Sabores lejanos

En busca del origen de la vainilla en la isla de Taha’a

Lunes, 30 de Mayo de 2016

Tras el azafrán, esta conocida vaina es el condimento más apreciado del mundo. Viajamos hasta la isla de Tahití, donde se poliniza a mano la orquídea que brinda esta exótica, frágil y deliciosa especia. Manena Munar

[Img #10352]Cinco archipiélagos de origen volcánico componen Tahití y sus islas. Una extensión tan grande como Europa cuyo protagonista es el mar. Papeete, la capital, supone el pulmón económico de todas las islas gracias a su puerto y a las empresas y comercios que han ido creciendo desde que la reina Aimata Pomare IV se trasladó a la ciudad y la erigió capital a mitad del s. XIX. En Papeete hay que visitar el famoso Marché (mercado), donde familiarizarse con las frutas y hortalizas tropicales, la artesanía popular y, sobre todo, con la importancia de las flores en el mundo tahitiano. El Museo de Tahití y sus Islas es imprescindible para conocer la historia de la Polinesia Francesa. Y el de Paul Gauguin, para observar el colorido de las islas plasmado en el lienzo. Así como el Marché protagoniza el día, las roulottes son las reinas de la noche. A la orillita del mar, en la coqueta plaza de Vaiete ornamentada con farolas de hierro y presidida por un quiosco de música, las caravanas ocupan el bulevar. Cada una ofrece un tipo de gastronomía; nativa, china, francesa, dulce o salada. Le acompañan zumos tropicales y la cerveza Hinano que, si llamativo es el emblema de una bella tahitiana, delicioso es su sabor a buena cerveza.

 

[Img #10354]Una vez vista la tranquila y atractiva urbe de Papeete, llega el momento de decidir a cuál de las 118 islas dirigirse. La balanza se inclina por las Islas Leeward, las de Sotavento, al oeste del archipiélago de La Sociedad. Huahine, Raiatea, Tahaa, Bora Bora y Maupiti tienen en común ese mar esmeralda-turquesa transparente que muestra con diáfana claridad los fondos repletos de corales, coloridos peces e incluso tiburones tigre que, según juran por allí, son pacíficos y juguetones. Las coronas de flores adornando los cabellos de mujeres y niñas, la vitalidad de la gente y los tatuajes son rasgos comunes en los tahitianos, como lo es esa sensualidad con la que bailan el tamure balanceando caderas y brazos al ritmo de las olas. Sin embargo, cada isla tiene su peculiaridad. Raiatea es la isla más grande de Sotavento y en su capital, Uturoa, se está desarrollando la ostricultura. Le diferencia del resto de islas el fluir del único río navegable, el Pa Faaroa, y sus rías Faaroa, Opea y Faatemu. En Huahine, cuyo nombre insinúa el sexo femenino, está Fare, el más pintoresco de los puertos, y la isla ofrece la naturaleza en estado puro. Aún poco visitada por los turistas, guarda lugares sagrados como el templo Marae de Maeva al norte, en Huahine-Nui, y cuenta restos arqueológicos polinesios de hace un milenio.

 

Maupiti es la joya escondida, una Bora Bora en miniatura con muchos de sus encantos y otros genuinos propios, como son los restos del templo Marae Vaiahu, un puntal en el culto de los nativos y su extensión de plantaciones de sandías. Bora Bora suena a dulces lunas de miel. Razón no le falta. El aterrizaje en uno de sus motus-islotes corta la respiración. En Taha’a se enclava el reino de una especia aromática. Por eso se la conoce como la “isla de la vainilla”.

 

Orquídea madre

 

[Img #10353]La procedencia de la especia vanilla tahitensis es tropical, se dice que llegó de Filipinas. Su nacimiento resulta bastante insólito. Porque si su aroma y su sabor son únicos, exquisita es la flor que la engendra, una variedad de orquídea planifolia de cuya polinización hermafrodita crece la semilla en forma de vaina. Su flor grande y llamativa con pétalos blancos, verdosos o amarillos, nace de una trepadora con grandes aspiraciones, ya que puede alcanzar hasta 40 metros, aunque necesita del apoyo de un árbol amigo como el banano al que abrazarse, y de unas cortezas de coco que le pongan los pies en la tierra, pues ella, etérea como es, se conforma con vivir del aire. En las granjas de Taha'a “se casan”–como así llaman a la polinización manual– unas 3.000 flores diarias. Ocurre a partir de las tres o cuatro de la mañana, momento en que la indómita flor decide abrirse en todo su esplendor. Por contra, antes del anochecer muere si nadie se ha casado con ella.

