Entrevista a la artista onubense

Martirio

Martes, 10 de Julio de 2012

Sin abandonar la copla o los boleros, Martirio se reinventa a sí misma con una antología  poética que demuestra cómo detrás de su peineta y sus gafas se esconde una de las cabezas mejor amuebladas de la industria musical española Álvaro López del Moral

 

Apenas acaba de celebrar sus bodas de plata con el mundo de la música cuando María Isabel Quiñones Gutiérrez, más conocida como Martirio, ha comenzado ya a dar otra vuelca de tuerca a su carrera profesional publicando El aire que te rodea, un disco de poesía iberoamericana musicado por el cubano José María Vitier -autor de la banda sonora de filmes como Fresa y chocolate o El año de las luces- en el que pone voz a poemas de Rubén Darío, Gabriela Mistral, García Lorca o San Juan de la Cruz, entre otros muchos autores.

 

Es la enésima reinvención de esta cantante onubense, tan famosa por su peculiar imagen pública como por su capacidad para la interpretación de géneros de la disparidad de la copla, las sevillanas o los boleros. Martirio, genio y figura, acude a nuestra cita en el madrileño restaurante Fuku “arreglá pero informal”, dispuesta a repasar los avatares de una trayectoria que le ha permitido ser testigo de algunos de los acontecimientos más importantes en nuestra historia reciente, a desvelarnos sus preferencias en materia de gastronomía y vinos y a analizar el momento profesional por el que atraviesa.

 

SOBREMESA: Apostar por un disco de poesía a estas alturas, ¿no supone un riesgo considerable?

MARTIRIO: No lo sé. Para mí es un auténtico goce poder cantar estos textos en una época tan convulsa. En mis discos siempre he tenido muy presente el poder de la palabra. Yo elijo lo que canto, procurando que tenga que ver conmigo. En este caso, además, tengo la posibilidad de escenificar y dar voz a las muchas mujeres que llevo dentro. Pienso que, hoy más que nunca, la poesía supone un acto de rebeldía y ayuda a no sentirse solo, porque gracias a ella se puede ver el otro lado de las dificultades y fabricar un mundo diferente al que nos ha tocado vivir. Lo que ocurre es que hay que saber encontrarla, claro.

 

S.: ¿Y dónde está la poesía, según usted?

M.: Creo que reside en la posibilidad que tú te des de estar abierto al hallazgo, y puede estar en todas partes. Incluso en Facebook y Twitter, donde hay mucha gente consiguiendo unas respuestas enormes a base de publicar haikus y versos pequeños. Si tienes que sintetizar un pensamiento para ponerlo en pocas palabras, la métrica puede resultar muy útil.

 

S.: Estos días cumple 27 años sobre el escenario. Cuando echa la vista atrás, ¿qué balance hace?

M.: He tenido la suerte de poder dedicarme a lo que me gustaba y vivir de ello y con ello. Y sigo creyendo en el riesgo y en la honestidad. Me interesa que la gente que va a mis conciertos no salga diciendo lo bien que canto, sino comentando lo que le ha sucedido mientras me estaba escuchando. Ahí es donde me dejo el pellejo, en el amor a lo que hago. Cuando estoy en escena soy como una sacerdotisa que oficia una ceremonia sagrada. Desde el punto de vista profesional creo que he aportado una mirada internacional a la copla, la he hecho asociarse con el jazz, renovándole las letras y aportándole mi toque más personal. Lo que me da bastante rabia es que algunas personas se hayan quedado solo con la Martirio de las sevillanas de los bloques y no sepan todo lo que he hecho después; cómo he ido investigando, fusionando y abriéndome a otros géneros.

 

S.: ¿Igual que el bolero, al que usted asegura haber despojado de machismo?

M.: Ciertamente, lo he hecho, dándole la vuelta y poniéndolo en femenino. Pero siempre teniendo mucho cuidado en no desmerecer la obra y respetando su espíritu original.

 

S.: En cualquier caso, parece que a usted lo que le pierde de verdad es el flamenco…

M.: Cualquier música que venga del grito me modifica, pero reconozco que cuando escucho flamenco se me quitan todas las tonterías. Yo creo que un canto puede hacer una revolución. Y dentro de eso, pienso que, si fuera un vino, el fandango sería sin duda mi denominación de origen. Fue lo primero que canté en mi vida y, en realidad, yo decidí que quería dedicarme a esto cuando escuché los fandangos de Paco Toronjo y vi lo que era realmente partirse cantando y conseguir alterar los sentimientos del público.

 

S.: Mucha gente joven ignora que usted militó en Jarcha, aquel emblemático grupo que puso banda sonora a la transición con su lema “Libertad sin ira”. ¿Sigue manteniendo ese mismo espíritu reivindicativo?

M.: Ser reivindicativo tiene mucho que ver con tu forma de estar en la vida, es un germen que llevas dentro y que te dice “yo no puedo estar bien si los demás están mal”. Por eso intento cambiar conciencias con mis canciones y no dudo en manifestarme junto a los del 15M, con quienes coincido en todas las formas de protesta pacíficas, cívicas e inteligentes que están eligiendo, aunque me gustaría que pudieran canalizar sus energías de alguna forma concreta.

