Cara a cara
Telmo Rodríguez, palabra de viticultor

La Compañía De Vinos que lleva su nombre celebra sus primeras dos décadas y él acaba de cumplir los 50 años de edad. Inconformista como siempre, este enólogo –que prefiere ser considerado viticultor– ahora se muestra feliz y satisfecho con lo que ha conseguido, pero no baja la guardia, y sigue defendiendo unos criterios que no suelen coincidir con los considerados políticamente correctos. Paz Ivison
Conozco a Telmo desde hace más de 20 años y le recuerdo casi siempre rebelado contra el mundo. Como un joven atractivo, una especie de James Dean de la escena vinícola española – ¿un rebelde con causa?–. De buena familia, vástago de bodeguero fino, gran entendido en arte, enólogo por Burdeos, idiomas, aprendizaje por todo el mundo y siempre provocador. Dicen que, con la madurez, los incendiarios se vuelven bomberos, pero desde luego este no es el caso de Telmo Rodríguez, quien aunque ahora se encuentre maduro, contento, optimista y orgulloso de sus nuevos retoños –especialmente de Las Beatas, As Caborcas, Pegaso y Altos de Lanzaga, cuyos méritos están conquistando reconocimientos por parte de los mejores críticos del mundo–, su retórica sigue siendo ciertamente inconformista.
Cuando volvió de trabajar y estudiar en Francia, en el año 1989, se unió al proyecto familiar con su padre, en Remelluri (La Rioja) pero decidió dejarlo por elección propia. Y aparte de la dificultad emocional de comunicárselo a su progenitor, le costó una buena ración de percebes en Guetaria, lugar elegido para contarle que se marchaba porque tenía otros objetivos.
Hace tres años ha vuelto a la empresa familiar como responsable directo, repartiendo el trabajo con el de su propia empresa: “Siempre quise hacer de Remelluri el gran Domaine de España, pero mi padre iba por otro lado, no me dejaba. Ahora él está feliz y yo tengo lo que quería”.
Recuerda sus comienzos, recién aterrizado en Rioja tras haber estudiado, viajado y trabajado en diferentes bodegas del país vecino... “Me llamaba mucho la atención entonces que en la Rioja que yo encontré a mi vuelta de Francia se hablaba mucho de proceso, de barricas, de estilos de vino... y todo ello contrastaba con mi gran preocupación por el viñedo”.
Hace veinte años creó, junto a Pablo Eguzkiza, la Compañía de Vinos de Telmo Rodríguez, elaboradora de vinos en zonas diferentes de la geografía española. En aquella época, principios de los noventa, era un joven ciertamente polémico, según unos, conflictivo y rebelde para otros, porque chocaba con un mundo en el que no encajaban sus ideas y conceptos, su lucha por la tierra, el viñedo y el respeto al pasado. Resulta realmente sorprendente que el joven Telmo reivindicara ya entonces el pasado ante personas que tenían muchos más años que él. Sin embargo Telmo es fiel y leal a sus amigos, a la tierra, a sus ideas y a su país.
Las bodegas españolas están llenas de separaciones, no ya de socios, sino ¡de hermanos! Tú sigues con el mismo compañero de siempre...
Pablo es mi socio del alma. Estudiamos juntos en Burdeos, trabajamos juntos en Remelluri, antes de montar nuestra Compañía de Vinos... Él tiene un papel fundamental, básico, pero menos público, más en la sombra. Nunca hemos tenido ni un mosqueo ni un desencuentro. Empezamos con mucha tranquilidad, diferentes sitios, variedades autóctonas un estilo de vino nada exagerado, respetando cultivos, haciendo productos sencillos. No hemos pegado ningún bandazo. Hoy ya tenemos una realidad, una empresa con cierta envergadura, tenemos 80 ha de viñedos y bodegas pequeñitas.
¿Cuál es la fórmula?
Hemos hecho un proyecto con mucha ilusión y dificultad, hemos luchado mucho, ha sido muy duro sacar adelante viñedos... No teníamos medios y hemos sido muy prudentes, aprendiendo, escuchando y cuando hemos aprendido, nos hemos lanzado. Ahora es cuando mejor entiendo a mis vinos. No es cuestión de sabiduría enológica, es más bien como una casa. Hay que comprenderla para sacarle el mejor partido posible, vivirla, observarla mucho, escuchar el sonido de sus rincones, conocerlos, estar encima, probar, pasear, oler... Hay que obsesionarse.
