Los límites del “tinto de verano”
Cuando empecé a escribir en este magnífico y prestigioso soporte, advertí que yo no tenía ni la información actualizada, ni los contactos puestos al día ni los conocimientos que se deberían exigir para acometer una crónica semanal de contenido gastronómico. A cambio, ofrecí escribir desde la curiosa posición del observador apasionado ante estas cosas. Nada más que eso, que no es poco. Ponerme en el papel del aficionado natural, sin imposturas ni memeces, con honestidad para disfrutar e intentar trasmitir sensaciones gustativas, es mi único objetivo y mi mecánica para desmenuzar este fenómeno social repentinamente sublimado. Sir Cámara
Dicho esto, vamos a tomar algo. Y como hace calor, propongo un vino fresco, un cosechero aragonés a base de garnacha, bien vestido, en una copa digna, unos hielos y etcétera, etcétera al gusto de cada cual. También se da el caso del “tinto de 4 a 6”, euros, entiéndase; un vino de un cierto porte, incluso con una leve experiencia en el mundo de la crianza. Son esos vinos de denominaciones de origen veteranas que eran para beber y ahora son para ponerse las gafas porque al primer trago deduces: esto no es lo que era.
Es entonces cuando intentas leer la contraetiqueta, generalmente un tipo de letra en un cuerpo seis, fino y a veces en negativo para mayor desafío: “Vino de color rojo picota intensa. Nariz compleja con recuerdos de frutas rojas (menos sandía, que es agua pura) acompañadas con notas de madera muy bien integradas. En boca (la mía) tiene una estructura equilibrada con recuerdos minerales (menos da una piedra) y un final dulce y muy largo”, pero sin llegar al concepto del empalago. Una muestra evidente de que no tengo ni idea de vinos es que ninguna de las sensaciones descritas se corresponde con las que pude experimentar. Y lo más sorprendente es que no encontré en esa fiscalidad del vino que son la cápsula, la etiqueta y la contraetiqueta, un dato que, creo, no se le debe negar al consumidor: la composición varietal. Nada, ni rastro. Sólo literatura. Más desparrame literario que en una etiqueta de Decathlon.
En pleno desasosiego desconcertante, miro en la tienda una botella de atractiva etiqueta, -el vino ha inspirado últimamente unos diseños preciosos y eficaces a efectos comerciales- que dice más o menos lo mismo. En cuanto ves que van con las picotas por delante, se derrumba cualquier esperanza de saber algo sobre aquél vino que tienes en la mano: “Rojo picota, de capa alta…” Y siguiendo con el Pantone en la mano, descubro “los ribetes amoratados”. Te hablan de su potente intensidad de” divertidos aromas”… ¿Desde cuándo un aroma, un olor, puede manifestarse como algo que nos hace reír o entretenernos…? A ver si va a ocurrir como con la ropa interior masculina, de la que he oído decir “unos bóxer muy divertidos” porque llevaban estampado un perfil de la reina de Inglaterra. Tras los inevitables “aromas divertidos de las frutas rojas y frescas” hay hasta ¡¡¡golosinas!!!. Literal, golosinas. Opto por llevármelo para hacer un vino de esos fresquitos de verano para los que, parece, sirve cualquier vino anónimo. Total, para que sepa a frutas de muy diversos pelajes, a madera y a chuches… ¿O eran golosinas? Pues eso.
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