Un actor atípico y diferente

Rafael Álvarez El Brujo

Martes, 09 de Octubre de 2012

Defiende el papel de la cultura en una sociedad donde, según asegura, el teatro sigue siendo un arte menospreciado. Haciendo gala de una voz muy personal, esgrime ante Sobremesa los argumentos que le han hecho acreedor de uno de los historiales más solventes de nuestra escena. Álvaro López del Moral

Divertido, entrañable, mordaz, controvertido… Los adjetivos se acumulan a la hora de definir a Rafael Álvarez, El Brujo, uno de los intérpretes más laureados de la escena española, que mantiene estos días una acalorada polémica con el sector feminista radical a consecuencia de su interpretación de algunos estereotipos acerca de las mujeres. Con la sinceridad por bandera, Rafael, quien compagina la puesta en escena de “La odisea” con un monólogo sobre el papel que desempeñan las damas en la obra de Shakespeare, se confiesa un enamorado del eterno femenino y propone encima del escenario un ejercicio de igualdad de género no apto para mentalidades cerradas ni carentes de sentido del humor. Haciendo un alto en su agenda, el actor ha querido conversar con Sobremesa sobre cultura, libertad, derechos humanos y, por supuesto, gastronomía y vino. Unos temas que él considera parte imprescindible de su argumentario existencial.

 

Sobremesa: ¿Cómo se le ocurrió tratar el papel de las mujeres en la obra de Shakespeare?
Rafael Álvarez: Yo tenía muchas ganas de hacer un monólogo sobre su teatro, pero relacionado con las tragedias. Entonces, en unas vacaciones leí un libro de Harold Bloom relacionado con la fuerza de las mujeres en el universo shakespeariano, donde decía que los personajes femeninos de este autor estaban escritos para parecer más fuertes, listos e irónicos que los masculinos. De esa manera se despertó en mí un interés por el tema y decidí montar un espectáculo ligero, que hablara del papel socialmente secundario, aunque superior desde el punto de vista emocional, que les atribuye en sus obras.

 

S.: ¿Debo entender que comparte esta opinión, es decir, que piensa que las mujeres son superiores a los hombres?
R.A.: La extrapolación es algo que dejo abierto al criterio de cada uno; yo le voy a responder y lo voy a hacer mojándome: creo que se trata de una cuestión genética, si bien con eso no quiero decir que todas las mujeres sean listas ni todos los hombres tontos. Hay muchísimas mujeres estúpidas; sin querer caer en el dogmatismo, yo diría que cuando sale una boba no lo arregla ni Simone de Beauvoir ni nadie, salió así la chica y qué se le va a hacer. Pero lo que sí me parece claro, por los años que tengo, es que nosotros somos mucho más torpes desde el punto de vista afectivo, mientras que ellas hacen gala de una madurez y una largueza increíbles.

 

S.: Tengo entendido que esa actitud, que casi podría calificarse como de paternalista, le ha ocasionado unas críticas devastadoras por partes de las feministas. 
R.A.: Lo que ocurre es que el movimiento feminista es muy diverso y tiene una amplia gama de tonos, igual que ocurre con el socialismo. Dentro de esa tendencia política pueden estar los socialdemócratas alemanes, sí, aunque también Hugo Chávez. Entre unos y otros, tal vez exista un abismo, pero todos siguen perteneciendo a una misma familia. Pues lo mismo ocurre con el feminismo; hay uno moderado, realista y eficaz y otro mucho más talibán. El que ha reaccionado de esa manera tan furibunda contra mí ha sido un feminismo inculto y un poco simplón, porque también hay señoras muy concienciadas que vienen a ver la obra, se lo pasan estupendamente y les parece genial.

 

S.: ¿Pero usted considera que a estas alturas el feminismo sigue teniendo una razón de ser?
R.A.: Las propias feministas dirían que aún queda mucho camino por recorrer. Fuera de Europa, especialmente en Asia y África, existen situaciones de absoluta discriminación y hasta de esclavitud, que justifican su existencia. Incluso aquí tenemos a la clásica política que se llena la boca hablando de los derechos de la mujer y luego tiene en su casa trabajando a una señora que no goza de las mismas condiciones, pero eso puede atribuirse a la diferencia de clases o la lucha por la vida. En cualquier caso, está bien que los políticos tengan reivindicaciones que hacer; los nacionalistas viven de eso, de reivindicar el nacionalismo, Leire Pajín tiene que reinventarse su repertorio social para poder volver a presentarse a las elecciones y, en general, nos tienen que vender cosas.

