Sir Cámara

Agua y tragaderas

Viernes, 03 de Julio de 2015

Días de caloret, bochorno por lo que está pasando. Días interminables de atorrante ambiente, en el que el personal nos machaca una y otra vez con pesadas imbecilidades, obvias y reiterativas, con gesto de felicidad que se constata con sesudas declaraciones en todas, todas las televisiones: “Hace una caló…” Y luego explican cómo combaten esa canallada inexplicable a la que llaman buen tiempo. Sir Cámara

Todo el mundo exterioriza, como si no tuviera bastante con las redes sociales, cómo duermen, o cómo lo intentan, a treinta y seis grados y a la sombra del techo del llamado dormitorio. Unos se tiran al suelo, como el perro, para estar más fresquitos. Otros confiesan que no salen de la ducha y que se empapan en colonia, pero que se evapora en segundos ante el ventilador. Otros disertan sobre los ventiladores: de pared o paramento vertical, de techo, de mesa, de pie, ruidoso y poco más, con aspas, sin ellas y carísimos. Otros hablan del aire acondicionado, un testimonio de lo que fuimos y que ahora no se encienden porque el recibo de la luz nos produce unos dolorosos sudores. Son los mismos que en cualquier televisión y en los informativos proclaman tras una bestialidad con salpicón sanguíneo: “pues no parecía mal muchacho con el Kalashnikoff camuflado bajo la sombrilla…” Para que vean que la tontuna no es exclusivamente patrimonio hispano.

 

Y luego surgen los que en el día a día repiten hasta la náusea los remedios para combatir “la caló”. Un heladito de chipirones del piquillo o de orégano de albahaca, que es muy refrescante. Da calor la palabra refrescante. Y eso sin ignorar el clásico granizado de Clerasil, que no es un invento de la Ribeira Sacra. Y las cervecitas bien frías, el refresco de cola de cuyo nombre no quiero acordarme y que empalaga antes de acabar de pronunciarlo, sea de la gama que sea en contenido de azúcar. Nada, imposible. Todo, todo, todo y por decreto, tiene azúcares añadidos para fomentar esa adicción, consciente o inconsciente  que a la mayoría cautiva y que nadie critica. Incluso, había que decirlo, las marcas de cerveza más asentadas, de la noche a la mañana, dejaron de ser lo que eran para que la gente diga que está muy dulcecito sin ser la cochinada declarada como tal y con limón. En ese camino desesperado y buscando tragos que alivien el calor y la sed, recurres a los llamados refrescos de naranja, de limón, el Trina de petunias, las bebidas energéticas de violetas imperiales. Incluso las que salen al mercado, a los mercados, con cínicas denominaciones que proclaman no contener azúcar, como una bebida de té verde en un envase de litro y medio y dos toneladas de azúcar que fue del estante del  hiper  a la basura tras pasar por caja.

 

Nada. Es imposible. Salvo que  se recurra al siempre grato gintónic, con una tónica muy seca, una ginebra muy seca y limón natural o lima. Cuántas vueltas para acabar llenando un vaso de sidra de finísimo vidrio con agua hasta que se escarche;  vulgar y sencilla agua  para acompañar las reflexiones sobre el calor y el diario sinvivir. Si las zanahorias son buenas para la vista, nunca se ha visto un conejo con gafas, el agua es la prueba más evidente para aplacar la desesperación causada por la ola de calor. Excepto el agua con gas, que va muy bien para depurar los berberechos cuando tienen mucha arena. Me lo dijo una moza encantadora de la sección de pescadería del Mercadona de Piedras Blancas, Asturias. Sólo espero que a los berberechos no les dé por el agua mineral francesa aromatizada a las finas piedras de la escollera… Pues eso. Agua. País. Qué tragaderas hay que tener, oye.

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