 

S.: Supongo que ese talante suyo le habrá pasado algún tipo de factura. 

M.: Ser quien soy y mantenerme fiel a mí misma me ha obligado a tener que pagar un precio, sí, pero solo es económico. Por eso no me parece relevante.

 

S.: De la canción protesta pasó usted a coplera posmoderna. ¿Qué recuerdos tiene de aquella época?

M.: Fue una etapa muy divertida, expansiva y lúdica, que me ayudó a crear un personaje de alguna manera colectivo. Hay que tener en cuenta que, cuando yo llegué a ese mundo, la copla arrastraba un sambenito importante de banda sonora del fascismo. Entonces yo le di un aire distinto, insuflándole un poco de sentido del humor que le ha venido muy bien de cara a este momento maravilloso que atraviesa ahora mismo, con gente como Miguel Poveda, por ejemplo. Pero no tengo ninguna nostalgia, al contrario; yo voy abriéndome camino al juntarme con personas creativas de la talla de Vitier, Chano Domínguez o mi hijo (Raúl Rodríguez), que además de ser una de las personas que mejor me conoce es un puntal importantísimo en mi carrera y ha sido verdaderamente el productor de mi vida.

 

S.: Si no es indiscreción, ¿cuántas peinetas tiene?

M.: Pues no se me ha ocurrido contarlas, pero una colección preciosa que a lo mejor termino exponiendo algún día. Disfruto mucho con mi imagen, nunca he tenido prejuicios porque me gusta presentarme en el escenario pensando: “La mejor de todas, yo”. Adoro el glamour y la teatralidad. Además eso me permite mantener a la verdadera Maribel alejada de los focos. Sin embargo, nadie me ha dicho jamás: vístete así o haz esto de esa manera. En mí no existen actitudes calculadas: siempre he hecho lo que he querido porque no tenía otra opción. De igual manera, tampoco he guardado para el futuro, aquí no se ha escatimado nada. Quizás no sea la actitud más recomendable, aunque en líneas generales estoy contenta, porque sé que la gente me quiere y puedo decir con la boca grande que no me he vendido nunca.

 

S.: ¿Tan importante le resulta la privacidad como para tener que esconderse detrás de unas gafas?

M.: Para mí es fundamental, sí. Prefiero mil veces mirar a ser mirada y creo que eso se nota, porque yo no voy en taxi ni vivo en una urbanización en el quinto pino. Siempre que puedo procuro desplazarme en autobús. Me gusta estar con la gente. Y no lo podría hacer si me reconocieran.  

 

S.: Además de cantar, es usted autora de canciones clásicas como Las mil calorías, A mí quién me cuida o A reírme y a descansar. ¿Piensa volver a componer?

M.: Sí, en cuanto pueda volveré a ponerme el chándal, sin tacones, eso sí, y me sentaré a escribir un disco sobre las mujeres de mi edad, que hable acerca de lo que hemos ido dejando por el camino y explique de qué estamos hechas, cuántos cambios nos ha tocado hacer y cómo seguimos vivas, jóvenes y esperanzadas.

 

S.: ¿Así es como se siente? ¿Joven?

M.: Bueno, la niña está viva, vigente y la cuido. He vivido mucho de forma intensa y todo eso va quedando y haciendo un poso. Pero tampoco tengo la sensación de haber llegado a ningún sitio definitivo. De hecho, no tengo ninguna cercanía con la jubilación. Sigo arriesgándome con cosas que sé que, económicamente, quizás no resulten las más plausibles y afronto la profesión con espíritu adolescente. Soy como los buenos vinos, mucho mejor ahora que hace 20 años.

 

S.: Ya que saca usted el tema, ¿le gusta el vino?

M.: Mucho, claro; me encantan los blancos del Rin, los tintos de La Rioja, los rosados (aunque me gustan los buenos, muy buenos, luego me quedo con el Peñascal, que es como de andar por casa, pero me encanta). Me chifla sobre todo el cava, lo puedo tomar a cualquier hora. Y luego, si nos ponemos tontos, un Sauternes con un poquito de foie y los vinos jóvenes de Huelva, mi tierra, que son estupendos.

 

S.: Tengo entendido que es una cocinera consumada; supongo que no tendrá miedo de que se le caigan las carnes por los zapatos, como decía aquella canción suya.

M.: Que el cuerpo no tiene la culpa de ná...¡Nada, nada! La ceremonia de la gastronomía tiene una alquimia especial y me encanta juntar mucha gente para comer. Siempre son cosas personales las que se hablan al lado de la cocina. Además, yo soy de las que a mediodía ya están pensando lo que van a poner para cenar. A mí es que un huevo frito me parece un sol azteca. Adoro mezclar cuatro cositas con amor y paciencia para que los demás se deleiten: arroces, pastas, patatas y, sobre todo, pucheros. Mis pucheros son legendarios.

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