Gran viaje
Costa pacífica de Nicaragua, entre volcanes y lagos

Visitamos la región occidental de Nicaragua para descubrir una propuesta turística sensata, original y amistosa con el medio ambiente. Entre lava de tierra honda y el más profundo de los océanos viajamos por un país de contrastes y entusiasmo vital. Saúl Cepeda. Imágenes: Gonzalo Gimeno
“No somos un país pobre, sino un país empobrecido”, nos explica un nicaragüense. No le falta razón. Nicaragua dispone de unas cotas más que aceptables de recursos naturales –que van de lo alimenticio (la pesca y la ganadería) a lo suntuario (el oro)– y, sin embargo, es una de las economías más precarias de América. El pasado, que suele explicar bien el presente, nos dice que desde el siglo XIX Nicaragua ha tenido muy mala suerte en la concatenación de desgracias, la mayor parte de naturaleza humana. Desde el infame y polifacético filibustero William Walker (el único estadounidense que ha presidido un país de Iberoamérica) a la dictadura de Somoza; el devastador terremoto de 1972; la Revolución Popular Sandinista, la posterior guerra civil y las continuas injerencias de Estados Unidos, la Unión Soviética y los cárteles de la droga; el huracán Mitch; la corrupción política…
Para compensar, por contra, este país nos ha dado uno de los poetas más grandes de la historia en habla hispana; uno de los mejores rones del mundo y un paraíso turístico sustentable de inmensa biodiversidad.
La capital nicaragüense, Managua, concentra una sexta parte de los habitantes del país. Está en la región occidental del territorio, en la costa sur del lago Xolotlán (no por nada mana-ahuac, en náhuatl, significa “junto al agua”). Aquí se encuentra el aeropuerto Augusto C. Sandino, la puerta de entrada a este viaje.
Agua y fuego
Nicaragua pudo haber sido la ubicación elegida para la construcción un canal interoceánico como el que hoy existe en Panamá. Lo evitó un sello de un centavo que representaba un volcán nicaragüense humeante. Philippe-Jean Bunau-Varilla, ingeniero jefe de la obra del Canal de Panamá, se encargó de hacérselo llegar a los miembros del Congreso de los Estados Unidos para disuadirlos de su idea alternativa y obtener así financiación para su proyecto, que se encontraba paralizado. Todos los partidos políticos nicaragüenses suelen llevar la idea de crear un canal en su proyecto, pero tan pronto alcanzan el poder, la cuestión cae en el olvido. Sin embargo y a pesar de las posibles ventajas prácticas, cuando uno contempla el lago Cocibolca, el mayor de Centroamérica, no parece una buena idea. La rotunda masa de agua, salpicada por infinidad de isletas y unas pocas islas (que no son otra cosa que restos mayúsculos vomitados hace eras por los volcanes Mombacho, Concepción, Madera y Zapatera), es un ecosistema maravilloso y no cabe el mínimo deseo de verlo invadido por petroleros y graneleros.
En el inmenso lago, casi un mar interior, viven tiburones lamia que se adaptaron a la vida en agua dulce, una peculiaridad a caballo entre lo evolutivo y lo legendario (cada vez son más escasos los avistamientos). Son muchos los islotes de propiedad privada que albergan singulares fincas particulares. Uno de ellos, a la sombra de la Reserva Natural Volcán Mombacho (que cuenta con un completo recorrido de tirolinas), sirve de soporte al sereno Jicaro Island Lodge, impar hotel ecosostenible con apenas nueve “casitas”; un alojamiento perfectamente integrado en su bioma, en el que se despliega un lujo tan atípico como amistoso. A unas tres horas y media en embarcación está la isla volcánica de Omepete –la más grande del mundo de estas características en agua dulce–, en la que existen yacimientos arqueológicos precolombinos de gran valor.
