Sir Cámara

Espumosos en el fregadero

Jueves, 28 de Mayo de 2015

El fregadero,— ese espacio en el que te espabilas tras una laaarga sobremesa lavando las copas— es una conquista social en la que sin lugar a dudas acabas hablando contigo mismo: “Pero bueno, tío, ¿has comprado un detergente, un lavavajillas ecológico, como te pasó con las pastillas de encender el fuego? ¿Estás más tonto de lo que supones….? Sir Cámara

Entre otros, el ecologismo de salón resulta un fenómeno social de lo más adecuado para los que elaboran pastillas de encender que no encienden, detergente lavavajillas a mano que no hace espuma, picantes “suaves” –creo que para suave el terciopelo o un flan—, asuntos que nos perfeccionan una oratoria grosera que nos desafía a buscar sinónimos de los clásicos exabruptos. Lo que una asturiana, gran cocinera de Quintueles, llamaba “los cagamentos”.

 

Cuando esa conquista social de igualdad, que es el ya citado fregadero, se reduce a territorio de normalidad, descubres que las cosas no son como se espera. Recuerdo los primeros detergentes líquidos; ante ellos, los  creativos publicitarios, inspirados, advertían que con una gota podías lavar los peroles de la comilona de una boda. Y era casi cierto; había que llevar cuidado porque aquellos detergentes eran muy activos; no sé si muy respetuosos con el medio ambiente, que todo debe contemplarse, pero con una cantidad mínima se lavaba y quedaba todo muy bien. Ya me salió la vena marujil en el subconsciente de algún lector.

 

Si sería eficaz aquella espuma, que un colega me contó —cuando se pusieron de moda las manifestaciones (gamberradas) espumosas en las fuentes públicas, allá por los comienzos de los años ochenta— que con seis envases de Fairy  habían dejado la plaza de Colón de Madrid más blanca que la afición del Real Madrid al final de la temporada.

 

De ahí, de las grandes marcas, pasamos a los hijos de un dios menor en el mundo de los espumosos: otras marcas muy aceptables y a buen precio que funcionaban con normalidad. Y así un día tras otro, hasta que de esa regularidad surge de nuevo la alarma. El mismo detergente ya no lava lo mismo con la misma cantidad. En ese momento decides empezar a buscar el detergente líquido de un hipermercado, de otro… Todos tienen el suyo. Las marcas blancas tienen épocas. Son ciclos en los que algún químico travieso, espero que no sea mi primo Rafa, se deben distraer distorsionando la realidad de las prestaciones de estos productos. Un producto que acaba creando ansiedad y en ocasiones ha llevado a hacer jabón casero  para estos fines y otros muchos.

 

Pudiera parecer,  al leer el título de este texto, que era una reacción airada ante una lamentable cata de vinos espumosos.  Ya ven que no, pero como en toda cata, aunque esta haya sido de detergentes para lavar a mano, hay alguien, siempre hay alguien, que sale beneficiado: el fontanero y alguien más. Cuando viene a despejar las vías de desagüe, te enseña una pasta viscosa, una “pasta”  que se nos va por el fregadero sin haber alcanzado los fines para los que fue comercializado ese producto.

 

-¡Pero si no hace espuma!, le digo al fonta.  Sí, pero deja muchos residuos, matiza. Y entiendo que los residuos más potentes quedan en algún bolsillo o cuenta de beneficios. Pues eso.

 

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