Explorador del terroir
Angelo Gaja, un auténtico geógrafo del vino italiano
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El bodeguero ha pasado de visionario a clásico, innovador e histórico y siempre rodeado de un halo de misterio. No se ha detenido en un solo terreno, explorando el potencial de las distintas regiones italianas. Luis Vida
Angelo Gaja es la historia viva de las mejores tradiciones y las últimas sacudidas del vino italiano. Su bodega familiar, ahora en pleno relevo generacional, tiene adoradores en los cinco continentes y su marca se asocia, de forma natural, al barbaresco, aunque sus mejores crus han renunciado a llevar la denominación y se defienden con sus propias etiquetas. Como tantos revolucionarios, Gaja ha terminado siendo un clásico en vida, un innovador en el club de las grandes casas históricas, que prefiere recorrer el planeta con sus últimas creaciones bajo el brazo y evitar la sobrecomunicación en internet para preservar el misterio.
Su familia tiene un lejano origen español y se manifiesta conocedor y admirador de nuestros vinos. Hace poco estuvo visitando la Ribeira Sacra y encontró “auténticas joyas de la viticultura heroica, que necesitan una gran capacidad de interpretación”. Cree que nuestro país, en conjunto, alberga una variedad sorprendente de vinos interesantes. “Está ya muy presente en los mercados extranjeros y nos habéis ganado porque la relación calidad-precio es mejor que la que ofrece hoy Italia”.
Gaja puso patas arriba el negocio familiar introduciendo novedades como el uso de barricas, las variedades no tradicionales o la creación de unos barbarescos de viñedo único que son objeto de deseo. Sus sonoros nombres tienen mucha historia detrás.
Ustedes son muy creativos con los nombres de sus pagos, que suelen rebautizar…
Empezamos en los años 60 a etiquetar estos viñedos no con sus nombres geográficos, sino con los de nuestras emociones, de nuestra historia familiar. El primero que hice fue a partir de una pequeña parcela de cabernet sauvignon llamada Darmagi, que en piamontés significa “¡Qué pena!”, que fue lo que dijo mi padre, con un poco de humor, porque no estaba muy de acuerdo con una viña así en tierras de Barbaresco, donde nunca se había cultivado. La primera parcela que elaboramos por separado fue Sori San Lorenzo en 1967. Ya tenía nombre –“Secundino”– pero yo no estaba dispuesto a aceptar un vino que, ya por definición, estuviese destinado a ser el segundo: tenía que ser el primero.
Gaja va desgranando un emotivo repertorio de nombres de santos patronos de villas, apodos familiares y toponimias vecinales y locales, como “Sori”, colinas con laderas de inclinación hacia el sur, o “Sperrs”, el viñedo con el que dieron el salto a la vecina y prestigiosa denominación Barolo en 1988 y que significa “nostalgia”, en una nueva vuelta de tuerca a esos nombres “que vienen de nuestro mundo emocional y nuestra historia”.
La entrada de Gaja en Barolo fue sonada porque la marca se había convertido en una bandera del barbaresco moderno. Luego Sperrs en Barolo capturó la nostalgia de su padre por un viñedo idealizado en su primera juventud y, tras eso, vino la entrada en la Toscana. ¿Ha sido fácil interpretar estos nuevos terruños?
Desde 1988, cuando compramos Sperrs, decidimos no acumular más viña en Piamonte. Pensamos que 96 ha, con los viñedos muy fragmentados y repartidos en 28 pagos distintos, era el tamaño ideal para nuestra idea de calidad, pero teníamos energía y sueños para hacer algo más. Y llegamos a Montalcino en 1994, donde Pieve Santa Restituta fue nuestro primer proyecto toscano.
¿Cómo es la emoción del sangiovese frente a la del nebbiolo?
Son uvas de viñedos muy distintos pero tienen algo en común porque son varietales autóctonos y los vinos requieren tiempo para su maduración, no están listos para beber enseguida. Teníamos curiosidad por expresarnos allí.
Angelo Gaja es un torrente verbal que va hilando anécdotas de vacaciones familiares, gustos culinarios y hasta recetas de cocina. El negocio familiar del vino discurre al ritmo de la vida y se va extendiendo por las grandes zonas italianas. “Mi familia solía ir a la playa en Bolgheri. Yo mismo iba en bicicleta y allí fui conociendo a los productores locales, que me incitaron a venir a una zona que se ha desarrollado recientemente y en la que no existe la cultura del terroir. Mario Incisa della Rochetta plantó el primer viñedo de cabernet sauvignon en 1946 para Sassicaia, que fue el vino que encendió los focos sobre Bolgheri. Ahora hay 50 bodegas produciendo vinos a partir de variedades internacionales”.
