El tango
José Manuel Vilabella
Reviso mi agenda y, ¡oh, cielos!, me encuentro con la agradable sorpresa de que este mes de octubre hace veinte años que empecé a colaborar en Sobremesa. Ya sé que eso no es noticia digna de mención, que solo forma parte de mi intimidad profesional, que no le importa lo más mínimo a ningún lector de esta publicación. No obstante, como me alegra el suceso, me pongo delante del espejo y qué veo. Pues un chico joven, de barba, alto, guapo, con buena pinta. Me enfado y le digo a mi nieto Santiaguiño que se aparte, que hoy quiero el espejo solo para mí, que deseo contemplarme de cuerpo entero, observar mi rostro lleno de arrugas, mi cráneo mondo y lirondo y, en plan masoca, regodearme con dolor en los estragos que el tiempo ha hecho en mi galanura perdida. El tango, ya saben, dice que veinte años no es nada, pero el tango miente, y la milonga, su hermanita del otro lado de la frontera, mucho más.
Empecé en Sobremesa como crítico y después, brincando de página en página, hice reportajes, noticias, cubrí congresos y, por último, aterricé como buenamente pude en esta página. ¡Ya soy columnista, mamá!, le grite a mi difunta madre por teléfono, y la pobre, que estaba muy sorda, me contestó: ¡comunista, te has hecho comunista! Qué alegría me llevé cuando me dieron una habitación para mí solo y además con ilustradores exquisitos, ahora con el fabuloso Máximo Ribas y antes con el nostálgico José Ramón Ballesteros. Pero en veinte años pasan muchas cosas, demasiadas. El vino se ha sacralizado, el hambre ha vuelto, la crispación se nota en el ambiente, ha subido el pan y María Antonieta le dice a su regio esposo: ¡Qué tontos, pues que coman pasteles! En estos veinte años ha llegado Ferran, el gran artesano del mundo cocineril y después de asombrar al mundo con sus inventos, ha dicho adiós, se ha retirado por el foro y se ha subido a los altares donde es venerado por una fervorosa feligresía. La tapa y la cocina en miniatura se han convertido en nuestra enseña nacional, en nuestra bandera gastronómica. Nunca, jamás, había estado tanto tiempo en una publicación y desde aquí les he mirado a ustedes, a los lectores, y les he visto beber vinos vanguardistas y paladear manjares exquisitos. ¿Que si he recibido cartas? Algunas, poquitas. Los lectores que te aman lo hacen en silencio y los que te detestan te abandonan con un pchsss despectivo. A ustedes, a todos ustedes, les quiero de verdad aunque no les conozca. Son ustedes la familia del otro lado del espejo, los destinatarios de estas cartas de amor. Que veinte años no es nada… Qué tonterías dice el tango.
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