La Compañía tiene una clara vocación internacional y el 87% de la producción se vende en el extranjero. Han trabajado siempre con los mejores importadores porque querían estar con los más exigentes.
Dices que hay que obsesionarse ¿cuál es tu última inquietud?
Rematar lo que empezamos hace veinte años. Nuestra gran preocupación es volver al siglo XVIII. Nada de rioja clásico y rioja moderno. Sólo existen dos riojas, el industrial y el artesanal. Hasta el siglo XVIII Rioja fue artesanal, de familias, de viñedos, de pueblos, todo eso en el siglo XIX desaparece cuando llegan las bodegas industriales. Había vinos muy buenos porque la viticultura y la uva eran muy buenas. Cuando estas mismas bodegas se alejan del modelo de trabajo y de viña, se van degenerando sin darse cuenta. A nosotros nos interesan los vinos de tamaño humano. En Rioja se nos ha olvidado crear grandes vinos y, para ser una gran zona vinícola como lo es, hay que tener productos que sean auténticos iconos. En los últimos setenta años la diversidad de variedades de Rioja ha caído de forma estrepitosa...
¿A qué tipo de diversidad exactamente te refieres?
Verás, la bodega industrial dio la espalda a la viticultura, nunca le interesó. Te voy a dar un ejemplo. En Remelluri tenemos una viña que tiene veinticinco variedades... ¿tú sabías que en Rioja había tantos tipos de uva? Creemos que Rioja es tempranillo. Nos hemos cargado las variedades porque queríamos más uva y más barata. Las grandes zonas tienen que reivindicar a los pequeños artesanos que son los que hacen los mejores productos. Ningún país puede pretender hacer cosas de calidad teniendo la producción controlada por los directores comerciales o gerentes. El gran déficit de nuestro país son los pequeños proyectos, con profundidad y raíz, que ahora están surgiendo entre muchos jóvenes apasionados por recuperar un territorio, un lugar, un vino...
As Caborcas en Valdeorras: 2.000 botellas; Las Beatas, en Rioja: 500 botellas; Old Mountain, en Málaga, 500 botellas de 37,5 cl; Matallana, 5.000 botellas; Pegaso, 9.000 botellas. En el último Wine Advocate, uno de los dos grandes triunfadores de Parker ha sido Las Beatas 2011. Y su Pegaso, de Cebreros, ha sido considerado por la influyente crítica británica Jancis Robinson como el mejor tinto de garnacha del mundo, junto con un Chateauneuf du Pape, Clos du Pape.
¿Fuiste el visionario del nuevo vino de Cebreros?
Casi nadie conocía nada de las garnachas de Cebreros. Es un viñedo espectacular, a una hora de Madrid. Un paisaje de los más dramáticos que uno pueda imaginarse... Empezamos a comprar viñedos cuando ya más del 90% de la viña se había abandonado. ¡Llevaban treinta años quitándola! Siempre que vamos a un sitio nuevo nos gusta atraer a nuevas generaciones de viticultores. Creemos que hemos sido un buen revulsivo para la zona. Es muy interesante este nuevo movimiento de Garnachas de Gredos.
Buscando el sitio desesperadamente. Paso a paso, golpe a golpe. Telmo recuerda los comienzos...
En Ribera del Duero hemos hecho un trabajo increíble con Matallana. Quince años recorriendo los pueblos, hablando con los viejos viticultores del lugar... Hemos tenido que tratar con cuarenta familias en Fuentemolinos para conseguir 6 ha... Sotillo de la Ribera, Roa, Fuentecen, Fuentemolinos y Pardilla. Son los cinco pueblos donde hemos plantado nuestro viñedo. En Málaga, la Axarquía, la niña bonita, hemos invertido en un proyecto que no es rentable, lo sabemos y nos da igual. Hemos tenido el privilegio de haber redescubierto el gusto del famoso Mountain Wine con Molino Real.
