Las perversiones del lenguaje
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José Manuel Vilabella
Me armo un lío con las mayúsculas. No sé si poner Gobierno o gobierno, Papa o papa, Rey o rey; me da la sensación de que si a don Juan Carlos I le quito la mayúscula le corto la cabeza, lo decapito, le acorralo hasta hacerle abdicar en el príncipe Felipe; estas cuestiones gramaticales y ortográficas que parecen secundarias son muy importantes. He decidido dejarme llevar y los lectores atentos notarán mi entusiasmo monárquico o mi tirón republicano en cómo me comporto ante Su Majestad; si le llamo monarca, malo, si le denomino rey, peor. Cuando lo del elefante lo degradé a primera autoridad de la región, lo convertí en gobernador civil, y cuando pidió perdón públicamente me entró un respingo y le devolví la corona. A Franco, sus acólitos, siempre le escribían Caudillo con una enorme ‘c’, pero si le llamas caudillo se queda en nada y si le pones unas buenas comillas y lo denominas ‘caudillo’ lo degradas, lo conviertes en un simple dictador bananero.
En el ámbito cocineril ocurre lo mismo. Cuando nombro a Ferrán mi dedo busca a tientas la tecla de las mayúsculas y le llamo COCINERO, lo distingo de los demás, lo elevo a los altares, lo catapulto al cuadrado de sí mismo. Joan Roca, el segundo en el escalafón y que también va para santo, la mayúscula absoluta todavía no la merece. Le falta un hervor, un no sé qué. Es solo un ‘COCInero’, un genio a medio hacer. No es totalmente sublime; planea, sí, pero no vuela, no hace trompos y volatines, le falta gracia aerodinámica. Si la Michelin concede estrellas yo reparto mayúsculas con tiento, sopesando lo que hago y sometiéndome a cogitaciones muy serias, incluso peligrosas para mi integridad física. La escala cocineril es muy amplia, aquí cabe todo el mundo. En los niveles altos los artistas del fogón me hacen la pelotilla y los de baja estofa me insultan y se cabrean si les llamo presunto cocinero, cocinerete, cocinerín o manazas del fogón. A algunos, y juro que no soy un crítico exigente, los despojo de las letras minúsculas, les quito sus entorchados de sargento chusquero y les pongo ‘cocnero’, ‘conero’, ‘cero’, hasta que se quedan en nada. El cocinero quiere ser artista, lo que le honra, pero si fracasa y no supera las habilidades del artesano deberá reciclarse con urgencia o abandonar el oficio y que pase el siguiente. La cocina es un oficio cruel, sus cuchillos hieren como las perversiones del lenguaje.
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