El español de Parker
Luis Gutiérrez, el hombre de Parker
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Catador apasionado y riguroso. Así es el especialista sobre el que ha recaído la responsabilidad de evaluar los vinos de nuestro país para The Wine Advocate, La publicación más influyente del sector en el panorama internacional. Juan Manuel Ruiz Casado
El pasado 23 de abril, los rumores alcanzaron el rango de noticia. La responsabilidad de valorar vinos de España, Chile y Argentina para Robert Parker recaía finalmente en el catador español Luis Gutiérrez. Esa misma mañana, todavía algún elaborador desinformado cuyo nombre no viene al caso, descolgaba el teléfono para pedir referencias sobre los gustos de Neal Martin, el inglés que sustituyó al polémico Jay Miller como catador de nuestro país para The Wine Advocate. Pero la breve relación profesional de Martin con los vinos españoles era ya historia en la revista estadounidense. El reordenamiento de la plantilla de catadores había dejado a España huérfana en la que sigue siendo considerada la publicación especializada más influyente del mundo, abonando la idea de que a Parker nuestros vinos tal vez le importen más bien poco.
En cualquier caso, y como es lógico, durante el interregno las quinielas se desataron. Todas señalaban a Luis Gutiérrez como un candidato poderoso. Era extraño que su nombre no saliera en las conversaciones sobre el asunto. Él mismo se había encargado de insinuar la posibilidad, aunque es verdad que muy veladamente, en algún tweet. Además se sabía que, casualidades de la vida, había dejado de trabajar en una conocida empresa de embalaje tras veintidós años como responsable de desarrollo de proyectos informáticos y gestión tecnológica. No fue, por tanto, una sorpresa para él recibir la llamada de Lisa Perrotti-Brown ofreciéndole el puesto de catador que había necesidad de cubrir. No pudo más que aceptarlo. Una visita a Baltimore para encontrarse con su jefe y sus nuevos compañeros de trabajo –fotos incluidas, claro– protagonizó su cuenta de Twitter esos días entre cariñosas palabras de bienvenida y felicitaciones de quienes conocen de cerca al nuevo hombre de Parker, un catador excepcional para quien el vino definitivamente ha dejado de ser una afición.
A la profesión por el placer
Nacido en Ávila hace cuarenta y ocho años, informático por la Universidad Politécnica, madrileño de adopción y ferviente apasionado de los vinos del mundo. He aquí, resumido, el perfil biográfico del nuevo hombre de Parker para España, Argentina y Chile. Pero, ¿cómo un simple aficionado, por muy capacitado que esté, llega a formar parte del sanedrín vinícola más decisivo del planeta? Hasta que no tuvo veintitantos años, Luis Gutiérrez no se interesó en serio por beber vinos y mucho menos por conocerlos a fondo. “Parece” –explica– “que el conocimiento del vino, su disfrute, exige una determinada estabilidad. No sé. Digamos que el punto de inflexión podría ser esa etapa en la que, más que salir fuera y acostarte tarde, te apetece invitar a los amigos a una cena tranquilamente en tu casa”. Riojas clásicos y riberas del 92 fueron los principales compañeros de viaje en esos comienzos. Luego llegó (estalló, podríamos decir) la inolvidable añada del 94 y, poco a poco, las posibilidades de comunicación que ofrecía Internet fueron concretándose. Sin ellas nada hubiera sido lo mismo.
Desde finales de los noventa, la percepción vinícola de Luis Gutiérrez dista de ceñirse a la compra de una serie de botellas, más o menos prestigiadas, para compartirlas con unos pocos amigos en el marco de un encuentro privado. “La explosión de Internet” –confiesa el catador- “resultó clave para mi formación. A partir del 95 fui usuario de una web y, en cuanto lo abrieron, compré en Amazon. Pero, al menos en mi caso, la diferencia la marcaron los foros donde coincidí con gente de todas partes que estaba interesada en lo mismo que yo. Recuerdo de manera especial el Wine Lovers Discussion Group. Allí se debatía de todo lo que concernía al vino y aprendí mucho. La comunidad vinícola a la que pertenecía fue ampliándose. Quedábamos cada cierto tiempo y cada uno llevaba sus botellas, las comentábamos, nos las bebíamos, claro. Cuando el gusanillo del vino te atrapa, es una locura”.
De alguna manera, esas reuniones fueron embrión de lo que, por intermediación de Víctor de la Serna, acabó siendo Elmundovino, activo portal vinícola del diario El Mundo en cuya fundación participó Luis Gutiérrez y desde donde –junto a Juan Manuel Ibáñez, Ignacio Villalgordo, Jens Riis, Juancho Asenjo o el mismo Víctor de la Serna, entre otros y otras– ha venido ejerciendo su tarea como catador ganándose fama de profesional exigente, meticuloso, serio y de preferencias (habrá ocasión de matizar esto a continuación) un tanto particulares.
