Nobleza champenoise

Barón Eric de Rothschild, bodeguero de estirpe sublime

Miércoles, 24 de Enero de 2018

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Ligado históricamente a Château Lafite, el noble filántropo abre una nueva senda en el universo de los espumosos, una selección de premier cru y grand cru de la zonas de Côtes des Blancs y Montaigne de Reims. Javier Vicente Caballero. Imágenes: Jean Pierre Ledos

 

No recuerdo la primera vez que tomé champagne, pero sí, de alguna manera, cuándo tuve conciencia del vino, y yo tenía menos tres o cuatro meses. Porque mi madre, embarazada de seis meses de mí, dejaba Francia huyendo de los alemanes [aproximadamente, febrero de 1941] y paró en Lafite y se tomó una buena copa de vino. ¡Creo que soy feliz desde entonces!

 

Mis memorias del champagne remiten a una vieja tienda de caviar en París. Era producto del mar Caspio, regentada por un hombre muy mayor, con cuatro o cinco estanterías repletas de grandes espumosos. Caté un magnum de Veuve Cliquot, de 1934, rosé. Compré todas las existencias. Tengo varias botellas de aquéllas.

 

Nunca tuve deseos de juventud de ser un winemaker. Eso me llegó después. Ocurrió cuando empecé a visitar a menudo Lafite y encontrarme a mi adorable tío [Élie], que gestionaba la bodega. Eran los años 60-70, cuando el vino todavía era bastante impopular, no era una bebida icónica como en la actualidad. Con 22 años mis amigos y yo solíamos ir allí los fines de semana, porque está muy cerca del Atlántico. Yo fui conociendo a toda la plantilla, al viticultor, a los trabajadores, la metodología... Cuando mi tío dejó la bodega se tomó la decisión de que yo me hiciera cargo.

 

No soy un experto, no hago el ensamblaje en nuestro champagnes. Lo hice en Lafite durante 40 años. Mi deber es asegurarme de que todo el equipo esté preparado, que esté cualificado para esta tarea. Cuando llega la cata, y considerando su precio de venta, nos asegurarnos de que estamos elaborando tan buenos como los mejores. Y mi responsabilidad es colocar la marca muy arriba en el mercado. No hay nada más aburrido que vender un mal vino. ¡Eso es una pesadilla!

 

Me encanta nuestro brut porque es un champagne que tiene cuerpo, muestra estructura, carácter; el blanc de blancs, por supuesto, es más seco, más pedregoso, pero magnífico; el rosé tiene un color espectacular y, aunque yo no lo bebo con frecuencia, resulta divertido, puesto que es símbolo de fiesta, de animación... Todos son un resultado de una exclusiva selección de los premier cru y grand cru que se hallan en Côtes des Blancs y Montaigne de Reims.

 

Con nuestros champagnes, perseguimos personalidad, estilo, ser distintos al resto. Nuestra saga ha querido lanzar algo novedoso con nuestras referencias, pero que a su vez recupere la esencia de los champagnes más tradicionales, tal como yo los recuerdo desde hace años. Durante seis generaciones hemos permanecido juntos, transmitiéndonos los conocimientos de unos a otros y eso nos ha permitido alcanzar nuevos proyectos y avanzar hacia nuestras metas.

 

Hemos desarrollado muy bien nuestro mercado en Estados Unidos. Tenemos gran acogida en Japón, en Alemania, y ahora en España entramos de la mano de Bodegas Palacio 1894. Estamos muy contentos de estar en contacto con un grupo de gran fortaleza. Tenemos el problema de que aquí hay muy buenos cavas, más baratos... Nos dirigimos a un target que busca algo más elegante y sofisticado.

 

La finura la confiere la tierra, la geología. El problema es vaticinar si los lugares cambiarán: ¿será Burdeos una zona más húmeda? Cuando empezamos a hablar de cambio climático, en los años 80, tuvimos ¡siete grandes cosechas! Es cierto que en Sussex o en Kent [Reino Unido] ya están elaborando muy buenos vinos espumosos, y quizá pronto hagan muy buenos champagnes.

 

No tengo una idea preconcebida de maridajes. No soy iconoclasta para ese asunto de aliar gastronomía y vino. A veces me resulta extremadamente ridículo. Sabemos que podemos tomar un excelente tinto con cuerpo para un pescado muy delicado. ¡Si yo hasta he tomado ostras acompañadas con vino tinto!

 

 

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