Viajes con gusto

Descubriendo Persépolis, la ciudad del fuego y la lira

Sábado, 24 de Enero de 2015

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Una visita a los sitios de la Persia clásica incluye un inmenso palacio en el desierto, para impresionar a los súbditos del antiguo imperio, y una ciudad viva, entre jardines, nacida de la poesía. Bienvenidos. Francisco Po Egea

Desde lo alto del acantilado que cobija la tumba de Artajerjes II al amparo de la montaña de la Misericordia contemplo las ruinas de Persépolis, “la ciudad de los persas”. El recinto, protegido por un muro, no abre hasta las ocho de la mañana y el sol ha salido a las seis. “Cuando me permitan entrar, ya estará alto y no podré hacer las bellas fotos de las primeras luces de la mañana”, he pensado al llegar poco después de las siete. Así que, desde las taquillas, he caminado los trescientos metros hasta la doble escalera enfrentada de cien peldaños, cerrada en este momento y por la que se accede a lo que fue una de las ciudades más esplendorosas de la antigüedad. He circunvalado el muro y subido hasta este punto para hacer unas fotos panorámicas y gozar del silencio, la soledad y el espectáculo de una Persépolis desierta.

 

Quiero estar en ella antes de que lleguen los turistas. He rehecho con prisas el camino, conseguido mi entrada unos minutos antes de las ocho y he ascendido las escaleras hasta hallarme frente a los dos impávidos toros alados con cabeza de hombre y barbas asirias, de cinco metros de altura, que enmarcan la puerta de Jerjes o de Las Naciones.

 

Un imperio legendario

 

Junto a ella se extiende el conjunto de palacios y salas de audiencia fundado en el 518 a.C. por Darío I, el monarca más extravagante de la dinastía aqueménide, como centro ceremonial del culto a Zoroastro y, también, con el propósito de intimidar a los sátrapas (gobernadores) de las provincias, y a los reyes súbditos del imperio persa. Símbolo de un imperio que se extendía desde el Indo hasta el Danubio, Egipto incluido, Persépolis acabaría destruida por el insaciable conquistador Alejandro el Magno en el 330 a.C. Su venganza por el incendio de Atenas a manos de Jerjes. Tanta genialidad, tanta grandeza duró apenas doscientos años.

 

[Img #6122]Altas columnas lanzadas hacia el cielo −quedan trece de las setenta que sostenían la techumbre de madera de cedro del Apadana o sala de audiencias, capaz para 10.000 personas−, y secciones y capiteles zoomorfos sobre la arena de aquellas que constituían el llamado palacio de las cien columnas. Paseo entre pórticos, muros y escalinatas sorprendido y extasiado ante las escenas de los bajorrelieves que los adornan. Aquí se congregan veinte pueblos de la antigüedad: etíopes, egipcios, tracios, partos, capadocios, cachemires, etc. que venían a rendir pleitesía a su soberano. Es un desfile de reyes y nobles, de inmortales, de guerreros y sirvientes; figuras de perfil talladas en la piedra pulida a las que el tiempo no ha borrado las facciones de sus rostros, ni los pliegues de sus ropas, ni sus armas, calzado y tocados. Hay esculturas de caballos y de animales míticos, y bajorrelieves donde un león ataca a un toro. Simboliza la lucha entre el bien y el mal, entre persas y asirios. Si ahora impresionan tales magnitudes y belleza, hay que imaginar lo que sentirían los visitantes de la época ante los edificios pintados de colores vivos, con sus columnas y capiteles dorados, y los portones y marcos incrustados de piedras preciosas.

 

[Img #6124]De regreso a la vecina Shiraz, antigua capital persa, a la mañana siguiente, tras contemplar la estampa fortificada de la ciudadela de Karim Kan, en el centro de la ciudad, me he internado sin dirección ni propósito, bajo las bóvedas de ladrillo y azulejos de los intricados corredores del bazar. Desembocan unos en otros sin un plan definido o en antiguos caravansar. En estos, las posadas han sido transformadas en casas de té alrededor de las fuentes donde antes abrevaban los caballos y los camellos de las rutas comerciales. Junto a las tiendas de alfombras tradicionales y tapices de retratos de princesas y huríes, se alternan los puestos que venden pétalos de rosas, de otras flores secas, y una gran variedad de hierbas y especias para ensalzar los sabores de la cocina farsi. Abundan las perfumerías, las joyerías, la alta bisutería y sorprenden las tiendas de ropa interior femenina y de vestidos muy cortos y buenos escotes, en total contraste con las habituales túnicas negras hasta el suelo y pañuelos sobre la cabeza que las mujeres visten en la calle. Pues como nos diría una joven ilustrada: “Antes se solía rezar en privado e ir de fiesta en público. Ahora, desde la revolución de Jomeini, se hace justo al revés”.

