Del enoturismo al “euroturismo”
En el servicio de urgencias del pueblo siempre se hablaba de lo mismo, hasta que un sábado a media tarde llegué con una mano liada en lo primero que pillé, creo que una camiseta y, entre bromas, empezamos a hablar de jamones. Las estadísticas nos indican que los tíos nos cortamos más con el cuchillo jamonero que las chicas. Sir Cámara
Y parece ser que eso ocurre con más frecuencia en fin de semana. Pero lo que nunca me había ocurrido es que, mientras me daban unos cuantos puntos, yo le estaba dando al médico el teléfono de mi amigo Juanma, que trabaja en una empresa jamonera (91 661 10 85) donde acababa de comprar una paleta Campo Verde, de Zafra, que salió extraordinaria. Sin protocolos bobos:¡¡¡ riquísima!!!
Todo esto me recuerda cuando empecé a comentar a los amigos mis hallazgos culinarios, productos y servicios, con la misma pasión que el enólogo y el bodeguero, los verdaderos padres de un vino, hablan de su nueva criatura. Antes, mucho antes de que el enoturismo fuera lo que es hoy, hasta a un comentarista pedestre, como yo lo soy, le ofrecían unas copas de vino al llegar a una bodega porque sin referencias difícilmente se puede escribir sobre algo o comprar para llevarlo a la dimensión doméstica.
Recientemente, la familia y un amigo nos marcamos como objetivo de fin de semana la visita a una bodega veterana, pero nueva para mí, de la denominación Vinos de Madrid. No logramos visitar la bodega y nos quedamos en ese territorio frío que tienen destinado a las ventas en el que te obsequian con la letanía de sus vinos. Al preguntar si se pueden probar los caldos, me recuerdan que el vino es un ser sensible y una vez que se abre una botella su contenido se echa a perder si se deja ahí… No obstante, mi amigo compra de oído un monovarietal de Cabernet Sauvignon y algunas botellas más de los vinos más básicos para tratar de encontrar sus señas de identidad. Como la conversación no era tan amena como la de las urgencias del principio, pagamos y nos fuimos recordando que no hace muchos años en una bodega no se podía abrir la boca sin una copa en la mano.
Alguien, con buen criterio, apuntó diversos referentes orientados hacia la sensatez. El primero es que nadie está obligado a dar nada y esa actitud no debe criticarse. El segundo sugiere que si alguien no presume de lo que hace, si no lo muestra con orgullo, el elemento en tela de juicio, en este caso un vino, no será digno de ser puesto en los canales gustativos que llevan a los comunicativos…
En definitiva, que el enoturismo se ha diversificado hasta llegar al “euroturismo” y el único comentario de cata que parece se acepta es el que se relaciona con “un inolvidable aroma metálico”. Incluso en una bodega de reciente creación y dudosos resultados, me dijeron que había que aflojar 18 euros para visitarla. Eso sí, daban aperitivo, dijeron. Y añadí: “Oiga, ¿y si no me molan sus vinos… o soy alérgico a las aceitunas o a las almendras del anunciado aperitivo?”. Pues eso…
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