¿Ha cambiado en algo su forma de trabajar desde la entrada en la Toscana?¿Qué puede contarnos al respecto?
En 1994 me enteré de que existía un estudio cartográfico de los suelos de Bolgheri, hecho unos años antes y que andaba extraviado por las oficinas del municipio. Cuando extendí el mapa sobre cuatro mesas vi que era como un patchwork: 12 o 14 manchas de distintos colores marcando los suelos de roca, arenas, limos o arcillas. Fui a ver a un amigo para que me ayudase a entenderlo y le pregunté algo un poco idiota: “¿Qué color tiene el suelo de Sassicaia?”. Me dijo que amarillo. “¿Y este otro de aquí cerca, qué es?”. Ornelaia. “¿Y este otro?”. Antinori. “¿Y este otro amarillo…?
La última mancha amarilla eran tierras agrícolas de propiedad familiar cuya compra fue una larga odisea. Los hermanos propietarios eran lo que en dialecto local se dice “ca marcanda”, interminables negociadores que no llegaban nunca a nada, hasta que la parte femenina de la familia puso orden. La finca tenía cultivos de cereales, frutales y olivos, y la plantación del viñedo dio comienzo en 1997 para una primera añada 2000 que vio la luz pocos años después.
Los “supertoscanos” fueron vinos-estrella, rompedores de tópicos. La visión internacional del paisaje italiano era posible. Pero hemos vuelto a una viticultura más local, más “terruñista” ¿El viñedo Gaja “global” de Bolgheri es un desafío calculado? ¿Una reivindicación?
Estar aquí es todo un reto. Los supertoscanos despertaron el primer gran interés del mercado internacional por Italia, que después se extendió a zonas como Barbaresco, Barolo y Montalcino. En Bolgheri se pueden hacer vinos de estructura, con cuerpo y músculo, pero en Piamonte preferimos tintos más elegantes. Mis raíces están en lo autóctono, así que he abordado el desafío con un espíritu piamontés, intentando elaborar unos vinos en esta línea.
Cito una frase suya: “la elegancia no necesita la perfección”.
La perfección es algo que no existe en la naturaleza y tampoco en el vino. La opulencia es lo que llama más. Muchos clientes quieren vinos que enseguida se lo dicen todo, con mucho cuerpo y fuerza, pero que ahí se agotan. Los vinos elegantes piden tiempo en la copa, hay que esperarlos. Pero luego crecen y son los que mejor acompañan a los alimentos.
Angelo Gaja describe con minuciosidad el fantástico entorno de Ca’Marcanda: la bodega enterrada y cubierta de vegetación autóctona, bajo la inspiración de “fundir la arquitectura con el paisaje” y con la nueva conciencia ecológica muy presente, aunque no se muestra partidario de utilizar etiquetas como eco o biodinámico, que pudiesen debilitar el poderío de las cuatro rotundas letras de su marca en las etiquetas. Gaja está muy preocupado por el cambio global del clima que percibe desde 1997, el año cálido que inició una serie y que considera que marca el punto de diferencia entre los críticos y consumidores europeos y los norteamericanos, “que recibieron el 97 como la añada del siglo porque estaba muy madura, los taninos eran dulces y los vinos inusualmente fáciles de beber”, en una zona acostumbrada a unos tintos más ácidos y de tanicidad rebelde, que exigen guarda para dar placer.
Algunas de las últimas añadas, tanto en la Toscana como en el Piamonte, han venido muy cálidas y maduras. ¿Corremos el peligro de ver estas viñas convertidas en viñedos del Nuevo Mundo?
Estamos ante un nuevo clima que no sabemos aún cómo manejar. Todos nos hemos convertido en aprendices en la viña, con el problema añadido de que los vinos que nosotros elaboramos hay que juzgarlos no ahora, sino dentro de 10 o 15 años. Pero tenemos una enorme tarea: ser capaces de transmitir al Nuevo Mundo, a los nuevos consumidores en Asia, Brasil o pronto en África, los valores culturales y la inteligencia del vino que tenemos en Europa.