 

En los jardines de Eram, en la esquina noroeste de la ciudad donde esta colisiona con las montañas arenosas, las gentes pasean al atardecer alrededor del estanque, entre los altos cipreses y el aroma de los naranjos y de las rosas. Hay parejas, ella y él, o maestro y discípulo, sentadas sobre el césped brillante. Muchas mujeres, el velo azul, rosa o granate, sostenido justo sobre el moño bien levantado para mostrar la parte superior de sus cabellos, me saludan con una sonrisa franca; las mayores, bien envueltas en sus chadors negros, me miran con una curiosidad severa. Un grupo de colegialas, joviales y bulliciosas, me rodean para preguntarme de dónde vengo y cómo me llamo. Ahora son una pareja de veinteañeras glamurosas, los labios bien resaltados en rojo, los ojos enmarcados en negro y con su raya correspondiente, las que en un excelente inglés quieren saber todo de mí, de los hombres españoles y de Occidente en general. No serán las primeras que me confiesen que están hartas del pañuelo sobre la cabeza y su deseo de emigrar, de conocer mundo.

 

Té y simpatía

 

[Img #6123]Por toda la ciudad, en el bazar, en los restaurantes y en los cafés o salas de té encontraremos la misma acogida curiosa, educada y simpática. A los hombres hay que acercarse e iniciar la conversación. Con las jóvenes, son ellas las que responden al menor gesto de aproximación con sus sonrisas francas e inocentes. Mezquitas y mausoleos son otro cantar. A la entrada de algunos, como el Shah−e Cheragh, te cachean, cámaras de fotos prohibidas, pero con aspecto serio y decidido, la mano derecha sobre el corazón: “salam”, y la izquierda en el bolsillo sobre la compacta, no hay problema. Habrá que ser muy discreto y algo ladino para fotografiar desde los patios el conjunto de fachadas, cúpulas y minaretes recubiertos de filigranas de yeso y cerámicas esmaltadas lanzados hacia el cielo lejano y azul, y, a continuación, tras haber dejado los zapatos en las consignas al efecto, el interior, con sus bóvedas y arcos resplandecientes de espejos, de las salas de oraciones y de los santuarios que cobijan los sarcófagos de los hombres santos.

 

El guardián de la pequeña mezquita Nasir−al−Molk, sin embargo, te anima a venir por la mañana de buena hora. Es entonces cuando los rayos del sol atraviesan los ventanales de cristales policromados y proyectan sus colores en una fiesta de azules, granates, verdes y amarillos sobre las columnas y alfombras. Es aquí donde, gracias a una fotografía, he descubierto la existencia de otra mezquita mausoleo que no figura en las guías, la de Seyed Alaeddin Hossein, donde vuelvo a encontrar el ambiente de recogimiento y plegarias en un decorado fastuoso de espejos, mosaicos y arabescos bajo una bóveda grandiosa.

 

He acabado el día en el mausoleo de Hafez, místico sufí del siglo XIV, uno de los grandes poetas persas y cuyos versos parece ser que no faltan en ningún hogar. Es muy sencillo comparado con los mausoleos de los santos islámicos. Un templete rodeado de jardines que cada tarde se llenan de iraníes, en su mayoría mujeres, que vienen a dejar flores sobre su tumba, posan unos dedos sobre el alabastro y recitan alguno de sus poemas. Poemas que ensalzan el amor y el vino. Justo lo que en la actualidad se oculta.

 
 
 

Agenda

 

Gastronomía

 

[Img #6126]El nan, pan de pita plano, ensalada, agua y arroz no faltan en la mesa iraní. Acompañan a la sopa, ash, de lentejas, fideos  o al yogur con ajo, miel y hierbabuena. Un plato común es el dizi, cocido de cordero y garbanzos. El kebab puede ser de cordero, pollo o vaca. Se sirven muslos de pollo o cuello de cordero con salsa de tomate, berenjenas rellenas, habas guisadas con huevo, cabezas y manitas de cordero con ajo, limón y canela. El faláfel es un nan con croquetas de garbanzos y ensalada. Dulces con hierbas o flores secas. Para beber, té y doogh, yogur con sal y menta. Hay cerveza sin alcohol de sabores a frutas.

 

Cómo ir

 

Varias compañías vuelan desde Madrid, Barcelona y Bilbao a Teherán, Shiraz, Isfahan y Tabriz con escala en Estambul o en los Emiratos.

 

Visado

 

Embajada de Irán: Jerez, 5 Madrid. Tel.: 913 450 112/116. También en www.iransara.es. Para estancias de 15 días, Visa on arrival.

 

Moneda

 

Un euro = 40.000 riales. Cambiar en las casas de cambio. Ni tarjetas de crédito ni cajeros. Necesario llevar euros o dólares para toda la estancia.

 

Transportes interiores

 

Buena red aérea. Autobuses muy confortables y muy baratos, así como los taxis. Trenes lentos entre las principales ciudades.

 

Hoteles

 

Shiraz Homa*****, Park Hotel Shiraz ****, Niayesh Boutique y Sasan.

 

Persépolis se halla a 60 km. Taxi = 15/20 euros para 5/6 horas. Incluye el desvío a las grandiosas tumbas de Naqs-i Rustam, excavadas en un acantilado. Pertenecen a Darío I y otros tres reyes persas.

 
 
 

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