Capital de Alta Austria
Linz, la historia de una metamorfosis a ritmo pausado

Cuna de la metalurgia centroeuropea con el Danubio como eje, la capital de la Alta Austria se ha reconvertido en una apacible urbe donde se apuesta por la vanguardia, la cultura y, sobre todo, la pausa. Javier Caballero. Imágenes: Antonio de Benito
Entre la sinfónica Salzburgo y la imperial Viena –dos polos turísticos de aúpa–, discurre plácida y serenamente la renovada Linz, vieja urbe de la metalurgia austriaca que busca su lugar en el sol a base de arquitectura de vanguardia y un casco histórico trufado de tranvías, bicicletas, vinos, cervezas y tartas de rechupete mojadas en una oferta cultural creciente. La capital de la Alta Austria se acoda en un Danubio no tan azul como lo hubiera gustado al vals de Johann Strauss hijo. Corriente de agua más bien verdosa, aunque igual de poética, y compás más bien de corte electrónico dada la querencia de este lugar por el código binario y lo digital. Entre los dos preciosos meandros sobre los que asienta su historia de claroscuros se enmarañan sus raíces. La Lentos o Lentia romana crece hoy como la hierba, sin prisas, consagrada tanto al arte digital o el diseño como la gastronomía y el deporte al aire libre. No falta el donaire barroco y neoclásico en sus fachadas y tejados. Desde que en 2009 fue Capital Europea de la Cultura, Linz ha reconvertido cierto pasado de guerra fratricida y nacionalsocialismo en alegre proyección urbanística y apertura de miras, sin complejos ni traumas. Ha ganado espacios. Ha superado reticencias. Sus casi 200.000 habitantes (histórico feudo de la izquierda socialdemócrata) han sabido remar en la misma dirección para conferir un aire moderno y desenfadado dentro de un concepto que amalgama y dinamiza tiempos pretéritos. “Somos gente simpática, abierta, y muy orgullosa de nuestra manera de vivir y sin esconder lo que aquí pasó”, advierten. Linz se mueve, cambia el curso. Como el Danubio a su paso. Con el caudal como espejo y eje vertebrador (a veces destructivo por sus crecidas), el paseante cruza su Puente de los Nibelungos con cierto déjà vu de Guerra Fría, al estilo de franquear el CheckPoint Charlie del viejo Berlín. Tras la contienda mundial, el ciudadano de Linz solo podía pasar del lado americano a la orilla rusa con el salvoconducto entre los dientes. Dicen que por ese salto, más ideológico que geográfico, a sus escasos 200 metros los rebautizaron como “el puente más largo del mundo”.
Hoy gran parte de sus trabajadores, encorbatados o hipsters con piercings, lo cruzan pedaleando para ir a la oficina, ora sea el Ars Electronica Center (irremediable pensar en el Kursaal de Donosti), ora el nuevo Ayuntamiento (justo enfrente), ambos amarrados a ese barrio de Alturfhar que no hace demasiado estaba habitado por pescadores. En perfecta simetría pero al sur, con su estatua gloriosa de la Santísima Trinidad a modo de bancada y punto de encuentro, la Hauptplatz no ha dejado de ser el epicentro y el kilómetro cero de casi todo. Enfrente, desde un balcón del viejo ayuntamiento (Altes Rathaus) y hoy adornado con geranios rojos, una muchedumbre enfervorecida jaleó el anuncio de Hitler de anexionar Austria al Tercer Reich. Ocurrió en 1938. En la actualidad resulta insoslayable para el turista curioso y para la Historia, que Linz fuera la metrópoli de juventud del tirano, quien pretendía vengarse de Viena –donde fracasó como artista– convirtiendo la urbe en el escaparate de algunos de sus delirios, así como una de las grandes ciudades del Imperio germánico y su quimera aria. Quiso aquí proyectar el Führermuseum o Museo del Líder, a mayor gloria de su volcánica persona y ornado con todo el expolio artístico de sus fechorías bélicas. No lo logró (aliados mediante) y sus escasas huellas arquitectónicas han sido detalladamente renovadas para despojarlas de toda pátina de indignidad. Cabe reseñar que el campo de Mauthausen se halla solo a 15 km al este, donde más de 100.000 judíos fueron exterminados. Por contra, la música y la cultura cicatrizan y civilizan. El cercano y puntero Lentos Kuntsmuseum se codea con la sala de conciertos Casa de Bruckner, gloria local tan adorada como el matemático Johannes Kepler que da nombre a la Universidad.
