Apasionante viaje
Resplandor de Alaska, de crucero por el mar interior

Nos embarcamos por el estado americano hacia un escenario grandioso de estrechos, fiordos y glaciares entre la cadena de islas frente al litoral y la impenetrable cordillera nevada de este extremo del continente. Francisco Po Egea
Remar entre estrellas de mar y focas por una tranquila ensenada en la que desemboca un glaciar. Sentirse empequeñecido y asombrado, la respiración contenida, cuando a 30 metros del kayak, tras un surtidor de espuma suspendido en el aire, aparece con su ritmo majestuoso el arco de un lomo oscuro y, tras un soberbio chapuzón, la enorme cola alada de una ballena rorcual. Contemplar a un oso pardo, en un río o en un torrente, atrapar, en mitad de su brinco, a los rosados salmones en ruta hacia sus lugares de desove.
Son iconos de Alaska. Protagonistas de la excursión de unas horas desde el puerto de Skagway para un pequeño grupo de viajeros del buque Radiance of the Seas, en uno de los días del crucero que recorre las costas de Alaska. Se regresa al barco aterido pero contento. Una ducha caliente, un buen cóctel y una cena gastronómica en el suntuoso restaurante. La naturaleza más espectacular al alcance de la mano y el confort y el lujo, como en un 5 estrellas, para terminar el día.
Desde Vancouver, origen del crucero y durante buena parte de la travesía, el espléndido buque, por sus dimensiones y características, navega por el llamado Pasaje Interior de Alaska, bautizado así porque se extiende hacia el norte entre la costa montañosa, hecha de cabos abruptos, acantilados y glaciares, y la larga cadena de islas que la protegen de los rudos ímpetus de las corrientes del Pacífico Norte. Una ruta muy atractiva por sus paisajes de naturaleza dramática, sus numerosos puertos de acogida, y un clima bastante moderado en las épocas del año en las que se realizan los cruceros, pero con puntos que los grandes barcos no pueden atravesar a cualquier hora, a causa de la estrechez de los pasos y las mareas. Por ello tienen que programar con cierta precisión los tiempos del recorrido y hacer paradas que permiten a sus pasajeros extasiarse ante las maravillosas perspectivas que los encuentros de tierra, agua y nieve proporcionan.
Primera escala en Ketchikan, una ciudad con aroma de frontera. Aquí se construyeron las primeras industrias relacionadas con la pesca a finales del siglo XIX. Pronto famosa como “ciudad del vicio”, pues en ella se reunían pescadores, mineros y leñadores a beber y para visitar a las damas de Creek Street, en el antiguo barrio chino. Hoy, las antiguas casas de prostitución se han convertido en museos y tiendas de recuerdos a la espera de los viajeros. La ciudad posee, asimismo, la mejor colección de tótems del estado.
Aterrizar en un glaciar
Seguimos nuestro recorrido. En Juneau, tercera escala, lo típico es subirse a un helicóptero para sobrevolar los 3.000 kilómetros cuadrados de glaciares que la enmarcan. Se aterriza en uno de ellos. Un paisaje todo blanco salpicado de dientes gigantes llamados nunataks y socavones de un azul purísimo como las aguas de una laguna polinesia. Otra buena excursión es internarse en una lancha por el Stephens Passage. Las cascadas de hielo adornan las montañas, pequeños icebergs flotan sobre las aguas y las numerosas ballenas soplan surtidores de agua mientras se alimentan sobre la superficie.
Los tinglit, primeros pobladores de esta tierra, sostienen el dogma de que los glaciares fueron creados machos y hembras. Un glaciar femenino tiene estrías laterales y morrena. No es activo. Un velo cubre su rostro. Un glaciar masculino siempre está en movimiento, siempre presumiendo, mostrando sus músculos.
Skagway nos espera al final del estrecho Canal de Lynn. Hasta aquí llega el territorio del Yukon, el gran río de Alaska que riega buena parte del Goldrush Country o la Fiebre del Oro de Klondike. El tren del White Pass recorre parte de este camino y es otra de las excursiones desde Skagway.
El gran Malaspina
A la mañana siguiente, bajo un cielo sorprendentemente azul, el aire se sentía frío, pero merecía la pena arrostrar los elementos para contemplar desde la proa del crucero la entrada a la Bahía Yakutat. A babor, el glaciar Malaspina, el más extenso de Alaska, 65 km de ancho y bautizado en honor de su descubridor, Alejandro Malaspina, nacido en Italia pero súbdito español al servicio de Carlos III y al mando de expedición a su nombre. Al fondo, en la ya llamada Bahía del Desencanto, nos espera el soberbio espectáculo del glaciar Hubbard. Pequeños icebergs navegan sobre el mar pizarroso. El barco los aparta sin mella con su casco poderoso. Es el quinto día de navegación. Tiempo muy variable, pero sin los fríos que el nombre de Alaska conjura. El primer atardecer, una docena de orcas había cruzado a proa mientras el cielo se incendiaba con los colores de un pintor impresionista. Cada día, a babor, las islas aparecían cubiertas de niebla, rocas y abetos; a estribor, las montañas lo estaban por la nieve. Se recuerda a Jack London y, como él, se sucumbe al influjo del Norte.
El Hubbard es tan “masculino” que se le conoce como el “glaciar galopante”. Avanza a una velocidad de 30 centímetros al día. A medida que el Radiance of the Seas se aproxima, el flujo de bloques se hace más denso. Llega el momento en que el glaciar arroja tanto hielo que no es posible acercarse más. No se oye el sonido de los bloques al caer al mar desde la cima del acantilado, pero con la ayuda de unos prismáticos es fácil descubrirlos. Un espectáculo propio de la creación del mundo. El sol ilumina el paisaje. Sin embargo, otros días, un cielo cubierto también tiene sus compensaciones. El glaciar, en ese caso, se muestra totalmente azul. Un espectáculo diferente. Razón de peso para volver.
Desde aquí la navegación se hace ya por aguas abiertas hasta llegar a Seward, situada en una península en la intersección de grandes montañas y el Pacífico. A pesar de sus aguas semicongeladas, la Bahía de la Resurrección, protegida por una costa escarpada, aloja una gran variedad de aves y mamíferos marinos que parecen encontrarse aquí para despedir al viajero de retorno a casa.
Filetes de ballena
Entre las diferentes especies de salmón salvaje, el plateado (coho), el rojo (redeye), y el rosado (humpy) son los más comunes en las cocinas de Alaska. Se sirven muy frescos, a la parrilla o poco cocidos, con salsas ligeras. En ocasiones se indica el río del que proceden. También muy común es el fletán, la especie de menor tamaño conocido como chiken halibut, servido a la plancha o en burger. No faltan otros productos del mar: bacalao negro, anchoas, langostinos, almejas y cangrejos. Las huevas de salmón son muy solicitadas, mientras que las sopas de pescado y marisco son bastante habituales. Se acompañan de arroz, patatas o verduras que llegan en barco o avión de Seattle.
El akutaq, plato popular, se prepara empleando bayas y carne sazonada con azúcar, frijoles, ensalada y costillas en salsa de tomate. Más difícil de encontrar, a no ser en una barbacoa privada, es la carne de alce o de reno y raramente la de osos. En los pueblos de pescadores en la costa norte es posible comer carne de ballena, pues cuando se caza una de ellas, solo permitido para el mantenimiento de la comunidad, se reparte entre toda ella.
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