Otra mirada a Alsacia
Estrasburgo
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La capital alsaciana, al este de Francia, es mucho más que la sede de las principales instituciones europeas. Mosaico de múltiples influencias, Estrasburgo conquista al visitante con la arquitectura y la buena mesa como argumentos. Javier Nuño
En busca de la Plaza Kléber, si se sube por la Rue de la Division Leclerc, lo que menos espera encontrarse el viajero es un puesto de comida rápida como sacado de la feria de un pueblo, y junto a él, un tiovivo que a estas horas de la noche, cuando ha empezado a caer una lluvia ligera, parece girar para nadie. La imagen pone un punto de ironía entrañable a una ciudad que siempre fue codiciada por las potencias europeas.
La capital de Alsacia, región francesa desde 1945, es un crisol heterogéneo, un compendio de aportaciones fundidas en la brillante textura urbana. En sus calles conviven los restaurantes franceses y los que muestran su inspiración alemana. Otros conjugan en la carta el foie y la mostaza, los vinos y las cervezas. Son híbridos que de algún modo refrendan los esfuerzos por convertirla en símbolo de la concordia y la unión europeas, buenas intenciones que chocan con los recuerdos menos complacientes de la historia. Uno de los reclamos turísticos de la ciudad, un museo al aire libre donde parecen haberse ensayado todas las maneras de controlar el ímpetu del río, sigue conociéndose como la Pequeña Francia, nombre que recibió cuando Alsacia formaba parte del imperio alemán y que alude al edificio más importante de esa zona: un hospital para sifilíticos.
Si el rugir de la corriente en la Pequeña Francia nos descubre el pasado fluvial de la ciudad –Estrasburgo ha sido una escala decisiva del mapa europeo de las aguas–, la Plaza Kléber muestra un gusto por la arquitectura y el diseño que no hubiera sido posible sin esos beneficios comerciales. Son dos caras de una misma moneda. Aunque con permiso de Broglie, Zurich o Austerlitz, la Plaza Kléber y sus alrededores revelan mejor que ninguna otra parte el satisfecho aire burgués que aquí se respira.
En ese poderoso nudo urbano están las Galerías Lafayette, algunas de las mejores librerías y edificios modernistas que abren hermosos paréntesis en el compacto conjunto de casas de madera vista, a cuyas fachadas se dirigen las cámaras de los turistas. En esta isla urbana, abrazada por el Ill, hay chocolaterías que nada tienen que envidiar a las belgas o suizas (Le chocolat Weiss es un buen ejemplo), y charcuterías que no desentonarían en París, con sus foies de fabricación casera y su oferta de platos preparados llamando a los paseantes desde el escaparate.
Las bicicletas no paran de circular por las callesy plazas de una ciudad declarada por la Unesco Patrimonio Mundial en 1988. La imagen de un universitario cruzando los hermosos puentes del río recoge bien el ritmo de esta metrópoli, que combina el desenfado de la alegre juventud (Krutenau es el barrio que hoy representa las inquietudes estudiantiles) con el rigor y la frialdad de la burocracia.
Turistas subiendo a la torre de la catedral con la esperanza de ver salir el sol; jóvenes que buscan su lugar en el mundo en torno a la Plaza Zurich; comisarios, asesores, especialistas en Medio Ambiente o en parlamentarismo. Estrasburgo convertida en capital de las aspiraciones europeas, escenario de los deseos del bienestar. Una larga avenida, con aire de bulevar parisino, sale desde laPlace de L´Université y conduce a los edificios que han remarcado su sello continental: el Parlamento, el Palacio de los Derechos del Hombre y el Consejo de Europa. El agua del río Ill baña este parque institucional sobre el que ahora se ciernen más dudas que certezas. Claro que el río ya existía antes que toda idea sobre Europa, y por su cauce iban y venían mercancías que cimentaron el esplendor de esta vieja ciudad.
Para no perderse
En Le Village de la Bière, los visitantes tienen a su alcance un magnífico repertorio de sofisticadas cervezas.
En Baumann, además de vinos alsacianos, y de otras regiones francesas, hay una colección de rones elegida con criterio.
No pasa desapercibido el edificio modernista que hay junto al Hôtel Orangerie, en Allée de la Robertsau, a tiro de piedra del Parlamento.
Para comer bien
Au crocodile
Rue de l’Outre, 10
Tel.: 388 321 302
Sigue siendo una de las referencias gastronómicas de mayor fuste en la ciudad. Refinamiento y servicio exquisito, escenario en consonancia con la reputación del lugar (un cuadro ocupa toda la pared del fondo) y esa cocina típicamente francesa que nunca pasa de moda, con el foie y la pintada como emblemas. Carro de postres tentador y gran colección de viejos alsacias en la carta de vinos. P.M.: 100€.
Le Pont aux Chats
Rue de la Krutenau, 42
Tel.: 388 240 877
Ubicado en uno de los barrios de moda de la ciudad, Le Pont aux Chats rebosaautenticidad y carácter. Su decoración desenfadada y acogedora, con pocas mesas y adecuada separación de una a otra, anticipa una cocina con mucho sentido del sabor pero sin olvidarse del equilibrio. A partir del recetario tradicional, los platos de Le Pont se permiten acertados guiños de modernidad, como se aprecia en las vieras con ostras o en el espléndido salmonete sobre una base de gelatina carnosa que se complementa con pipas de calabaza y aroma de curry. Una opción muy aconsejable. P.M.: 50€.
Restaurant Gavroche
Rue Klein, 4
Tel.: 388 368 289
Nathalie y Benoît Fuchs son los responsables de que Gavroche se haya convertido en uno de los restaurantes más solicitados de Estrasburgo. Lasmodernas presentaciones de las recetas nos hablan de una cocina intencionada, que busca estilizar la tradiciónaportando apreciables toques novedosos. Los aficionados a las vieiras no deben perderse el delicado plato que preparan con ellas en este local perfecto para las cenas íntimas. Atinados puntos de cocción para los pescados y correcta selección de quesos. P.M.: 50€.
Le Clou
Rue Chaudron, 3
Tel.: 388 321 167
Excelente ejemplo de mesón popular clásico, donde se rinde culto a la cocina tradicional francoalemana con platos inolvidables tanto por su contundencia como por su generosidad. Sopas de cebolla, codillo (por supuesto), chucrut y ensaladas triunfan en un local que ofrece la posibilidad de elegir un menú que ronda los 20€. Especialmente recomendables resultan los riñones con su poderosa y delicada salsa, así como uno de esos platos que no se olvidan fácilmente: cabeza de vaca a la vinagreta. Quienes no deseen romper la contundencia, lo tienen fácil: hay profiteroles de postre. P.M.: 40€.
Pistas
Pastas y otras golosinas
Uno de los atractivos de Estrasburgo se encuentra en las tiendas dedicadas a la venta de pastas para la hora del té o del desayuno. De todas las formas, colores y presentaciones, ideales para regalar por sus imaginativos envoltorios, las encontrará el visitante en La Cure Gourmande, a escasos metros de la catedral.
Una calle para gastrónomos
Rue des Orfèvres es una calle estrecha y peatonal del centro de la ciudad donde el gastrónomo podrá comprar algunas de las delicias que ofrece la ciudad.
Información turística: www.franceguide.com y www.otstrasbourg.fr