Vinos alternativos

Se habla con mucha ligereza de “lo alternativo” para tratar de envolver lo convencional, lo clásico, en unas premeditadas dosis de cultura sobredimensionada. Podríamos decir incluso que “lo alternativo” es algo que antepone los méritos artísticos frente a los inevitables y fríos conceptos económicos. Sir Cámara
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“Lo alternativo” se ha diversificado de una manera sorprendentemente desaforada hasta llegar a penetrar en las más clásicas disciplinas del arte. Sin ánimo de llevar a cabo críticas concretas ‑no se trata de ofender, sino de plantear y debatir‑ consideremos la posibilidad de que la literatura alternativa sea aquella que se cae de las manos o actúa como sedante. El teatro alternativo ‑que se mostró en Madrid en la sala Cuarta Pared, mediados los años ochenta‑ es el que, en ocasiones, despierta ingenuas y sinceras expresiones del tipo de: “Anda, ¿ya se ha acabao?”
En arquitectura, encontramos puentes que sirven de cobijo a esos indigentes insomnes que no pueden pegar ojo pensando que podría ser su sepultura, en el caso de que tal obra hubiera surgido de la mente preclara de Calatrava. En el terreno de la plástica, se producen situaciones en las que no se encuentra la delgada línea que existe entre lo eminentemente pictórico y lo puramente ilustrativo con fines editoriales. Luego, están las performances y las nuevas corrientes artísticas que han renunciado al pincel en beneficio del destornillador. Cine “alternativo”, canción “alternativa”, cocina “alternativa”‑ que no tardará mucho en ofrecernos criadillas de angelitos de corte celestial‑, y, como ya estarán prevenidos por el titular, “vinos alternativos”; al menos yo los clasifico así.
Son esos vinos que ‑amparados en una denominación de origen, un consejo regulador, la fiscalidad que viste a una botella, etc.,‑, salvo que seas un experto en el caudaloso mundo de los caldos, te la tragas doblada. Y me explico. Desde el punto de vista de un observador social, que atiende muy especialmente a los fenómenos que se producen ante un plato, un vaso o una copa, de pronto te preguntas por qué hay vinos que son para discutir y hacen daño al buen nombre de una región u organismo vitivinícola.
Cuando estas cosas ya han ocurrido con las denominaciones de origen más asentadas y con otras de más reciente creación, llegas a pensar que si no será mejor beber agua –del grifo, para evitar los comentarios de cata- en prevención de esos estados de desconcierto y ansiedad que se producen al leer en el exterior del producto algo que luego no se corresponde con la realidad. Y estas cosas ocurren, muy especialmente, cuando al girar la botella, se lee en la contraetiqueta algo así: …es un vino de tonalidades rojo rubí, con una suave presencia en nariz y un persistente retrogusto a regaliz y frutos rojos. Es un vino ideal para tomar con carnes rojas, pescados azules, espinacas verdes, limones amarillos y en compañía de una docena de cervatillos”. Oiga, ni las más elementales señas de identidad de la denominación de origen de la que se supone que procede. Y si es monovarietal, habría que preguntarse dónde está, no determinado tipo de uva sino la uva como inevitable elemento creador del vino. Si son vinos para la exportación, mal vamos. Si son para consumo interno, que lo señalicen. Es algo que vengo observando desde hace ya un tiempo y que este observador ha bautizado como los “vinos alternativos”.
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