 

S.: Usted siempre se ha caracterizado por no tener pelos en la lengua. Es muy conocida su actitud crítica con la clase política, especialmente en lo que concierne al tema de la cultura. 
R.A.: Creo que uno puede pensar legítimamente que existe un interés real por evitar que la gente acceda al mundo de la cultura en este país. La subida a un 21% del I.V.A. a los teatros, por ejemplo, me parece realmente vergonzante, ya que se podría haber sacado ese dinero de la lotería, del deporte o de cualquier otro sitio. Existe una actitud de absoluto desprecio por el arte que ya viene manifestándose desde la propia Casa Real; porque yo no veo que los Reyes presidan la inauguración de ningún festival de teatro clásico, teniendo aquí certámenes como los de Mérida o Almagro, donde se representan obras del Siglo de Oro español, cuyo patrimonio dramatúrgico conforma la identidad y la esencia de la cultura española. En cambio, con Rafa Nadal o con la selección española no se pierden ni un partido, están al tanto de todo y la gente lo aplaude. Debe ser que quieren que vayamos más al fútbol y menos al teatro. A mí con estas cosas me da la risa y digo que menos mal que los príncipes empiezan a apoyar la cultura y a acudir a algunos conciertos, sí… pero de Estopa.

 

S.: Cuenta con numerosos premios vinculados al teatro, entre ellos la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Sin embargo, escribe sus propios textos y trabaja en solitario. ¿Se considera un actor atípico?
R.A.: Soy distinto a quienes trabajan con un repertorio amplio, pero idéntico a otros que han hecho lo mismo, como el difunto Pepe Rubianes. Simplemente, escribo mis propios textos porque me conozco bien y así me siento más cómodo. Un buen libreto te permite renovarte todos los días dentro de la misma obra, mientras que uno malo se te acaba enquistando. Por eso terminé responsabilizándome de lo que decía.

 

S.: Alguna vez se le ha calificado como de “antigalán”. ¿Está de acuerdo con esa apreciación?
R.A.: Es que nunca he estado en contra de los galanes y, de hecho, ya no los envidio tanto como antes, porque con los años he ido volviéndome un poco como ellos. De joven yo sufría mucho, puesto que me comparaba con Imanol Arias o algunos de mi época, y me veía muy feo, pensaba que no iba a comerme un rosco en la vida. Sin embargo, la ventaja que tiene el tiempo es que nos iguala a todos. Ahora, con esta imagen que tengo, pienso que hasta podría hacer anuncios de colonias francesas. ¿No le parece?

 

S.: Desde luego, ha sobrevivido a un verdadero relevo generacional. Creo que hasta se vio obligado a emigrar en un determinado momento.
R.A.: Cuando era joven estuve trabajando en Alemania durante dos veranos seguidos, sí. Lo hice para sufragarme los estudios. Me busqué un empleo en una fábrica de papel y de cartón situada en un pueblo junto al Rin, donde convivía en barracones con emigrantes yugoslavos, italianos, turcos y, por supuesto, españoles. En aquella época los nuestros tenían que ir todos juntos hasta para enviar el salario por correo, lo que llamaban “echar la carta”, por si acaso alguno se equivocaba y, en vez de meterla en el buzón, la tiraba al cubo de la basura o algo por el estilo. Hoy la situación es completamente distinta; los chavales que se ven obligados a emigrar allí hablan idiomas, son titulados en carreras tecnológicas y tienen un nivel educativo muy alto. Esta situación me parece algo digno de lamentar, porque contribuye al deterioro del patrimonio humano y la riqueza de nuestro país. Pero estamos atravesando momentos muy difíciles; desde mi punto de vista, lo importante sería aprender el porqué de la crisis, intentar extraer una conclusión y sacar algo positivo de una experiencia tan dura.

 

S.: Un defensor a ultranza de la cultura como usted, supongo que incluye dentro de esa categoría a la gastronomía y el vino.
R.A.: Al pensar en gastronomía el primer recuerdo que me viene a la cabeza son los mantecados de Córdoba, donde nací y pasé parte de mi infancia; podía comerme cinco o seis, hasta que mi madre me los quitaba de las manos. Era una auténtica adicción; lo del jamón y la manzanilla fueron hallazgos posteriores. Y luego me encantan los vinos tintos, para comer y como aperitivo. Me gustan mucho los de Ribera del Duero y también los de Rioja, aunque prefiero alguno que no se comercialice de forma masiva, para poder considerarlo mi propio descubrimiento. Indudablemente, la gastronomía y el vino son parte de la idiosincrasia española y, como algo que nos define, puede pensarse que son las bases de nuestra mejor cultura.

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