El futuro del vino español
Generación V, el futuro del vino español en sus manos

Los miembros de la Generación V son jóvenes, formados en viticultura y enología y curtidos en los viñedos del mundo gracias a una ambición que se licua en savia nueva para el vino, tantas veces criticado por su inmovilismo. Raquel Pardo. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
Con o sin bodega propia, con o sin su familia al lado, encuentran la forma de contar historias y terreno, de empatizar más que otros con un consumidor que, sí, sigue buscando que le sorprendan.
Comparten pasión, ilusión y un conocimiento técnico nunca visto hasta ahora, que utilizan para volver sus ojos al viñedo, la historia y la tradición: para desaprender. Tienen mucho en común, y en ellos está la llave para levantar el entusiasmo por el vino y, con ella, un consumo que pasa sus horas más bajas.
V de viajes
La Generación V ha viajado. Una adolescencia y mayoría de edad a las puertas, o ya entrado el siglo XXI les ha permitido salir de sus casas y conocer otras formas de elaborar, mostrándoles lo que querían hacer, pero también lo que no, con sus vinos (En este reportaje aparece solo una muestra, pero son muchos más repartidos por Andalucía, Levante, Cataluña, Galicia…).
Agustí Torelló Roca, enólogo del proyecto AT Roca en las DDOO Penedès y Montsant, ha pasado por Argentina, Rioja y Champagne antes de volver a casa: “me ha ayudado a entender mejor la zona, a dar valor al territorio”. José y Miguel Gómez Lucas, gaditanos que trabajan la tintilla de Rota en Jerez, viajaron y vinificaron en Argentina, Chile, Italia, Bierzo, Mallorca… y cada vez que pueden se escapan para entender otros proyectos y mejorar el suyo. Para Dani Jiménez Landi el secreto es “viajar, viajar y viajar”, una filosofía que provocó en él saber qué estilo de vinos quería elaborar, tanto en la bodega familiar que refundó y donde empezó en Méntrida, como en su proyecto personal en esa misma zona y el que trabaja en Gredos con Fernando García, Comando G. Jonatan García, de Suertes del Marqués en Tenerife, habla de que saliendo y catando vinos de otras zonas se evita “el mal del bodeguero”, la incapacidad de ser objetivo con el propio vino. Verónica Ortega utiliza los conocimientos que le ha dado su trabajo en Romanée Conti y en Piorat con Álvaro Palacios y Daphne Glorian para trasladarse a Bierzo y comenzar su propio proyecto, ROC, en 2012, tras haberse cruzado con Raúl Pérez y Ricardo Palacios y enamorarse de la región: “Quería poner un pie aquí y esa fue la forma”, recuerda. Fredi Torres, gallego criado en Suiza, tuvo un viaje fue geográfico, elaborando en Sudáfrica y Argentina, y también mental: “Me apasioné por el vino después de las drogas (SIC)”.
V de viticultura
La V más clara de esta generación es la de la viticultura. Todos, sin excepción, han pasado por una u otra escuela de enología y viticultura para terminar volviendo al viñedo. Roberto Oliván, de familia de viticultores, se lió la manta a la cabeza tras terminar enología y asesorar bodegas en Txacoli o Somontano y comenzó a embotellar su propio vino en Viñaspres, Rioja Alavesa, en 2011 y desde entonces sus botas dan testimonio de que no se separa del campo. A Fernando García su trabajo en una conocida tienda de vinos le sirvió para interesarse por el cultivo ecológico y la expresión del suelo que tenían los vinos borgoñones que probaba. Con Telmo Rodríguez aprendió mucho de cómo los suelos marcan diferencias en el vino. Hoy cuenta que “conocemos más nuestras viñas, hemos pasado de sacar muchos vinos a hacer menos pero con más conocimiento, y queremos que el vino exprese ese entendimiento con la viña”. Juan Antonio Ponce poda sus fincas y le encanta: “hay enólogos encerrados con sus números y la realidad, el secreto, está en el campo, en el viñedo”.Torelló Roca alude a la generaciones anteriores en las que el enólogo trabajaba con uvas que le traían pero no pisaba el viñedo, mientras hoy él no concibe no conocer a fondo la materia prima: “No tenemos que sentirnos propietarios del viñedo, sino entender que somos parte del proceso”.
