Momento revival
Vinos con aire vintage, el sabor del pasado en la copa

“Nos reímos de la moda de ayer, pero nos emocionamos con la de antes de ayer, cuando está a punto de ser la de mañana”. La frase de Marlene Dietrich define la vuelta a los vinos antiguos, que gustaron a nuestros abuelos y bisabuelos. Luis Vida y Álvaro Fernández Prieto (imágenes)
El concepto vintage no tiene traducción en nuestro diccionario. Pertenece a la cultura global y, curiosamente, viene de la palabra vendimia (“vendage” en francés antiguo). Define objetos que hoy percibimos como clásicos, refinados, artesanos, con estilo y calidad. La palabra hace siempre referencia al original, nunca a las copias u “homenajes”, que son, simplemente, “retro”. Anota la Wikipedia: “El término va asociado a creaciones de grandes diseñadores que se conservan en muy buen estado y tienen gran valor económico, aunque también se puede emplear para cualquier cosa antigua que decidamos sacar a la palestra, siempre que tenga algo que aportar estéticamente, y no sea simplemente vieja”. El secreto está en hacerla revivir de manera original y única.
Los vinos de antes de ayer
En nuestra historia reciente, ayer es cuando el vino dejó de ser un producto de agricultura de subsistencia y pasó a ser cultura urbana, en algún punto entre los años 50 y los 70. Las referencias de esta época viven aún en el imaginario colectivo y más de tres décadas de modernidad no han cambiado la imagen de marcas, zonas y estilos. Para encontrar lo vintage hay que ir más atrás.
Jerez parece la referencia más inmediata pero es un capítulo aparte. La vuelta al primer plano de los blancos españoles que cambiaron el mundo está en marcha, pero es pronto para considerarlos una tendencia “vintage”. Hoy son vinos de culto entre los entendidos y llevará algún tiempo revertir el abaratamiento de su precio e imagen que tuvo lugar durante el siglo XX. Al consumidor medio aún le cuesta asociar con glamour unas marcas que llevan toda la vida viendo en el supermercado, y no precisamente en las vitrinas en las que se guardan las botellas aspiracionales.
En cambio, Rioja sí es irresistiblemente “vintage”. Su esplendor nació en el paso del siglo XIX al XX y perduró hasta la estandarización de los años desarrollistas del franquismo y la transición. Los negociantes llegados de Burdeos en busca de vino que reemplazase al suyo, temporalmente desaparecido por la filoxera, dejaron en la zona el recuerdo de unas formas de hacer que persistieron gracias al aislamiento provocado por la Guerra Civil y las dos contiendas mundiales. El vino siguió siendo como lo habían hecho los franceses desde 1900 hasta la entrada de la industria y nuevos inversores en los años 70. Curiosamente, algunas de estas empresas eran grandes bodegas jerezanas.
Grandes Reservas para los nuevos tiempos
Los grandes reservas de las casas históricas son perfectos objetos vintage que vuelven al primer plano. ¡Quién lo hubiera imaginado en los tiempos de la “alta expresión”! Son la conexión con la grandeza de un pasado anterior al “Baby Boom” y han resistido las sucesivas mareas de vulgarización, mundialización y “parkerización”. A fin de cuentas, los autores de las referencias modernas más codiciadas, los Artadi, Remírez, Eguren y Contador, se declaran grandes admiradores de unos tintos que, durante décadas, fueron el recuerdo de un tiempo desaparecido. Los vinos extremos de López de Heredia, los clásicos a ultranza de La Rioja Alta, o los veteranísimos de Marqués de Murrieta son ejemplos claros de que las maneras del pasado tenían su razón de ser y un indudable encanto. La renovación que ha llegado con los nuevos tiempos puede apreciarse, en la mayoría, en un tono frutal más subido, unas maderas menos añejas y, casi siempre, un estilo más accesible que permite un consumo más temprano, pero siguen siendo, sin duda, bellos objetos llegados de otro tiempo que viven un momento de nuevo esplendor.
Bodegas como La Rioja Alta cultivan esta sensibilidad arqueológica. Sus grandes reservas 890 y 904 son vestigios de otro siglo. Seguramente, ya fueron grandes entonces, pero los avances en viticultura y elaboración los han hecho aún mejores. ¿O nuestros bisabuelos ya disfrutaban de esa fruta jugosa en sazón, discreta pero firme, envuelta en los perfumes de cuero, maderas añejas, especias y tabaco de un elegante club de caballeros? Las etiquetas más asequibles, Viña Alberdi y Viña Ardanza, se mantienen fieles a su historia pero parecen –sobre todo Ardanza y desde su reserva especial del 2001– rejuvenecidas gracias a un preciso “lifting” frutal que preserva su clase, aligera cualquier posible dureza o rugosidad y las devuelve al pódium de los tintos más actuales. La casa considera que esta renovada interpretación está más cerca de sus añadas míticas, como la de 1964, que las versiones, algo desvaídas, de finales del siglo XX.
