Torrijas de berberechos
Son fechas de tradiciones con guarnición de respeto y admiración hacia las peculiaridades de cada tierra. La gente en estos días va y viene, descubre, bebe, prueba, come, huele, comenta; incluso lo escribe, si es bloguero, para rematar el amplio abanico sensorial.
Unas fechas en las que la tradición comparte espacio con normalidad y con la cocina más actual, salvo en esos mágicos instantes en los que descubres que aún nos queda capacidad para asombrarnos al leer un titular como el que preside estas líneas: torrijas de berberechos.
Sir Cámara
¿Innovación o capricho? ¿Acierto o espectáculo? ¿Armonía de sabores y texturas...? Todo puede estar detrás de ese enunciado que podría ser realidad. Incluso pasar desapercibido entre la normalidad de una ensalada de centollo con cigalitas emulsionadas, un mollete con mofletes (antes carrilleras) y calçots, un gazpacho de petunias o unos hojaldres de atún con pimientos. Que alguna vez fue innovación o sorpresa lo que hoy está aceptado como normal. Imagina el día que probaron el primer hojaldre mientras escuchaban las explicaciones sobre cómo se había tratado aquella masa. O, como dice mi sherpa tecnológica y culinaria, imagina el hambre y la paciencia del tipo que logró abrir la primera ostra, posiblemente en la desembocadura del río Verdugo, en Pontevedra, y se la comió. Y eso por no liarla más buscando datos para saber desde cuando se abren los berberechos con fines nutricionales y placenteros.
Pues sí, yo creo que la torrija de berberechos podría elaborarse a partir de unas rebanadas de pan perdido, y encontrado, empapadas en el agua resultante de la apertura al vapor de los berberechos y reconvertido ese fluido en una vinagreta. Una vinagreta de pasas maceradas en Oporto, nueces trituradas muy finas, aceite y vinagre de frambuesa. Hecho esto, liofilizamos los berberechos en esa máquina de liofilizar, que compramos el sábado pasado en el supermercado alemán que hay al lado del bar de enfrente, y los utilizaremos, para dar el toque final, espolvoreándolos en finas escamas que cubrirán las torrijas como lo hace esa tradicional mezcla de azúcar y canela en las torrijas convencionales.
Podría parecer que se detecta una gratuita, puede que desafortunada para alguien, crítica sazonada con ácidas bromas tomando como referente la cocina de autor y los avances, los esfuerzos, el I+D+i+€ que ha situado a los creadores españoles en las más elevadas cotas del panorama universal gastronómico. Nada más lejos de esa pretendida ironía. En contraste con esa sospecha, traigo el resultado de un trabajo de campo hecho esta semana: “Oiga, ¿usted haría torrijas de berberechos”, pregunté en la calle. Me dijeron que si están buenas, sería para pensarlo. Preguntaron quién lo había hecho. Les dije que estaba en los blogs de Sobremesa.
Salí corriendo para escribir esto y para esperar los efectos de la magia mediática. Lo de menos es lo que hagas, la cuestión es quién lo dice y dónde. La obediencia está cada vez más extendida y la delgada, finísima, línea que hay entre las tradiciones y la innovación está colgada de la divulgación científica y la curiosidad. Con lo rebeldes que somos. O eso creíamos.
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.