¿Cómo se desarrolló el guion de las últimas obras de tu Compañía?
Por ejemplo, As Caborcas, en Valdeorras. Hace seis años encontramos el viñedo. Lo hemos entendido y trabajado y ahora hemos sacado este vino As Caborcas, muy raro, sofisticado, interesante y muy ligado al pasado. Esto es un ejemplo de cómo un viñedo que ha existido desde siempre con mezcla muy rara de variedades, en un sitio muy especial, se puede convertir en un gran vino de categoría mundial. Nosotros recuperamos una zona abandonada hacía cien años y tuvimos la sensibilidad de hacer los muros sin cemento, con piedra seca, plantar e injertar con variedades del pueblo, coger lo mejor de lo que había. Nos costó mucho dinero y trabajo y es una pena que la administración no haya sabido entenderlo y no nos apoyaran. Dijeron que nuestro viñedo no era suficientemente moderno.
Que no era moderno... ¿qué quieres decir?
Pues que no pusimos espaldera, no utilizamos hormigón, no plantamos variedades modernas... El drama de este país es que estamos administrados y dirigidos por gente sin talento. Son la anti-élite. No saben por dónde andan.
Como pueden comprobar, Telmo sigue en su lucha. Por ejemplo, en su defensa absoluta del viñedo en vaso. Odia a la espaldera tanto como las, mal llamadas, variedades mejorantes –“¡Qué terrible expresión. Variedades mejorantes. ¡Serán empeorantes...!”, dice–.
Cuando conocí a Telmo andaba bastante indignado con la manía, entonces reinante, de plantar cabernet sauvignon por doquier. El tiempo le ha dado la razón... Su defensa del cultivo en vaso es probable que también esté llamado al éxito. El tiempo lo dirá. “A ver cuándo arrancamos este garnacho vulgar para plantar variedades más nobles”, decían algunos. Y el garnacho –o la garnacha, tanto monta, monta tanto– es tendencia.
¿Y con las Denominaciones de Origen y sus Consejos Reguladores, qué tal te llevas ahora, veinte años después?
Yo sigo creyendo absolutamente en el concepto francés de las D.O. es decir, preservar un sitio y el sabor de un lugar. Era miembro de un grupo que se llama Renaissance des Apellations, liderado por Nicolas Joly donde se reivindicaba que una denominación es un gusto... ¿Qué significa realmente una D.O. hoy en España? Creo que las hemos mutilado o descafeinado. ¿Qué significa cualquier D.O. si utilizando fertilizantes, levaduras, herbicidas, bacterias, clarificantes, barricas... perdemos el gusto? Hay que preservar y cuidar el gusto de la zona porque se va perdiendo y al final, esa D.O. no se sabe ni lo que significa. Francia tiene la gran cultura del sitio. En un pueblo como Puligny tú tienes unas viñas que la mitad de ellas son Chevalier-Montrachet y la otra Bâtard-Montrachet. Si andas por las viñas de allí, veinte metros es Bâtard y un poco antes, Chevalier. Ese es el gusto que hay que preservar. Tenemos que ser conscientes que es muy fácil perder ese gusto o degenerarlo. Una mala viticultura pierde el gusto del sitio.
¿Las Beatas es la constatación de la vuelta al Rioja del pasado, ese que buscas apasionadamente?
Las Beatas es un viñedo brutal, espectacular, que tuvimos la gran suerte de poder comprar hace quince años. Está en la Rioja Alavesa más occidental, tocando Briñas, que es lo más alto de la Rioja Alta. Cuando vi la parcela tuve un flechazo, era como tocar la Edad Media. Era una parcela de 0,8 ha, de un señor que ya no tenía fuerzas para trabajar con su caballería. Era un viñedo con variedades rarísimas, con densidades de plantación ya desconocidas y en desuso. Lo tuvimos claro, teníamos la oportunidad de elaborar un Rioja del siglo XVIII. Había torrontés, tempranillo francés, granegro, moristel...
¿Y cuál es la receta?
