Tan a gusto

Como todos los otoños mi cuerpo presenta curvas indeseables en zonas no apropiadas. Vamos, que he engordado. No podía ser de otro modo tras comilonas en chiringuitos donde mejor no ver el color del aceite de la freidora y siestas de dos horas. Y claro, excusas de cervecita fría por el calor, hoy no paseo por el calor, un heladito por el calor. Por no hablar de los gintonics insólitos que me he tomado, que si no alimenta la ginebra lo hacen los cientos de elementos flotantes con los que te homenajean los nuevos barmans. Habría que encerrarlos en un psiquiátrico pero eso es otro tema. El caso es que me decidí en alianza con mi espejo a sumarme a la sana y económica fórmula del tupper para la oficina. Empecé con ánimo y tras tres días de ensaladas creativas descubrí que cenaba el doble y la balanza no se había desplazado ni un centímetro. El jueves retomé la proteína con una salsa de tomate frito que no logré limpiar ni con cinco pasadas por el lavaplatos. El viernes era viernes y algún día de descanso había que hacer. Vamos, que tras un fin de semana de reflexión con unos buenos vinos en la copa he decidido tirar a la basura todas las revistas con promesas de adelgazamiento, dietas de desintoxicación y planes de vientre liso. Al fin y al cabo, ya llega la época de guisotes con patatas, legumbre y carnes varias y eso sí que no me lo pierdo. Y con un jersey ancho y grueso todo se hace más fácil y llevadero. Como dice mi amiga: una buena capa todo lo tapa. Habrá que aceptar que el sacrificio de una dieta es algo inaceptable para una persona que piensa en lo que va a comer cuando se levanta y hace la compra relamiéndose con placer. Empieza a llover… creo que hoy no voy al gimnasio. Y con lo que me ahorro si no renuevo la tortura del spinning, me compro una cajita de vino.