V de variedades
Tintilla de Rota, listán negro y blanco, garnacha, bobal, cariñena, mencía, tempranillo, albillo real… la Generación V mira a las uvas que estaban ahí desde hace décadas (siglos en ocasiones) y les da un nuevo brillo. Al hostelero Alberto Fernández Bombín, la Generación V le gusta por “su irreverencia" y por "su respeto al viñedo. Hacen vinos en zonas que no han sido las top y vienen a ampliar el abanico de posibilidades”.
José y Miguel Gómez Lucas elaboran en Cádiz Mahara, un vino de tintilla de Rota recuperada y en el que ponen toda su pasión para “contar Cádiz en la copa” porque “no entendemos trabajar con variedades foráneas”. Tampoco lo entendió hace más de diez años Juan Antonio Ponce, cuando, tras trabajar con Telmo Rodríguez y ver cómo funciona la cooperativa de Iniesta en su tierra, Manchuela, volvió a todos locos al querer aprovechar un patrimonio de viña vieja de bobal para embotellar su propio vino: “Con Telmo aprendí que no es un disparate un proyecto con viña propia si se sabe interpretar la zona”. El orgullo de trabajar los viñedos familiares y una pasión que le ha ayudado a superar dificultades como la de contar al mundo qué narices es un vino de bobal (segunda uva tinta en extensión en España pero denostada en Manchuela hasta que llegó Ponce): “Era frustrante, pero al tiempo me gustaba el hecho de estar vendiendo algo exclusivo, con un valor añadido”, recuerda.
Por eso no dudan en acoger en sus zonas a gente que quiera trabajarla para dar valor a su región: “Es bienvenido quien viene a sumar”, aclara Fernando García. Jonatan García asegura que ellos tienen viñas arrendadas para que no se arranquen, mientras defiende un precio justo por las uvas para evitar un mal trabajo en el viñedo. Su lucha por levantar el caído prestigio de la listán negro y blanco en Tenerife y darle un brillo nuevo al cordón trenzado (un sistema de plantación casi perdido en la isla por lo difícil que es trabajar con él) le está valiendo el reconocimiento de la crítica y los prescriptores, situando sus vinos de parcela entre los nuevos grandes vinos españoles.
V de valentía
Sacar adelante cada uno de estos proyectos les ha valido no pocas dificultades que han aprendido a sortear. Desde confiar en una zona cuando nadie lo hacía como Comando G en Gredos hasta mirar más allá de una finca con variedades francesas para reencontrar la tipicidad en los vinos, como ha hecho desde 2010 Maite Sánchez en Arrayán (DO Méntrida). Tampoco es fácil defender los tintos tradicionales que incluyen uvas blancas en una zona como Rioja, aunque Roberto Oliván asegura que “todavía no me ha llegado un expediente” por hacerlo. Valiente es también la rebelde del grupo, Cristina Carrillo, elaborando la única syrah de Navahondilla, en la parte abulense de Gredos, porque “es lo que tengo en mi viñedo y veo que se ha adaptado perfectamente al suelo y el clima de aquí”. No renuncia a su cultivo pero “tampoco vivimos de espaldas a la realidad” y se ha dejado seducir por dos fincas de garnacha, cuyos vinos saldrán pronto al mercado.
V de viral
El restaurador David Villalón, miembro de esta generación desde el lado hostelero, cree que “ellos acercarán el vino al consumidor porque transmiten realidad, no les ves con el traje, explicando la técnica, su imagen es cercana, son agricultores que desprenden trabajo artesano” y añade que “nos han devuelto la ilusión por el vino español”. Son chicos normales, con vaqueros y zapatillas, que tuitean, discuten, participan en foros y venden su propio vino en ferias o en catas con clientes. Consiguen hacer de sus vinos algo buscado, deseado, casi adictivo y que encierra una de las grandes claves para avivar el consumo de vino: su energía es contagiosa.
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