De Mendavia
Barón de Ley, espíritu de vanguardia y corazón de reserva
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La enóloga Mayte Calvo, al frente de la dirección técnica de Barón de Ley, repasa la trayectoria de esta bodega ubicada en la parte navarra de la conocida ahora como Rioja Oriental. Una historia reciente con mucho que relatar. Luis Vida. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
Barón de Ley es una bodega peculiar en varios sentidos. Primero, por llegar en 1985 con ambiciones clásicas a un mundo de casas centenarias. Después, por su ubicación en la provincia de Navarra, villa de Mendavia, en la Rioja que antes se decía Baja y que ahora es Oriental, una comarca sin el brillo mediático de las vecinas subzonas Alta y Alavesa. Desarrollar allí una amplia gama de vinos tradicionales –y otros más arriesgados– es tarea de la enóloga Mayte Calvo, licenciada en Ciencias Químicas y con una carrera profesional que empezó como profesora de bioquímica y prácticas de Microbiología Enológica en la Universidad de La Rioja, antes de hacerse cargo de la elaboración de Barón de Ley en 2009.
En tu caso sí que es cierto, como se dice en los pueblos, que el enólogo es el “químico”.
¡Es verdad! (risas). Cuando estaba terminando los estudios de química descubrí el vino, un mundo apasionante que me maravilló tanto que vi que era a lo que me quería dedicar. Hice entonces el segundo grado en enología para especializarme y, durante un tiempo, solapé mi trabajo de entonces como profesora interina en la universidad con mis primeras colaboraciones en la bodega. Hice unas prácticas en 2001, en 2002 empecé a trabajar, y ahora voy a hacer 15 años en la casa y la microbiología está siempre muy presente en mi trabajo. Saber que hay vida detrás me ha ayudado mucho a entender el espíritu de las fermentaciones y de su evolución, de lo que pasa después en los vinos.
Repasemos la historia. Barón de Ley se funda en 1985 y los primeros viñedos se plantan y compran en 1982. En 1990 salís al mercado. ¿Con qué vino debutasteis?
El primero fue el Reserva. Barón de Ley es una bodega que fue concebida desde el principio para hacer vinos de guarda. Reserva y gran reserva fueron los dos primeros vinos que se criaron allí. Hoy, sigue siendo nuestro buque insignia y supone un porcentaje importante de nuestras ventas. Es el que nunca podemos descuidar, el que no nos puede fallar. Su mayor valor es que es un reserva de una calidad excepcional a un precio muy asequible para el gran consumidor medio. Tiene un carácter afable, redondo, y es un vino no excesivamente complicado, si bien atesora mucha fruta. No necesitas ser un experto ni darle tiempo ni decantarlo: se entrega en cuanto lo pones en la copa y a la gente le llega enseguida.
¿Tiene que ver con este estilo amable la ubicación de la bodega en la Rioja Oriental?
La Rioja Oriental es muy fértil, una tierra ideal para el cultivo de la vid. La producción está asegurada, prácticamente, año tras año, si no se da una catástrofe climática. Básicamente, es el carácter mediterráneo de nuestros viñedos de tempranillo el que nos aporta volumen y grado con mucha amabilidad y redondez. Es un tempranillo muy dócil en una tierra bondadosa en la que es difícil hablar de un terruño único. En las 220 hectáreas de nuestra Finca los Almendros hay zonas más calizas, otras más pedregosas…
Se dice que es una de las mayores fincas vinícolas unitarias de la Rioja.
Es un gran proyecto que vino con la búsqueda de la calidad desde la viña. Teníamos que aprovisionarnos de nuestra propia uva y, además, de todas las variedades que existían en Rioja: graciano, maturana, garnacha… De aquí la riqueza de mimbres que tenemos ahora para construir vinos. Estamos en torno a unas 650 hectáreas, que nos permiten abastecemos de uva casi al completo, aunque seguimos manteniendo contratos con unos poquitos productores de Mendavia, la villa más próxima.
Esta apuesta por el viñedo os sitúa entre los mayores propietarios de Rioja. ¿Solo en la subzona Oriental?