No hay receta, no hay madera, no hay método... hay sitio y paisaje. Estamos en el punto de inflexión de Rioja, que ha pasado del protagonismo de las marcas centenarias al de los sitios... El 80% de la biodiversidad de Europa está en España, somos un país con recovecos y microclimas. Pero no lo hemos sabido entender y hemos hecho los peores vinos de Europa. ¡Llevamos treinta años bebiendo el peor rioja de la historia! Viajo y vendo mucho fuera y veo que tenemos una imagen de vino barato. Somos líderes del vino a granel. ¿Por qué no somos capaces de generar una buena imagen de marca? Es una pena que teniendo la biodiversidad más importante de Europa, teniendo paisajes increíbles, no hayamos sido capaces de trasmitir una imagen de país consistente, auténtico, histórico. Hemos sido muy horteras, nos ha epatado mucho el coche oficial, la gran corporación, etc... y no hemos respetado al buen artesano.
¿Y la mano del hombre en la elaboración acaso no cuenta?
Nosotros hemos recibido de nuestros ancestros mucha información. Creo que nuestro trabajo es entender ese legado y aplicarlo a cada sitio. Por supuesto que un gran vino lo hace el hombre, pero también te diré que ningún gran vino está firmado por un enólogo. Todos los vinos que me gustan están firmados por el sitio y su historia. Y ni siquiera la variedad de uva es un elemento al que hay que dar tanto protagonismo. El que hace realmente el vino es el consumidor, como decía Emile Peynaud, padre de la enología moderna.
Pero el consumidor, joven, llega a un bar y pide un verdejo...
Sí, vale, pide un verdejo, un Rueda… La gran demanda marca que sea barato. Creo que nos estamos cargando la zona, que tiene un potencial de enorme calidad. Es un área muy interesante. Se está matando a la gallina de los huevos de oro como pasó con Rioja, o con los quesos de Cabrales... Se exige menos precio y eso no puede ser si queremos calidad. Además creo que pedir un vino por su variedad es despojarle de su mayor cualidad, que es el sitio, porque nunca un gran vino sabe a su variedad. Nunca un gran borgoña sabe a chardonnay o pinot noir. La variedad tiene que ser un altavoz del lugar. El gusto vuela y se convierte en algo mucho más complejo.
Pero es el modelo americano, especialmente californiano...
En el Viejo Mundo nunca se ha hablado de variedades. Repito, nunca en Romanée Conti se ha enfatizado pinot noir en la etiqueta. Hablar de variedades es de poca altura. De hecho en Francia solo se enfatizan las variedades en los vinos malos. Cuando no tienes nada, hablas de la uva.
Centrémonos en tu trabajo actual en Remelluri.
He vuelto a casa hace tres años, ha sido un proceso natural, he conseguido en este tiempo una buena complicidad con el equipo de Remelluri y la confianza de mis padres. Ellos en los años setenta revolucionaron la zona creando lo que se llamó el primer “château” de la Rioja. Hoy nos toca a la segunda generación ir mucho más lejos. Tenemos historia, nuestra finca fue una propiedad vitícola ya en el siglo XVI, es un enclave plagado de energía; ¡fue trofeo romano y poblado medieval! Es un auténtico proyecto vitícola, con viñas que jamás vieron un herbicida ni agricultura intensiva. Hoy me acompaña mi hermana Amaya, Amaita, antropóloga, doctora por Oxford, inteligente y afinada por Anne Claude Leflayve, propietaria del Domaine Leflaive de Borgoña. Ya trabajamos antes juntos, ella se dedicó a la cultura, fue Directora General de Cultura en el Gobierno Vasco, y yo me dediqué a la Compañía. Ahora volvemos, queremos hacer grandes cosas y también disfrutar y que disfrute nuestra familia. Hemos reducido la producción, hemos elaborado un nuevo vino con las uvas de nuestros proveedores de toda la vida, Lindes de Remelluri, todo un éxito que además nos permite hacer un Remelluri solo de nuestro viñedo antiguo. Remelluri no será únicamente una marca, con este vino también esperamos volver a la Rioja de antes, quizás a la de antes del siglo XVIII.
¿Regreso al futuro? Telmo se despide diciéndome sinceramente: “Yo no soy un tío comercial. Yo quiero vino hecho por gente que sienta la viña”.