Desde la Hauptplatz se accede, negociando una cuesta, a la casa del Mozart niño, escala previa al Castillo donado por Carlomagno en 799. Buenas vistas y fotos obligadas. Como la del pináculo de la Marien Dom que se recorta sobre el cielo gris y que se enorgullece de ser la catedral más grande de Austria (20.000 fieles por aforo), creada en gótico historicista en 1924. Merece la pena un paseo por su girola para admirar vidrieras y altísimos muros ojivales. A dos pasos del culto, la adoración al mercantilismo bulle en la Spittelwiese, la arteria comercial de boutiques y franquicias clonadas por culpa de la globalización. Perderse en sus calles aledañas ofrece más autenticidad autóctona en pequeñas tiendas de decoración, antigüedades, restaurantes y maravillosos cafés (sin duda los locales con más encanto). Se empieza a filtrar por la nariz el olor de las avellanas y las almendras de la Linztorte, su tarta, su emblema. Su relleno carmesí de frambuesa y su masa de forma enrejada se han convertido en la bandera del lugar y en souvenir en toda forma imaginable. Se atestigua por doquier que es el dulce con la receta más vieja del mundo (datada en 1653). Durante lustros solo pudo ser paladeada por los nobles, y comenzó su producción en masa a partir de 1823 por mor del pastelero Johann Konrad Vogel. Opacadas por la tarta que hizo ganar peso hasta a la emperatriz Sisí, no hay que desdeñar las albóndigas de bacon (Speckknödel) o los asados crujientes (schweinsbraten), así como la versión autóctona del leberkäse, el embutido horneado mezcla de carne de ternera y de cerdo que nació en Baviera y acabó perfumando penetrantemente toda Centroeuropa. Las vinotecas (Ignis, Alte Metezgerei) han sido otro de los negocios que han proliferado por estos lares. Casi todas despachan las mejores referencias de riesling alemán, así como las estimables variedades de blanco austríaco extraídas a la uva grüner veltliner. Algunas botellas pueden subir sin problemas a los 70 euros. Ácidos en su justa medida y muy minerales, estos vinos gozan de gran predicamento, y compiten en preferencias, aperitivos y cenas con los mostos amargos y las sidras sin alcohol (hay 250 variedades de pera en la ribera del Danubio, la mayor concentración mundial). En muchas vinotecas se pueden maridar con platos típicos de generosa ración como las algo untuosas albóndigas de Linz (linzerknödel).
Frutos del danubio
Inevitables, los vieneses filetes empanados (el celebérrimo wiener schnitzel) no se caen de las cartas de los restaurantes, establecimientos que, por cierto, exigen moderación en la cháchara para gozar del momento sin enterarse de las conversaciones del vecino... y viceversa. Los frutos del Danubio también tienen acomodo en los menús. Truchas colosales y monstruosos peces del río (siluros y esturiones) que exceden el plato, aunque su eslora no vaya en proporción a la envergadura de su sabor.
Cadenciosa y con un punto nostálgico, Linz parece haber puesto en hora su ritmo circadiano. El movimiento slow food ha encontrado varios apóstoles y cientos de discípulos, con el gurú Philip Braun a la cabeza quien aboga por los productos orgánicos, de proximidad, de temporada, cocinados sin atropellos y paladeados con parsimonia.
AgendaPara comer bienPfarrgasse, 18 Tel.: +43 (0) 732 918 989 Uno de los cocineros más en boga es Bernhard Preslmayer. En su local, de líneas escandinavas, ofrece recetas autóctonas pasadas por la túrmix de la fusión internacional. P.M.: 30 euros.
Graben, 24 Tel.: +43 (0) 732 77 29 75 Recetas ecológicas, slow food, mochileros, hipsters y gente de oficinas se entremezcla en este local laboratorio artístico con un patio de lo más acogedor. P.M.: 15 euros. Ars Electronica Straße s/n Tel.: +43 (0) 732 944 149 El restaurante del Ars Electronica Center remata el recinto en la última planta y ofrece menús a tarifa ejecutivo (buenas sopas y carnes) y las mejores panorámicas a la orilla sur. P.M.: 18 euros.
Pachmayrstraße, 137 Tel.: +43 (0) 70733 005 El más alejado de la ciudad, pero el que más pedigrí ostenta desde 1964. Erich Lukas es toda una institución por su sabia mezcla de cocina autóctona e internacional. P.M.: 70 euros. Dametzstraße, 38 Tel.: +43 (0)732 770 771 Por último, un italiano, informal y en madera, bastante de moda en el que degustar pasta fresca de Friuli (zona de Udine) y del Véneto. P.M.: 15 euros. Promenade, 39 Tel.: +43(0) 732 77 76 61 Adscrito al Rotary Club, es una buena sugerencia a la hora de la cena debido a su luz y su atmósfera. Bufé de ensaladas, asados locales y pescados del Danubio. P.M.: 40 euros.
Amantes del dulcePara degustar la célebre tarta (o torta) de Linz lo ideal es acudir a Konditorei Leo Jindrak (Herrenstraße 22-24), donde llevan despachándola desde 1929. Quizá el más bello y auténtico café de Linz, que data de 1570, sea HoftBakerei (Pfarrgasse, 17). Su especialidad, el pastel del Emperador (antológico chocolate) y las localmente famosas rosquillas de Elizabeth. Un cocktailBaumbachstraße, 14 Tel.: +43 (0) 732 77 00 90 Uno de los locales emblemáticos para tomar una copa o un combinado colorista y perderse en la noche de Linz (ojo, con precaución). Ecos de tiempos pasados en el mobiliario pero con clientela renovada. De tiendasHerrenstraße, 5 Tel.: +43(0) 732 77 44 34 Se traduce como “el viejo carnicero” y el gigantesco vinilo de una vaca convierte uno de sus muros en una obra de diseño. El lugar donde llevarse a casa el vino y el embutido austriaco. Herrenstraße, 5 Tel.:+43(0) 732 77 09 89 La simpática Rosa Rammerstorfer regenta esta preciosa bombonería que también cuenta con establecimientos en Viena y Baden. AlojarseFiedlestraße, 6 Tel.: +43 (0) 732 73 37 33 Detrás del nuevo ayuntamiento (Neue Rathaus) se emplaza este moderno hotel boutique de enormes habitaciones y silencio monacal. Una gran elección para disfrutar la ciudad a pie. Desde 120 euros. Untere Donaulände, 9 Tel.: +43 (0) 732 76260 Si se quiere despertar frente al Danubio éste resulta el recinto ideal. Su luminoso restaurante orillando el río redobla el encanto. 140 euros aprox. Más información: Linz Tourismus y página oficial de Linz
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