Sir Cámara

PLATOS SIN EQUILIBRIOS

Martes, 31 de Enero de 2017

El otro día, poniendo la mesa para la cena, vi en la tele un anuncio de no sé qué que mostraba a alguien con delantal, con las lumbares en tensión y forzando la vista mientras con las manos hacía verdaderos ejercicios de equilibrio con un langostino para colocarlo sobre un montoncito de arroz. Eché un trago de la copa que tenía en la mano, me froté los ojos y vi que llevaba más de un plato con esos langostinos equilibristas hasta la mesa en la que esperaban los espectadores de ese arroz circense. Sir Cámara

 

En la cocina pregunto a mi chica si sabe, o ha oído hablar, de alguna escuela de equilibrismo para langostinos. Sorprendida, pregunta a qué viene esa pregunta boba. Se lo explico, y como la tele ahora es como el cine Exin de mi infancia, que puede ir adelante y atrás, visionamos de nuevo aquél spot del langostino virtuoso mientras comentábamos ciertos excesos en la disciplina del emplatado.  Como un restaurante asturiano, precioso, que vimos también en la tele, creo que en el Canal Huevo, que presentaba sobre una pieza de artesanal cerámica una sinfonía de mariscos enfadados. Digo yo que estaban enfadados, porque cada uno estaba en un extremo del escenario en el que su autor cosecha cada día alabanzas y reconocimientos. Un berberecho, desahuciado de sus valvas, solo, ahí…, triste y mirando a un percebe reposando sobre una espuma de algo que aportaba recuerdos del litoral a una nécora, sorprendentemente sin hacer equilibrios. Leeejos, allá, en un extremo diametral, una vieira plancheada, sola, distante de sus compañeros de sinfonía marina y escasa.

 

Una escasez que me recordaba los tiempos de las mariscadas, cuando se podían comer porque se podían comprar y se disfrutaban. Cuando comíamos camarones como si fueran pipas de girasol en el cine del barrio. Y sin rendir tanto culto a la estética del emplatado, los equilibrios y casi, casi, las técnicas del modelismo. Unos tiempos en los que, con más o menos acierto para hacer apetitosos los alimentos, bastaba con que tuvieran buena pinta y que no fueran escasos; más que nada por justificar lo que se pagaba y que ahora se liquida en eso, en concepto de manipulación artesanal como diciendo: ¡Mire lo que sé hacer!

 

Ya en la mesa, y con la cena delante, comentamos la ordinariez que nos íbamos a zampar, sin artesonados y sin equilibristas marinos o terrestres. Ni más ni menos que un plato, creo recordar que de origen extremeño, que se presenta como es, según caen los ingredientes: el escarapuche.

 

Para quien no lo conozca, lo resumo como un grato recurso para aprovechar lo que nos haya podido quedar de la barbacoa del fin de semana. Exceptuando los trozos de la cuñada, que le gusta la carne calcinada, los trozos más jugosos de vacío, entraña o aguja, se trocean junto con tomates, pimientos verdes crudos, cebolla y unos retoques de sal, pimienta negra, aceite de oliva y vinagre. Así, según cae. Se toma en frío y, si en la familia hay algún pescador y han quedado unos buenos lomos de Black Bass u otros peces, podemos hacer un escarapuche de pescado al que, creo recordar, le llaman jerimoje. Buenísimo, oye. Y  queda sorprendentemente  dignificado el pescado de un día para otro. Y sin equilibrios… Hombre, si apetece, se le puede poner en jarras la aleta dorsal y la pélvica como si el pececito dijera: ¡Aquí estoy yo!

 

Pues eso. 

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