Como guías del gusto que pretenden ser, los catadores tienen su público, sus seguidores, y quienes deciden tenerlos en cuenta solo para hablar mal de ellos. ¿Cuántas veces los elaboradores se muestran partidarios de una mesa de cata o de otra en función únicamente de si en ella sus vinos han sido bien o mal tratados? Pero, al margen de diferencias de opinión sobre marcas y estilos vigentes, nadie puede dudar del rigor y de la elevada cualificación profesional con los que Luis Gutiérrez ha venido ejerciendo la crítica vinícola. El refrendo a esta tarea, antes de la llamada de Parker y de ser condecorado con el Premio Nacional de Gastronomía 2012 a la mejor labor periodística, tuvo su momento de gloria en la segunda edición del Premio Vila Viniteca de Cata por Parejas donde, junto a Ignacio Villalgordo, Gutiérrez se proclamó vencedor. Su imagen levantando los brazos exultante al saber el resultado, vale por todas y cada una de las muchas palabras que hasta ese momento había empleado este wine writer –así reza en su tarjeta– para describir vinos, regiones, variedades y terruños.
El futuro es la diferencia
“Una cosa es el ideal y otra la realidad”. La frase es de Luis Gutiérrez y la conversación versa sobre ese plus de grandeza que cabe pedirles a los vinos importantes con el paso del tiempo. “No se trata solo de que aguanten o se mantengan. Los grandes vinos deben tener una mejora apreciable conforme se hacen viejos. Yo me he preocupado de adquirir vinos para comprobar su evolución. Antes este aspecto se tenía muy en cuenta. Ahora todo va muy rápido. No da tiempo a comprender y a beberse una cosecha cuando ya tienes la siguiente pidiéndote que le prestes atención. Guardar vinos es un esfuerzo económico para todos. También para las bodegas. No hay que olvidar que el vino es un negocio”.
Un ejemplo, esgrimido por el propio catador, ilustra bien estas contradicciones que a menudo se producen entre la calidad del vino, las exigencias del mercado y las necesidades de los elaboradores. “Por lo general” –argumenta– “cuando salen al mercado los nuevos albariños, ya no se quieren los del año anterior. Y lo que pasa con algunos de estos albariños de segundo, tercer o cuarto año es que han evolucionado satisfactoriamente y por eso son distintos. A mí algunos me gustan así”.
Esta concepción del vino en el tiempo, matizada por un goteo de prudencia y realismo que a ratos resulta exagerado (Gutiérrez no quiere nombrar las bodegas que ha visitado en su reciente visita a El Bierzo para no enfadar a aquellas en las que no ha estado), nos conduce a una de las pasiones más conocidas del catador: la Borgoña, región de terruños diferentes y vinos únicos, frutos de unas condiciones de clima y de suelo que los hacen irreproducibles en cualquier otra parte del mundo. En esto, como es bien sabido, consiste su magia. “Borgoña tiene algo que se te escapa y al mismo tiempo te atrapa”, confiesa Luis. “Se trata de un placer que no es inmediato, ni obvio, que yo creo que es más de corazón que de cabeza. Sus estrategias seductoras tienen que ver con el hecho de que no resulta fácil comprenderla. Una vez que la estudias y vas conociendo la cantidad de fuentes, de libros y de estadísticas que nos hablan de cada parcela, de cada vino… Todo esto te atrapa, te acaba cautivando. Es la región donde el vínculo entre el vino y el lugar es más fuerte. Por eso me gusta tanto. Porque los vinos remiten a la tierra de donde proceden”.
A Luis Gutiérrez le gustan los vinos con identidad, que remiten a un territorio concreto y llevan a gala decir de dónde son. Vinos que renuncian a ser confundidos con otros, que persiguen la diferencia. No deja de producir cierta zozobra el hecho de que haya sido a su nuevo jefe, el poderoso Parker, a quien han acusado con permanente tenacidad (Alice Feiring y tantos otros) de haber provocado una insoportable globalización del gusto vinícola. Algo así como la instauración, hoy felizmente en regreso, del reinado de los vinos “cocacola”. “El problema” –explica Luis– “es que las cosas se han sacado mucho de quicio, que nos hemos pasado de frenada como de costumbre. Ha habido novedades muy beneficiosas para el sector vinícola que han acabado perjudicando porque se ha abusado de ellas, porque se ha exagerado. El 100% barrica nueva se ha usado como una fórmula aplicable en todos los casos y es evidente que esto ha uniformado el gusto. Las fórmulas de elaboración a veces han ido contra el terruño, contra la variedad. Sobre Parker me limitaré a contar una anécdota que me parece bastante reveladora. En una de las comidas que tuvimos le hablé de que tenía pensado viajar a San Sebastián, y él rápidamente me propuso que hiciera una cata de txacolís. ¿Alguien es capaz de imaginar un tipo de vino más alejado del gusto de Parker que el txacolí?”