Este rejuvenecimiento es la norma en otras marcas clásicas que se mantienen, con mínimos cambios, fieles a su perfil histórico. El Imperial y el Viña Real de CVNE vuelven a vivir buenos tiempos, como el Viña Pomal de Bilbaínas en su versión Especial, el actualizado Castillo Ygay de Murrieta, el Prado Enea de Muga y algunas famosas etiquetas más. En los rankings se encuentran con los nuevos vinos de terruño, que han seguido su propio proceso hacia el clasicismo y el refinamiento.
El icono Vega Sicilia
Si hay un vino que es el emblema en sí mismo del vintage, es Vega Sicilia: la etiqueta-mito que nunca ha dejado de estar de moda. Hoy es un Ribera del Duero, pero podría no serlo y no cambiaría nada. Si la denominación se estrenó en 1982, la marca lo hizo en 1864, la friolera de 120 años antes, así que la cuestión de quién prestigia a quién ha sido, esta vez, a la inversa. Los propietarios originales, como los riojanos “afrancesados”, se inspiraron en el Burdeos del XIX para levantar su bodega-castillo, con un viñedo que acogió algunas de las primeras cepas de cabernet sauvignon, merlot y malbec llegadas a España.
Desde la primera añada 1915 del Único, en plena Belle Époque, Vega Sicilia supo ofrecer el encanto de la exclusividad y un perfil distinto al de los tintos “finos” de la Rioja, más opulento y potente. La familia propietaria lo diseñó como objeto de regalo que no se podía comprar y que prestigiaba las mesas que lo servían. Los altibajos que vinieron después con los cambios de propietarios no restaron nada a su imagen como referente de lujo y poderío. Miles de botellas se han arruinado en los armarios de las casas particulares después de pasar décadas como símbolos de estatus, en espera de esa gran celebración que nunca llegaba.
La etiqueta más vintage de su gama es el Reserva Especial, un tinto sin añada que combina varias cosechas. Los enólogos del pasado no confiaban en unas vendimias más azarosas que las actuales y, siguiendo el modelo del champagne, las mezclaban para dar su enfoque particular de la excelencia. Una visión que no pierde impacto aunque los modernos fanáticos del Único se acerquen con reparos, dudando si están ante una genialidad, un monumento o una simple antigualla.
Más allá del Ebro y el Duero
En la Barcelona Art Decó de los años veinte, ningún blanco tuvo la imagen de los semidulces de Alella, una vecina y pequeña población costera que hoy es casi un barrio litoral. La reinterpretación actualizada de este emblema de época ha sobrevivido con gran dignidad a las modas cambiantes y las oleadas varietales.
Sin salir de Cataluña, en 1954 debutó en el Penedés la marca Sangre de Toro de la familia Torres, alcanzando una enorme popularidad como bandera del tinto mediterráneo, rústico y poderoso. Su etiqueta, mil veces rediseñada por los equipos de mercadotecnia, ya no significa mucho, pero una versión actualizada y afinada con el prefijo “Gran” respeta la esencia frutal de sus inicios y supone una puesta al día sin nostalgia.
En la Galicia de 1928, entre cuncas de vinos rústicos, nació la marca Palacio de Fefiñanes en Cambados, el primer albariño que tuvo etiqueta y representó a esta uva en solitario durante décadas, cuando viajaba a las capitales como “souvenir”, en las maletas de las primeras vacaciones de los años del desarrollo. Un objeto de deseo que se mantiene en espléndida forma y ha evolucionado en sintonía con su tradición y fama.
En una filigarana perfecta, un túnel del tiempo, vuelven estilos desaparecidos hace siglos, como los “Sack” de las Islas Canarias. Hay bodegueros arriesgados que han llegado a pujar en subastas extranjeras para poder probar las últimas botellas del siglo XVIII, e inspirarse en ellas para unos nuevos blancos semidulces, minerales y frescos. Es el renacimiento de unos vinos que fueron lo más de su tiempo: toda una aventura vintage y el triunfo de la reinterpretación de los vinos más refinados y cotizados del pasado.
El terremoto ParkerEl cómo nos ven desde fuera cambió con el breve paso del catador Neal Martin por las páginas del Wine Advocate de Robert Parker. El mundo recibía, asombrado, los 98 puntos del Résérve Médoc 1945 de Marqués de Riscal, los 97 del gran reserva 904 de la Rioja Alta, añada 1964, o el Viña Tondonia 1970. Era la confirmación del giro en la apreciación global de nuestros vinos: llegaba el tiempo de la finura, la expresión del terruño, la complejidad y la larga vida en botella. La excepción TondoniaLópez de Heredia representa lo más radical del “vintage” con sus blancos inclasificables, que comercializan, como los tintos, después de unas larguísimas crianzas –casi nunca menos de diez años– en barricas y tinos de roble muy añejos. Las etiquetas, deliberadamente obsoletas, de Tondonia o Gravonia son todo un monumento a los viejos riojas y han mantenido el mismo perfil durante décadas. No hay que perderse su rosado gran reserva, único en su estilo.
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