Sir Cámara

Gases, vientos, ventoleras…

Lunes, 07 de Septiembre de 2015

No sé si san Miguel, el del veranillo, no el espumoso San Miguel cervecero, ejercerá este año a finales de septiembre. Pronostican que no será así, que los rigores atorrantes invitan a cambiar los armarios este año antes de lo previsto. Pero, como los medios parece que obligan a los hombres y mujeres del tiempo a contar algo distinto de los rivales, me temo que todo puede ocurrir. Sir Cámara

 

Me quería despedir del veranito y del solete, que dicen,  porque, efectivamente, nos ha salido muy caro este verano. Nadie se queja, nadie lo comenta, pero muchos habrán padecido como yo los rigores de un mes de  julio abrasador. Eso de estar a las doce de la noche en una terraza o en el jardín como en un microondas, sintiendo el mismo e insoportable calor en los hombros que siente un pollo en las alitas y en los muslos bajo el grill, pero sin alcaravea e igualmente rociados de cervecita, es algo que nos hermana con las aves.

 

Y ya que estamos en un exterior noche abrasador, conviene no olvidar uno de los argumentos que nos han hecho pagar especialmente caras las veladas veraniegas del inolvidable, tórrido e imprevisible, a ráfagas, 2015. Me refiero a esos vendavales nocturnos que se han presentado así, de repente, obligándonos a improvisar otra estancia para una cena veraniega entre amigos. Y hacía acto de presencia justamente cuando todo estaba listo. Cuando las brasas estaban en el punto ideal para que empezara el festival de la carne facilona del verano. Cuando los elaborados aperitivos, etéreos, elegantes, iniciaban el despegue vendavalero hacia cualquier sitio. Toldos, pérgolas y cobertizos compartiendo protagonismo con los llamados snacks, los pepinillos y demás encurtidos, los nachos y las suculentas hojas de albahaca recién posadas, enteras ellas, sobre los tomates que amenazaban con ser el argumento de una noche temática. Todo a paseo. Y así un día, y otro, y otro más… Y un viernes, y un sábado, y un domingo que permitía desafiar a un lunes irregularmente ocioso. Nada. Y cuando lo tienes todo de nuevo replanteado en otra estancia de la casa, la caprichosa climatología nos ofrece una noche, de nuevo, de bochornazo, grillos y más de lo mismo, pero pisando más hojas de las que hayas podido pisar en todos los otoños de tu vida…

 

No ha habido muchas noches gratas, equilibradas térmica y plácidamente. Ha sido la constante de unos meses para olvidar cuanto antes y que me han acelerado los anhelos otoñales: ese pantalón de pana, la cesta, las setas, la humedad… Sí, soy un poco de la familia Munster, pero del frío me puedo defender; de lo opuesto, no. Y nadie se ha quejado de un verano raro, raro como el que está, espero, a  punto de acabar. Tan raro como que, cuando tradicionalmente a la gente se la ha llenado la boca de pregonar que el calor le quita el apetito, que el verano es el tiempo ideal para que el aparato digestivo haga una necesaria, obligada y saludable parada biológica con el clásico argumento de que en verano con unas hojas de lechuga y un tomatito vamos servidos, es cuando miras a tu alrededor y observas que has ganado en soporte perimetral importante y resulta que todo el mundo, ahora, está confesando la inesperada y cínica realidad:  nos hemos puesto como la familia de Porky. La gente, se está viendo en miles de manifestaciones multisoporte, habla de los kilos que ha cogido este verano. Que si las vacaciones son para eso, que un día es un día y 30 más hacen un mes como lo fue agosto… En definitiva, que el bajo perfil cervecero nos ha puesto al borde del ridículo en la orillita del agua, ya sea salada o dulce. Creo que es mejor que acabe el verano porque vamos a tener que hacer un censo de cínicos y desmemoriados que, ahora que septiembre atempera los rigores descritos al comienzo, empiezan a surgir esas masas de embusteros que aseguran se han pasado el veranito comiendo cebiches refrescantes y ligeritos. Que se dejen de zarandajas, aunque luego se las coman como guarnición de ese plato estrella peruano. Por si no lo saben, las zarandajas son unas legumbres que emparentan con las fabes asturianas y que… Sí, que están muy ricas y que, seguro, llevan a esos cínicos, que dicen que no han comido mucho este verano, a achacar  ese tripón estival a los gases de las zarandajas. Digo yo. Gases, vientos, ventoleras… Pues eso.

 

 

 

 

 

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