Freak
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El término freak últimamente me está rondando por todos lados, más de lo normal, tanto que me ha hecho reflexionar sobre su uso en la cultura popular y, por supuesto, no se me olvida que estamos en una revista gastronómica, en su nano nicho que es la cultura vínica. Santiago Rivas
Freak, del inglés “raro” es un adjetivo que devino en sustantivo en circos y ferias ambulantes estadounidenses para designar a aquellas personas de forma o características extravagantes por los que la gente, tan morbosa ella, pagaba para verles de cerca y/o en acción. De acuerdo con esta acepción, ser un freak es algo malo, pero merecedor de atención. La mujer barbuda o el hombre pollo serían un ejemplo. Si queréis empaparos bien del concepto, hay una película de 1932 llamada Freaks, del director Tod Browning (el mismo que un año antes rodó la mitiquísima “Drácula”, donde el personaje principal era encarnado por Bela Lugosi) en la que salen muchos seres humanos peculiares reales (aquí no hay CGI) y todo acaba con erótico resultado.
Avancemos. Y lo hago hasta la grandiosa novela documental de Tom Wolfe “The Electric Kool-Aid Acid Test” (1968) en donde por primera vez leo el término freak con otra acepción que, por otra parte, es ahora la vigente.
En esta obra, Tom Wolfe se pasa una temporada conviviendo con Ken Kesey (a su vez autor de “One Flew Over the Cuckoo's Nest”, “Alguien voló sobre el nido del cuco” en español) y sus amigotes “The Merry Pranksters”, anotando sus correrías y gilipolleces para acabar triturándolos en las 462 páginas que tiene la edición española de Anagrama, en la que la rebautizan como “Ponche de Ácido Lisérgico”. La abrasiva prosa de Tom Wolfe es una maravilla: qué bien insulta a los hippies/modernos/flipados. Mi admiración eterna.
Pero bueno, el caso es que es la primera vez que a mí me consta (ojo, que lo mismo hay algo anterior, aunque para lo que vengo a decir ,da igual) el uso de freak como alguien obsesionado con algo no muy ordinario. Estar obsesionado con ganar dinero se llama capitalista, no freak del dinero. Porque depende de cuál sea tu motivo de obsesión, se te aplicará o no; alguien obsesionado con la supremacía racial blanca es un racista, no un freak de la raza blanca; y un especialista en estrangulamientos con calcetines de Intimissimi es un asesino en serie de extraño proceder, no un freak del homicidio.
Sigo.
Con este contexto claro, lo próximo sería la españolización del término en “friki” para designar a gente con interés y dominio en subculturas poco comunes. Alguien especialista en películas de lucha canaria de los 70 sería un “friki” de ese género.Pero este término ha degenerado y se usa sin medida en cualquier afición que se viva con cierta pasión, ya que se califica de “friki”, por ejemplo, a una persona que se disfraza de Luke Skywalker. En origen no debería ser nada “friki” evocar a la saga del cine más exitosa de la historia, pero nada de nada. De hecho, es lo anti “friki”. Se ha desnaturalizado al ser utilizado por la inmensa población mamífera, consciente de su propia existencia, española. No debería convertirte en “friki” nada que tenga que ver con Indiana Jones, pero sí con el “Fantaterror”, no sé si me explico.
Al tema.
Hace poco, en una comida se acercó un periodista deportivo de cierta fama a una mesa en la que estaba yo y algún conocido suyo (también famoso). Al extrañarse este último de su presencia en el sarao, el periodista deportivo se definió como “friki” del vino y ya refiriéndose al resto de la mesa nos informó (a pesar de que nadie le había preguntado) de que en breve iba a hacer una cata de Champagne. De Champagne. Sí, sí, al límite vive este hombre.
Mira: el Champagne es el “Star Wars” del vino, por mucho Selosse sobrevalorado que bebas o Leclapart con ratón que sufras: Champagne es tan popular que no conozco a nadie que no lo haya bebido alguna vez. Si LVMH tiene varias bodegas en una región, es que esa región es mainstream. Pero él volvió a su sitio tan contento después de haber soltado esa afirmación. Después, en concreto, al día siguiente, un amigo cervecero (los tengo, no me avergüenzo), me envió un texto que iba a publicar consistente en dar claves para ser un “friki” de la cerveza. Me provocó extrañeza y se lo transmití, ya que para mí, cuando asocias este término a una cultura tan dominante, me parece que, o es errónea su aplicación, o es peyorativa, pero me explicó que no, que entre ellos se llaman así. Raro, le dije, muy raro. Pero tampoco espero gran cosa de los cerve lovers.
Nosotros, los winelovers, o amantes del vino, no somos “frikis” de nada; bueno, a lo mejor los muy fans de los naturis y vinagrismos, por pura parafilia, un poco. Pero así, en general, no lo somos. Y lo digo antes del fin de semana en el que tiene lugar el concurso de cata a ciegas de Vila Viniteca, una de las pocas fechas en las que el vino como espectáculo recibe algo de atención en los medios. Yo, como winelover de competi, por supuesto participo y alguien, en algún momento, me preguntará qué hay que hacer para convertirse en un “friki” del vino. Y yo le responderé que gastarse 100 euros en inscribirte en un concurso en que te ponen nueve copas Riedel para catar siete vinos cuya media por botella seguro que supera los 100 euros, en un entorno tan susceptible de Síndrome de Stendhal como es la Llotja de Barcelona, queda muy lejos de poder considerarse una obsesión con una subcultura underground o contracultural. La cultura del vino es pura cultura pop.
Pues eso. Que somos winelovers, no frikis, y que si alguien se define como friki del vino es que es un posturitas. Y Champagne está sobrevalorado. Tanto, que en Vila Viniteca es un tormento diferenciarlo de otras DOs, supuestamente, mucho menores. Para mí y para todos. Deseadme suerte. Me va a hacer mucha falta.
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