 

El matrimonio de esa aromática vaina ha crecido con nosotros: bien como helado o polo de vainilla, bien como ponche de leche calentita con coñac y una rama de vainilla, o como unas gotas de extracto de vainilla en el flan… La historia de la botánica incide en su peculiar origen. Un buen día alguien con imaginación y tiempo –pudo ocurrir en ¿Filipinas?, ¿Méjico?, en ¿Polinesia o en Isla Reunión?– hizo las veces de abeja y viento y se dedicó a polinizar a mano la orquídea provisto de un minúsculo palillo. Sorprendentemente, de este maridaje nació el condimento más cotizado del mundo después del azafrán: la vainilla, cuyo precio está por las nubes (unos 3.500 euros el kilo). Y no es de extrañar, ya que no solo hay que polinizarla a mano, sino que una vez superado este laborioso trámite , hacen falta 500 kilogramos de vainas que suponen la polinización de 40.000 flores para obtener apenas un kilogramo de vainilla útil.

 

[Img #10355]Pero volvamos a Taha’a, la hermana menor, la protegida de Raiatea, pues ambas se encuentran en la misma y cristalina laguna. Incluso, cuenta la leyenda que antaño Taha’a y Raiatea eran una gran y única isla separada por una anguila sagrada que, poseída por el espíritu de una princesa, fue origen de enfrentamiento entre los reyes de la vecina Bora Bora y Raiatea. En la bahía alargada de Aamene se asientan las granjas de perla negra, oriunda de Tahití y sus islas. Concreciones de perla segregada dentro de la ostra de labio negro denominada en taxonomía Pinctada margaritifera, de finas capas de nácar con sustancias orgánicas de carbonato de calcio en forma de aragonita. Se crían en los viveros de perlas de los atolones y sus colores fluctúan por la gama de grises-negros, pasando por una serie de tonos de una belleza natural indescriptible, como puedan ser el negro verdoso pavo real, el gris verdoso pistacho, el gris azulado lavanda o el misterioso gris oriente, entre otros. Taha’a se comunica al mar por dos amplios pasos que guardan con celo los delfines.

 

La Granja de Moeata

 

[Img #10356]Curiosamente, el aspecto de Taha’a, situada a 5 km al oeste de Raiatea, se asemeja a una flor. Allí viven unos 4.500 habitantes al amparo del Monte Ohiri, antiguo volcán de 590 metros de altura. Se diseminan entre tres valles donde se cultivan sandía, copra y vainilla. El perfume de la vainilla dulcifica el aire de la isla y su sabor protagoniza guisos, dulces y brebajes. De las muchas plantaciones que ocupan la mayor parte de Taha’a , visitamos una de ellas regentada por una mujer fuerte y atractiva, de penetrante mirada. Moeata tiene el encanto natural y dulce de los isleños y ese intrínseco orgullo que emanan por su tierra y por su raza. En sus manos morenas está escrita la historia de la orquídea que ocupa sus días y parte de sus noches cuando cada velada acude a desposar a sus flores. Con voz clara y musical explica el proceso de la preciada orquídea, desde su polinización hasta su crecimiento, cuando se recogen las vainas maduras entre abril y junio. Detalla cómo se secan al sol, poco a poco, perdiendo el 60% de agua, lo que les hace coger un tono marrón oscuro, y muestra cómo se masajea la vaina para distribuir las semillas de forma uniforme. Meses tarda en estar la vainilla lista para su venta a los marchantes o para la elaboración de los productos que Moeata expone y comercia en una cabaña de nipa de la plantación. Entre varas, jabones, exfoliantes, aceites y velas de aromática vainilla, su hija –bella mezcla de la raza polinesia de su madre y con los ojos claros de su padre danés– ofrece a los huéspedes frutas tropicales y leche de coco.

 

No muy lejos de la plantación , Leo y Lolita Moreau son dueños del Hotel Hibiscus al borde de la bahía de Aamene, nombrado en honor a la bella flor que abunda en la isla. Tras visitar la fundación de tortugas, homónima del hotel, y remar a bordo de una piragua por la bahía, Hibiscus hace gala de esta especia hechicera sirviendo un exquisito pescado mahi-mahi con salsa de vainilla y cebolla matizada con un poco de ron, una ensalada con toques de vainilla y una macedonia de frutas en las que no falta el sabor aromático y anisado de la cotizada vanilla tahitensis.

 

 

 

 

Hizo perder la cabeza a María Antonieta

 

Con el tiempo, Taha’a se ha convertido en la gran productora de vainilla de Tahití y sus islas, ya que cultiva el 80% de las 25 toneladas anuales de Vanilla tahitensis, inconfundible por sus toques a pimienta y anís. A Occidente llegó porque el alquimista de la reina Isabel I, allá por el 1602, quien influyó en la corte inglesa para que se incorporara la vainilla en la gastronomía de palacio y así realzar los sabores de helados y dulces. También dulcificó el paladar del reino de Francia gracias a Luis XIV, omnipotente Rey Sol, y posteriormente la joven reina María Antonieta, adicta al dulce, especialmente al chocolate, incorporó la vainilla en muchos de sus deliciosos postres, con los que perdió la cabeza mucho antes de dejársela literalmente en la guillotina de Robespierre.

 

 

 

 

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