Mármol eterno
De vuelta a tierra firme, la colorida ciudad de Granada nos ofrece una profunda inmersión en el sabor decimonónico del país. Su maravilloso camposanto, patrimonio artístico de Nicaragua, es un viaje prospectivo en mármol a través la cultura, la política y la sociedad de Nicaragua, en el que no faltan los nichos contrapuestos de sandinistas y somocistas, una fúnebre invocación de unas heridas mal cicatrizadas. Muy cerca de esta ciudad encontramos Masaya, localidad que ejerce de punto neurálgico del folclore nicaragüense (famosas son la sincrética procesión del Torovenado o el animado baile de Negras). En la misma región se encuentra el Parque Nacional Volcán Masaya, que existe en torno a una formación eruptiva y una imponente laguna cratérica.
De camino al departamento de León se halla otro volcán, Cerro Negro, uno de los más recientes del planeta, con algo más de un siglo de antigüedad y cuya erupción más cercana en el tiempo tuvo lugar en 1999. Es el único lugar en el que se practica el sandboarding –descenso controlado sobre una tabla por una pendiente de sedimentos secos– en la ladera de un volcán activo, una experiencia que, según se plantee, puede ir de una tranquila bajada al máximo riesgo. No muy lejos, está el volcán Momotombo, también activo. El ascenso libre hasta allí es posible y desde la cumbre se puede contemplar su grandioso cráter desnudo. En días despejados, las vistas perimetrales son espectaculares.
A dos horas de allí está Santiago de los Caballeros de León, ciudad universitaria que muchos nicaragüenses consideran el “cerebro de la nación”. Hay numerosas iglesias de gran interés, entre las que destaca la Catedral de la Asunción, lugar de reposo de los restos del poeta modernista Rubén Darío. A apenas 50 kilómetros hacia el oeste están los balnearios de Poneloya, un pueblo pesquero repleto de casas de verano que nos muestra el océano Pacífico en su rabioso esplendor.
Robinsones 2.0
La costa del Pacífico nicaragüense, desde el Golfo de Fonseca hasta la Bahía de Salinas, está salteada de playas magníficas, la mayor parte de ellas de aspecto virgen debido a las dificultades de acceso que presentan. La pesca deportiva y los deportes acuáticos como el surf o el paddleboarding son frecuentes.
La incidencia de la industria turística en el litoral ha sido mínima y muy respetuosa con el medio ambiente. Entre los mejores hospedajes de la región –e incluso de toda Centroamérica–, por sus recursos y planteamiento sostenible, está la propuesta de la empresaria francesa Claire Poncon con la hacienda Morgan’s Rock, prácticamente una reserva natural privada de 1.600 hectáreas de jungla, un manglar y una playa (la de Ocotal) para 15 bungalós y tres villas. El proyecto, originalmente concebido para la reforestación de maderas nobles, es hoy una apuesta hotelera singular que se funda en la exclusividad extrema y edénica. Las magníficas cabañas, construidas con materiales de la zona o las duchas de agua de lluvia se combinan de manera equilibrada con el wi-fi o las camas con ciclo de aire autónomo, mientras los visitantes acceden a incontables actividades, siempre en paz con las copiosas fauna y flora autóctonas.
Cuestiones palatales
El ron, y concretamente Flor de Caña, es la bebida nacional. La cerveza local de referencia es de la marca Toña, una lager muy suave. La cocina de la zona del Pacífico se caracteriza por el uso de menos pescados y mariscos que en la costa Atlántica, aunque también se emplean. La carne de res –con excelentes cortes y sabor–, la caza y los lácteos tienen una importante presencia en la dieta. Platos típicos son el indio viejo (masa de maíz con carne desmenuzada) o la sopa de queso. Omnipresente es el gallopinto (la combinación local de arroz y frijoles fritos). El punto de picante resulta más suave que en otros países de la zona. Hay gran oferta de cocina callejera, que implica fritos de plátano, carne o queso. El agua, por precaución, debe tomarse embotellada, hervida o purificada.
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