La ceguera es justa, y además lo parece
Sin ánimo de atizar el fuego del patriotismo fácil, la incorporación de Luis Gutiérrez a la plantilla de catadores de The Wine Advocate es una buena noticia para los vinos españoles. Al margen de valoraciones que comenzarán a llegar en los próximos meses, y de la polvareda de críticas que provoquen (es imposible tener contento a todo el mundo), la seriedad y el continuo seguimiento que recibirán las regiones vinícolas españolas, como las chilenas y las argentinas, merecen más que un voto de confianza. A partir de ahora, según explica el propio catador, los vinos de las zonas a su cargo tendrán una presencia notable en The Wine Advocate, si no en las páginas de la edición impresa, sí en la más flexible versión online. Su primera visita de trabajo, como ya se ha apuntado, ha sido a las tierras de El Bierzo pero hasta ahí puede contar. Es comprensible que quiera mantener viva la expectación que se está generando en torno a su persona, sus gustos y sus preferencias. Hasta agosto, mes en el que saldrán sus primeras catas, tendrá al sector en vilo, pendiente de saber si el nuevo juez va a regirse por leyes convencionales o en cambio va a atreverse a aplicar un código distinto privilegiando rarezas y esos vinos de verdad diferentes que tanto gustan al especialista. A lo mejor, quién sabe, encuentra la manera de hacer las dos cosas.
Luis Gutiérrez confiesa estar abrumado y agotado. El ritmo de las degustaciones es alto (140 vinos en tres días, en el caso de El Bierzo) y el catador reconoce que el periodo de rodaje está resultando más brusco de lo que él pensaba. “Voy haciéndome poco a poco a mi nuevo trabajo”, dice. La profesión, a diferencia de las aficiones, estresa y manda, y lo hace hasta el punto de desaconsejar la valoración a ciegas de los vinos. “No descarto catar a ciegas en el futuro pero, por ahora, tengo claro que no debo empezar intentando el doble salto mortal; ya tendré tiempo de hacerlo como a mí me gusta”, se excusa dejando entrever cierta decepción (al menos así lo percibimos nosotros) por haber renunciado a un sistema de cata que, como él conoce mejor que nadie, es una garantía de imparcialidad y de rigor, y una higiénica manera de evitar malentendidos, posibles insidias y acusaciones sin fundamento. Ya se sabe que la mujer del César no solo tiene que ser honesta. Además tiene que parecerlo.
Aunque será a partir de agosto cuando se empiecen a despejar dudas y a resolver incógnitas, lo que parece claro es que los vinos del terruño, sea este de donde fuere, siempre que tengan “equilibrio y frescura”, y siempre que hayan sido hechos “más para beber que para catar”, tendrán su oportunidad de ocupar un lugar entre los mejores a partir de ahora. Con todo, el catador insiste en que lo suyo es la diversidad, la amplitud de miras y el interés por vinos de intención y estilo diferente y variado. Tener la posibilidad de elegir vinos distintos para cada momento, para cada comida, un privilegio para cuyo disfrute ha gastado mucho tiempo y mucho dinero, como demuestra su caudalosa bodega personal (casi nada: 2.800 botellas). Resulta revelador que, a una pregunta por la carmenère de Chile, Gutiérrez exprese su opinión favorable ¡a las cariñenas! que se están cultivando en el país andino. Y es sabido que ha visto con buenos ojos la recuperación de esas variedades (mencía, garnacha) que han enriquecido el discurso un tanto monolítico de la tempranillo y sus sinonimias en España. Valga como botón de muestra su comentario acerca de la decisión de Álvaro Palacios de elaborar L´Ermita exclusivamente con garnacha: “No tengo nada en contra de la cabernet sauvignon, pero ¿de verdad necesitaba el viejo viñedo de L´Ermita a la cabernet para expresarse?”.
Seguro de que la pregunta sobre el significado del 100 puntos Parker acabaría llegando, sin pensárselo dos veces responde: “Un 100 es un vino que hace que se te acelere el corazón, algo que pasa pocas veces”. Las bodegas de Jerez y Montilla, de Jumilla y Alicante, sus próximos destinos, suspirarán por ese número redondo y rentable.