El ring de los bocadillos
José Manuel Vilabella
Hay un ring imaginario en el que los bocadillos luchan con ferocidad para seducir a los desheredados del universo. “Esto está muy mal”, me comenta el kebab mientras se seca el sudor después de haber noqueado al perrito caliente, que se retira hecho una lástima derramando kétchup a borbotones. Aquello es una escabechina. Cada país tiene su candidato y promociona su bocadillo como Dios le da a entender. Un jurado de mendigos tiene que decidir y el que gana se lleva la pasta. Parece que estoy viendo la publicidad: “Coma el pepito español, el mejor bocadillo del mundo”. Hay solo tres plazas en el palmarés, y como son muchos los llamados y pocos los escogidos la lucha es brutal, despiadada, sin cuartel; para auparse vale todo y los contendientes, que son centenares, practican sin ningún pudor todo tipo de malas artes, desde meter el dedo en el ojo ajeno a la patada brutal en las partes pudendas.
Las majorettes americanas desfilan llevando en volandas a la hamburguesa. Están seguras de su suculencia y de su éxito, cien millones de gordos avalan la bondad del invento. “Mire, caballero, mire qué culo y qué muslos tiene mi señora”, me dice un orgulloso tejano. “Da gloria verlos”, susurra. Ella me sonríe y da en la báscula 163 kilos. La hamburguesa es la reina del placer insano y de un mamporro se llevó por delante a nuestro bocata de calamares. Lo dejó para el arrastre. El sándwich, tan inglés, tan fino y estilista, me guiña un ojo y me enseña sus entretelas; allí cabe todo: el jamoncito de York, el quesito en lonchas y el huevo frito que saca su cabecita amarilla, como si fuera el conductor de un tanque de pan de molde. La selección francesa cuenta con el pan, con la baguette. Así cualquiera. Se unta una porción de foie del bueno, del de oca, y el jurado de hambrientos se viene abajo. Lo francés es lujoso, tiene chic, estilo, tradición. “Saca al bocata de jamón, échale huevos”, me dijo mi segundo pero yo no me atreví y opté por presentar un pan tumaca con anchoas de Santurce. Quedamos los cuartos. Al lado del pódium los de la selección española parecíamos tontos con el diploma en la mano. Ganó la hamburguesa. Desde la grada alguien me gritó: “Baldao, que eres un baldao”. En la mirada de mi mujer noté que mi carrera política se había acabado. En el futuro tendría que currar como todo el mundo; aunque fuese del mismo Bilbao y estuviese casado con una Infanta de España.
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