Empáticos, simpáticos y antipáticos

Sábado, 01 de Noviembre de 2014

José Manuel Vilabella

Los estudiosos del mundo cocineril, los expertos de la restauración pública tenemos que distinguir, cuando analizamos el comportamiento de los protagonistas del banquete, entre los simpáticos y los empáticos. Al perfecto camarero, ese señor amable, sonriente, educado y servicial que nos sirve el vino y que transporta con donaire el plato de macarrones, le pedimos que, sobre todo, sea un caballero empático y que se abstenga de demostrarnos que sabe ser simpático. Un simpático corre el peligro de ser graciosillo, ocurrente, chistosillo, cargante, excesivo. El empático carece de esas cualidades y aunque las tenga las disimulará, las amputará aunque sienta un dolor agudo en sus partes pudendas. El empático nunca, jamás, sacrificará a un amigo por una frase brillante, mientras que el simpático en el ejercicio de su cualidad suele convertirse en victimario que va dejando a su paso cadáveres de su ingenio, malheridos de su talento arrollador, víctimas marginales de su superioridad intelectual.

 

El que suscribe es un señor antipático que ha ejercido por dinero, por el vil metal, de hombre simpático. Para hacer eso hay que ser un hipócrita, un falso, un actor; convertirse en un castañuelas cuando realmente se es un borde tiene su mérito. A base de talento y de recursos teatrales hay gentes en la restauración pública que se transforman en todo lo contrario de lo que les pide el cuerpo. Para ser de esa condición hay que tener recursos y ser un tipo brillante y, sobre todo, dominar el arte de la seducción que es la cualidad que debe imperar en las casas de comidas y que es el ingrediente que no tiene precio, el factor común del éxito que configura la carpintería teatral de la farsa cocineril. La seducción debe imperar en las relaciones personales. El maître, cuando nos acompaña a la mesa, debe seducirnos con sus buenas maneras; el camarero, e incluso el sumiller, es conveniente que camuflen sus conocimientos técnicos y no resulten repipis ni afectados; es bueno que disimulen y permitan que el pagano demuestre a sus compañeros de mesa lo mucho que sabe del universo vitivinícola, aunque su ignorancia sea supina y no diga nada más que insensateces. Empáticos, simpáticos y antipáticos se relevan unos a otros para que se produzca el milagro del buen banquete. El comensal, que también forma parte de la representación teatral, colaborará intentando seducir a la señora que tiene a su lado desplegando sus plumas de pavo real y flirteando como un don Juan irresistible, como un casanova de sienes plateadas. El restaurante, con sus fuegos de artificio, es la mentira más bella del mundo.

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