de paz, y es uno de esos edificios centroeuropeos con porte de balneario en los que se recluía la alta sociedad para curar espíritu y cuerpo. El hotel enamorará a los románticos empedernidos por sus maravillosos salones acristalados con vistas envidiables, por su atención de vieja escuela y, por lo que nos trae, por su coqueto y lujoso bar para fumadores, con su minúscula barra y botellero de tiras de caoba y con esos sillones de cuero de auténtico lujo donde ejercer con parsimonia el ritual de encender y paladear un veguero de los importantes. Un espacio idóneo para leer Puro humo, del gran Guillermo Cabrera Infante, con una copa de balón de cristal fino en la que el barman haya derramado lentamente un “agua de vida” con carácter.

 

[Img #10309]Un bar no es lo mismo que un café, aunque hay casos excepcionales en los que ambos modelos se funden, caso del Imperial de Praga (Na Porici, 15), uno de esos hoteles nirvana a los que hacía referencia el gran Manu Leguineche al contarnos las historias que en ellos acontecieron y los personajes que reposaron en sus estancias. El Imperial depende de la hora del día para ser calificado como bar, pues siempre hay un hueco o retiro para tomarse un licor entre sus impresionantes columnas como palmeras y su atmósfera art nouveau. También mezcla de bar y café es el del melancólico Gran Hotel Terminus, en Bergen, la puerta de los fiordos. Un hotel que amaba especialmente Amundsen, el explorador noruego, del que cuelga una gran fotografía con sus colegas de aventuras posando allí mismo, como esperando en esa sala de infinita quietud y espartano mobiliario a los viajeros que por fin han encontrado su destino.

 

Lo de la distinción entre bar y café se aprecia especialmente en París, ciudad en la que es difícil encontrar bares de los que predicamos, pero que es abundante en admirables cafés. Las terrazas, las mesas pegadas y los camareros con delantal sirviendo un pastis con su vaso de agua lo dejamos para otra crónica, así que recomendamos uno de los pocos bares que realmente nos siguen engatusando en la ciudad de la luz. Es del hotel Costes (Rue Saint-Honoré 239), uno de los chic de la capital y prácticamente una marca que trasciende la hostelería con discos de música electrónica y negocios varios. Pero su bar practica ese recogimiento indispensable ya apuntado; es como un refugio dorado dentro de un maremágnum de salas por las que lo mismo desfilan gentes guapas ávidas de los sonidos y espectáculos de sus famosos dj´s como ejecutivos y amigos solo con el interés de tomar una copa de su fastuosa carta de champanes o destilados.

 

Hacedor de felicidad

 

[Img #10308]En esta historia que les cuento falta algo innato al gran bar, el verdadero protagonista además del cóctel sensato. Me refiero al barman, a ese hacedor de felicidad que bien merece un monumento. He escrito barman aunque también debería poner barwoman, palabra que no sé si existe pero que dejamos aquí sellada para hablar de un par de gigantes de este universo de sensaciones y placeres. Damas y caballeros entramos en el Savoy de Londres, el hotel que dirigió en su momento César Ritz, que tuvo como jefe de cocina a Auguste Escoffier, en el que Mary Quant lanzó al mundo la minifalda y en el que ejerció como maestra coctelera la mítica Ada Coleman rompiendo todos los esquemas con sus combinados creativos. Ubicado en el Strand, la calle de los periodistas, el legendario bar del Savoy (me refiero al American Bar, no al más moderno Beaufort Bar también allí ubicado y en el que sirven cócteles más actuales) es aún un reducto de clasicismo en todos los sentidos. Lo importante, con todo, es situarse, ya que entre estas paredes se cinceló la historia contemporánea de la coctelería, en parte gracias al sucesor de Ada en la barra, el legendario barman Harry Craddock, promotor del libro que constituye la Biblia del sector, el Savoy Cocktail Book. Un libro que guarda como un tesoro nuestro bartender más internacional, Javier de las Muelas, propietario y promotor de otra de las marcas actualmente de referencia internacional: Dry Martini, que está aterrizando en los mejores hoteles del orbe y que en nuestro país cuenta con dos direcciones de lujo: el bar del gran Hotel Meliá Fénix madrileño, con su “contador” de estos short drinks, y el del hotel María Cristina de San Sebastián, remodelado con gusto exquisito y siempre palpando la vida de Donosti y de las estrellas del celuloide.

 

Un último suspiro para el bar de hotel que posiblemente condensa la quintaesencia de estos caladeros de gentes con ganas de tomarse un buen trago mientras se evapora la vida o se entera uno de ella. Es el bar del hotel Palace, frente al Congreso de Diputados de la capital española; y no el denominado hall anexo que emula los invernaderos de Kew Garden londinenses, sino simplemente el bar, palabra lo suficientemente hermosa para dejarla aquí fuera de intrigas palaciegas y mercantiles y que se merece esa otra máxima de la intemporalidad: no hay que ir a la moda sino estar siempre de moda.

 

 

 

De hielo, de lujo...

 

Con biblioteca llena de rarezas, con obras de arte, hechos de hielo... Las propuestas de los bares de hotel son incontables a lo ancho y largo del orbe. Uno destaca por contradictorio: las mejores vistas al viejo comunismo (Plaza Roja, Kremlin) las tiene el O2 Lounge Bar del hotel Ritz de la capital moscovita, donde el trago sale por un dineral.

 

 

 

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.