Reducción al absurdo de carne de cañón
En cierta ocasión, y tras una amplia experiencia en el mundillo de los animales domésticos, tanto en soportes impresos como radiofónicos, ofrecí a un canal generalista un proyecto de programa para los responsables civiles subsidiarios de perros, gatos, peces y animalitos exóticos. La respuesta de la dirección de programas me tiene todavía interpretando su valoración: “si no incluye una amplia sección de vídeos de animales pegándose trompazos, no tiene interés”. Sir Cámara
Eran los tiempos en los que el circo seguía amenazado de ruina mientras el espectáculo se había trasladado a ese electrodoméstico, mágico si se sabe usar, que emite publicidad para quitar la mesa y pasar por el cuarto de baño. La idea de mi propuesta era ofrecer esa información cíclica que generan los animales domésticos a lo largo de un año. Novedades legislativas para desplazamientos con perros, innovaciones en la convivencia entre bípedos y el resto, novedades relativas a las prestaciones que un ayuntamiento puede ofrecer a sus administrados a cambio de impuestos y tasas… Consejos prácticos para la crianza y el mantenimiento de las especies, cuidados y remedios ante cualquier eventualidad, dieta y ejercicio, responsabilidades emanadas de la posesión de animales exóticos, y en ocasiones peligrosos. En definitiva, se trataba de una llamada a la convivencia; con naturalidad y sin bobadas.
Sin bobadas, sí. Eso que ahora parece inevitable para guarnecer cualquier espacio televisivo de contenido gastronómico, travestido de reality o no, que, al menos a mí, me hace concebir la esperanza de aprender y pasar un rato agradable con algo que me apasiona. Nada más lejos en la mayoría de los casos. El pasado verano, viendo ya con cierto aburrimiento un programa concurso de telepucheros, sentí vergüenza al ver que unos manipuladores de alimentos sobre ruedas ¡¡¡no sabían qué eran unas alubias…!!! Más concretamente eran mongetes, eso que llamamos “munchetas” y que en seco se suelen tomar con butifarra. Ni les sonaba.
No mucho tiempo después, y en el canal más público y notorio que tenemos, presencié como una presunta chef, con historial fogonero, no es capaz de distinguir un congrio de una raya. Los aspirantes a la fama, la gloria y una buena guarnición en el bolsillo, se postulan ante la cámara como los mejores por exigencias del guión. Unos ignoran el enunciado de los platos requeridos para pasar las pruebas, otros desconocen muchos productos y, un porcentaje alarmante, hace gala de la incultura existente; no sólo en lo coquinario, sino en el ámbito general de la convivencia. Pero, eso sí, a medida que la cosa se va a justando, te das cuenta de que alguna disciplina si la dominan: ¡qué bien lloran, oye…!
Otro día, en el “canal huevo”, descubro las peculiaridades de cada cocinero en función de sus habilidades: repostería, expertos en chili, desarrolladores de platos por cinco euros, preparados de no más de veinte minutos, los guiris que nos sorprenden con sus comodines, ajo, oliva virgen y abundante cebolla, -quién nos lo iba a decir de los chefs anglosajones…- y hasta un espacio en el que llaman reiteradamente langostinos a las cigalas. Y no les justifica la imprecisión el hecho de que todos sean irlandeses...
Y así hasta llegar a lo inevitable. Ese personaje que abusa, reconociéndolo incluso en público, de las idioteces en bucle que ni tienen gracia, ni sentido: el “momento cuerda”, el “momento brócoli”, mi “supercoliflor”, “mi limón, mi limonero…”, la “pera marinera”, ahí, haciendo “chof, chof”, “el truco del almendruco…” Recursos, pobres recursos, que dichos una vez son inofensivos, pero cuando estructuran el casi único argumentario, sugieren hacer algo en defensa propia. Y así hasta que encuentras el mando para migrar a otra latitud del espectro electrónico.
Poniéndolo en positivo, digamos que con todos se aprende y nadie logra estropearnos la pasión por la cocina, hoy reducida a un espectáculo en el que, la hostelería en general, debería parar y reconsiderar todo esto en defensa propia antes de que los grandes logros se queden en una incontrolada reducción al absurdo de carne de cañón. Y mucho más teniendo en cuenta lo que cuesta un segundo de televisión. Pues eso.
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