Paulatinamente se han ido adquiriendo distintas parcelas. Nuestra filosofía es hacer los vinos desde la viña. En la villa de Cenicero, en la Rioja Alta, se compró viñedo antiguo de tempranillo y algo de graciano que se usa para el gran reserva, un vino en el que buscamos el carácter del Atlántico, esa frescura que puede dar la Rioja Alta. Es otro tempranillo que el de la Rioja mediterránea, más fresco y longevo porque la acidez le ayuda a envejecer mejor.
¿Fue fácil entrar en un mercado de marcas centenarias de gran prestigio con vuestra apuesta tan moderna y “francesa”?
Esa fue la idea inicial: una bodega enclavada en un entorno natural y con un edificio singular en el centro –el monasterio benedictino que estaba en la propiedad cuando se fundó la bodega– donde se crían los vinos del viñedo que rodean la propiedad. Cuando entras en Barón de Ley puedes trasladarte al Médoc francés. Pero nos ha costado un trabajo extra hacernos valer y que se asuma que hacemos vinos de guarda como las bodegas de antaño pero sin tener más de un siglo. Quizá aún más trabajo por estar ubicados en La Rioja que entonces se decía “Baja”. Por el lado bueno, aunque respetemos profundamente la tradición, eso nos permite no estar tan encorsetados.
¿En qué categoría incluiríamos el Finca Monasterio?
Cuando Gonzalo Rodríguez entró en 2000 como asesor en el grupo, se le pidió un vino “de pasarela” y decidió hacerlo de la Finca del Monasterio y con un cuidado exclusivo en su elaboración. Ya se nos conocía por los reservas pero se buscaba un tinto para sacar pecho, un “modelo” que lucir en los acontecimientos.
¿Cómo funciona la bodega con dos enólogos? ¿Os lleváis bien?
Con Gonzalo tengo una simbiosis perfecta. Son tantos años trabajando juntos que tenemos el mismo espíritu enológico. No estamos juntos todo lo que quisiéramos pero hay veces que, solo hablando por teléfono, le transmito mis sensaciones de las nuevas añadas que estamos elaborando y él ya se hace la idea completa. Es un lujo trabajar con el “Messi de los vinos”, un auténtico artista con el que aprendes muchísimo.
A partir de ahí, la gama de Barón de Ley se ha ido ensanchando. Por ejemplo, con los varietales. ¿Cuáles ves más prometedores?
La gama varietal surgió cuando entró en producción el viñedo de la Finca los Almendros. Empezamos con las tintas: tempranillo, graciano, garnacha y maturana, que va a ser un elemento fundamental en el futuro de los grandes tintos de Rioja. Comenzamos a cultivarla a raíz del trabajo de investigación de la universidad e hicimos una primera y pequeña plantación experimental de cinco hectáreas con la que vimos su gran potencial, así que ampliamos el viñedo cuando fue autorizada por el Consejo Regulador de la Denominación. También nos está dando grandes resultados la garnacha blanca, que empezamos a trabajar en Tres Viñas y que ahora sale como varietal. Tiene muchísimo potencial y un carácter muy riojano; es muy bondadosa y acompaña de forma ideal a la viura, que es el esqueleto de nuestros blancos.
Sois una de las bodegas que más apuesta por este tipo de vinos. ¿Está llegando el gran momento de la Rioja blanca?
Está empezando a despertarse el gusto del consumidor por los vinos blancos de Rioja. Nuestra apuesta por ellos es tan importante como por los tintos y nuestro mensaje es que en la zona se han elaborado, tradicionalmente, vinos de guarda de los dos tipos. La última finca que se ha plantado está en Carbonera, Rioja Oriental, a unos 800 metros de altitud en un monte que aporta frescura a las variedades blancas. Tenemos todas las que ampara la Denominación: verdejo, chardonnay, sauvignon blanc… incluso algo de maturana y tempranillo blancos en una parcela experimental.
¿Te gustan más los blancos frescos del año o los tradicionales de guarda?
Me gustan más los blancos criados, me inspiran un profundo respeto. En una de las últimas catas del Consejo me tocaron en mi mesa y disfruté de un auténtico lujo.