Chuparse los dedos

Sábado, 01 de Junio de 2013

José Manuel Vilabella

Feo vicio es este de chuparse los dedos. Las urbanidades gastronómicas solo permiten que se utilicen para coger los espárragos de bote con elegante ademán y tal que así, se hunda el grueso espárrago en un mar de mahonesa y se lleve después a la boca con complacencia nunca exagerada. Las señoras decentes procurarán evitar al devorar el espárrago el lenguaje gestual con connotaciones sexuales que recuerden felaciones u otras guarrerías que no vienen al caso; hay que procurar que el espárrago no sirva de burla y cuchufleta de los compañeros de mesa. La historia de la gastronomía se reduce a la evolución del menaje. El primero en llegar al banquete fue el cuchillo, años después apareció la cuchara y por último surgió el tenedor. Los platos, vasos y copas fueron apareciendo poco a poco igual que las fuentes y demás adminículos.

 

El comer con elegancia solo con los dedos denota que se está ante un caballero con probada donosura. No es nada fácil ser elegante con las armas del gañán y los instrumentos del individuo ordinario y vulgar. El caballero se nota en la mesa por la elegancia de sus movimientos. Se nota su formación en cómo bebe, cómo utiliza la servilleta antes y después de empinar el codo. El sorbedor de sopa se convierte inmediatamente en individuo marginal en cuanto se detectan los primeros chapoteos. Todos sabemos que la sopa sorbida sabe mejor pero la urbanidad es concluyente en este extremo salvo que se sea miembro de la alta curia. Es conocido por toda la cristiandad que el cardenal Rouco es un gran sorbedor de caldo limpio y muy aficionado al queso de San Simón. La tonsura y los ropajes telares, el vestirse por la cabeza y no por los pies y llevar calzoncillos largos en el cerebelo permiten esas licencias culinarias que figuran con letras mayúsculas en los concordatos.

 

El comer con los dedos puede hacerse en las condiciones descritas anteriormente pero el chupárselos después no está admitido desde Nicea. Arréglese como pueda el infractor, límpiese disimuladamente al palmotear la chaqueta del amigo, déjese el pringue en la camisa ajena y que cada cual se arregle en transferir la mugre propia al cándido comensal que tenemos al lado. La vida es así, la mierda va de mano en mano; es como el IVA, al final lo paga el más tonto, el más inocente, el que no sabe utilizar el cuchillo y hacer un descabello estético y artístico con el tenedor.

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