Santiago Rivas

Sofisticación

Miércoles, 07 de Octubre de 2020

Uno de los pasajes más famosos de la novela “La casa de la alegría” resulta cuando la protagonista de este dramón, Lily Bart, se queja de lo carísimo que es ser rico. Santiago Rivas

Ella lo dice porque pertenece a la alta sociedad neo­yorquina de principios del siglo XX, pero no posee ni patrimonio ni dinero. Que está tiesa, vamos.

 

Por otro lado, tengo un amigo pudiente que no solo está de acuerdo con la señorita Bart, sino que él añade uno de los motivos por los que resulta tan oneroso ser rico: los demás.

 

Él argumenta que, parasitariamente, al lado de la riqueza aparecen numerosas profesiones (me refiero exclusivamente a las legales), con el único fin de com­plicarle la vida a los ricos para que gasten su dinero en estupideces.

 

De manera indirecta, la prensa especializada en lifestyle podría ser una de ellas. Cual Lily Bart, cobran muy poco por su trabajo, pero acceden a un alto nivel de vida con la condición de promocionarla. La gente que cae en estos contenidos, y que se lo puede permitir, pica. Y para los que no, se vuelve un artículo aspiracional. Te comentan que ya no se lleva esta ropa, sino esta otra, que es más ideal; veranear en Marbella está muy bien, pero ahora lo suyo es Formentera o Cerdeña; có­mo no has ido aún a este Relais & Châteaux; o, anda, anímate, que ese triestrellado está en estado de gracia.

 

Ahora toca anécdota propia: hace un tiempo hice de jurado de unos premios vínicos. Dicho sarao, en su agotadora agenda, mete buenas comilonas en restau­rantes de prestigio.

 

En una de ellas, de sofisticado menú en el que no faltaba algo de trufa, delicadas texturas y conjunción de sabores, había algo en varios platos (no recuerdo qué) a lo que eran alérgicos varios comensales. Curio­samente los suficientes como para que en cada mesa hubiera un afectado.

 

La alternativa que dio el restaurante a este grupo de gente fue de lo más punk que he visto en situaciones parecidas. Y es que no optaron por cambiarles un plato o ese ingrediente y mantener el resto. No.

 

Les sirvieron una descomunal ración de huevos ro­tos con jamón ibérico de épico aspecto.

 

La estupefacción que se apoderó de la sala pronto se convirtió en envidia de la peor clase. El sentimiento era generalizado y no se ocultaba. Hubo ruido.

 

Al observar el deseo por lo ajeno que había provoca­do la visualización de tan vista combinación de alimen­tos, cuando nosotros teníamos en nuestros platos foie y caviar, me preocupé de que mi amigo tuviera razón. Y me espantó pensar ser parte de esa maquinaria de la sofisticación vacía.

 

Yo me tomo mi labor divulgativa como una manera de evitarles mis errores a los que me leen, y que aho­rren dinero y, sobre todo, tiempo.

 

Mi objetivo es justo el contrario al imputado por mi amistad. Mi idea es haceros la vida, en lo que al vino toca, más sencilla, agradable y, mientras tanto, entrete­neros. Pero es que, volviendo a los huevos rotos, en una comida en la que se estuviera bebiendo un Pétrus en su punto, ¿alguien miraría con envidia al que optara por abrir un vino de fresqueo? Pues eso.

 

 

SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.