Cavas y champagnes

Viernes, 25 de Diciembre de 2020

Entre los vinos espumosos preferidos por la comensalía española los más valorados son los cavas catalanes, que tuvieron en exclusiva su elaboración durante decenios, aunque este tipo de vinos ya se fabrican con éxito en otras regiones españolas. José Manuel Vilabella

 

[Img #18731]Es, fatalmente, una bebida estacionaria que se consume en las fiestas navideñas, se alarga hasta el 6 de enero y después las botellas que se descorchan descienden sus cifras a cantidades muy poco significativas. Se hacen campañas para romper el hábito y gurús de la crítica y la restauración aseguran que se trata de una bebida espléndida que marida con todo y con una sonrisa de complicidad parece que nos dicen: “Anímese, hombre, échele una manilla al sector e introduzca este maravilloso producto en sus costumbres cotidianas; hágalo por el dichoso producto nacional bruto”. Sin embargo el ser humano es un animal de costumbres y los productos navideños, desde las peladillas al turrón de Jijona, pasando por las frutas escarchadas y el cava, se abandonan hasta las navidades siguientes. Todo el conjunto, con los espumillones, los belenes, incluida la figura del caganer, se dejan abandonados hasta el año que viene si Dios quiere. Las navidades, en estos últimos años, han perdido prestigio. Eso de cenar con personas que odias –los cuñados y concuñados están francamente de capa caída– han convertido las antaño fiestas de la alegría en fechas cuestionadas. “¿Cómo vas a pasar las fiestas, feliz o en familia?”, se pregunta con retintín. La pandemia, que todo lo evoluciona y revoluciona, influirá este año y ya se otea que los cambios serán profundos y, acaso, definitivos. Los cavas son espumosos que, aunque se sea un patriota, no se pueden comparar con los champagnes. El mejor de los cavas no tiene la vitola mágica de su oponente francés, por muy detestable que sea éste. El champagne es el símbolo del éxito, del triunfo, de la alegría. Es lo que emplea el disoluto para seducir a la virginal doncella, lo que los vascos prepotentes dicen que es el agua de Bilbao, lo que descorcha el corrupto con su amante para celebrar el pelotazo. Uno respeta y valora los cavas y los bebe con frecuencia y ama, hasta el delirio, porque tiene una excelente relación con el propietario, a la sidra El Gaitero, pero se quita el chapeau ante el francés. El champagne resulta, en el imaginario colectivo, la más alta representación del lujo y forma con el caviar, las angulas y el jamón ibérico, lo que los pobres creen que comen los ricos. Los precios prohibitivos no los ponen al alcance de las clases medias, cada día más estrujadas y escarnecidas y son un sueño –como fue el pollo asado que imaginaba Carpanta– de los muchos hambrientos que el drama colectivo trajo a todas las naciones. En el mundo del comer y del beber, Francia es la que detenta el poder y en cuestiones vitivinícolas es la que dirige la orquesta. Todo lo que ocurre en el mundo de la gastronomía son anécdotas hasta que los franceses con su savoir-faire les dan el visto bueno y las convierten en categorías.

 

 

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