Sierra Cantabria

Descifrando el factor Eguren

Viernes, 30 de Mayo de 2014

Si fueran cocineros podrían presumir de haber creado más restaurantes “tres estrellas” que nadie. Seis bodegas, varias decenas de viñas repartidas entre Rioja y Toro y algunos de los vinos más deseados de España, pero también sorprendentes y democráticas etiquetas con precios para todos los días. Amaya Cervera

Hemos buceado en la historia de Sierra Cantabria y en varias generaciones de viticultores para rastrear las claves de su estilo y de su éxito.

 

En Rioja, su tierra natal, han sido especialmente prolíficos. Sierra Cantabria, la bodega familiar creada en 1957 en San Vicente de la Sonsierra (Rioja Alta) y con la que dieron el salto al embotellado, fue el primer ingrediente. Después llegaron Señorío de San Vicente (1991), Viñedos de Páganos (1998) en Laguardia y hace un par de años un desdoblamiento de la firma originaria para integrar sus vinos de pago bajo el paraguas Viñedos Sierra Cantabria. Para estos últimos se está construyendo una bodega de otra época en una colina bien visible de San Vicente. Hace años que se horada la montaña para habilitar calados subterráneos y con la piedra extraída se están edificando unas instalaciones que deberían permitir elaborar ya en 2016. Es evidente que la familia busca significarse más allá de lo que lo hace habitualmente con sus vinos.

 

En Toro, la progresión ha sido tan increíble como frenética. La creación de Numanthia en 1998 junto con algunos socios (distribuidores y el importador de Estados Unidos, Jorge Ordóñez) fue una revolución y Termanthia, el grandioso espíritu embotellado de un viñedo prefiloxérico, se aupó rápidamente a la escena internacional de grandes vinos. Sólo diez años después, en 2009, vendieron por una muy jugosa suma (nunca revelada por la familia) al grupo de lujo LVMH y vuelta a empezar de cero. Teso La Monja, la nueva bodega de Toro iniciada ese mismo año, tiene hoy más de 90 hectáreas adscritas, unas instalaciones diseñadas a la medida del viñedo que prevén seis tipos de elaboraciones diferentes con sus consiguientes (y muy específicos) depósitos de fermentación, y una gama de cinco vinos que va desde los 8€ de Románico a los 1.200€ que puede costar una botella de Teso La Monja. La última hazaña vinícola de la familia ha vuelto a romper esquemas en la denominación (esta vez más por la vía de la finura y la precisión que por la de la fuerza y la energía), intentando crear un nuevo (¿estratosférico?) escalón de calidad dentro de los vinos del grupo y consiguiendo colgarse la medalla teórica de “vino más caro de España” con una producción que no llega a las 800 botellas.

 

Pocos hubieran augurado tantos éxitos en Toro de haber sabido que lo primero que buscaron los Eguren en esta aparentemente rústica región castellana fueron vinos de corte para su negocio de etiquetas baratas. Hoy, Dominio de Eguren, la sexta bodega del grupo (al menos en intensidad mediática), se abastece de uvas de Manchuela y sus Protocolo blanco, rosado y tinto no deberían superar los cuatro euros en el mercado. Es la prueba evidente de que la familia, aunque mucho más conocida por sus etiquetas de culto, juega en todas las ligas. En la más modesta produce más de dos millones de botellas comercializadas como V.T. Castilla, que representan poco más de una cuarta parte de los aproximadamente 11 millones de euros que factura anualmente el grupo Sierra Cantabria.

 

“Hemos pasado de cero a 100 en 30 años” dice su presidente Miguel Ángel Eguren, mientras su hermano Marcos, vicepresidente y virtuoso de la enología, asiente. Las seis bodegas funcionan como seis empresas independientes (“no queremos ni oír hablar de crear un holding”, recalca Miguel Ángel) y el capital es 100% familiar pero con distintas participaciones en cada una de las sociedades.
El “cero” lo colocan en 1986, cuando los activos de la familia Eguren Ugarte, tanto los viñedos como las bodegas, se dividen en dos: Sierra Cantabria por un lado; Bodegas Eguren y Heredad Ugarte por otro.

 

Más de cien años entre viñas
El origen, sin embargo, hay que buscarlo mucho más lejos. El primer viticultor de la familia fue Amancio Eguren. Nació en 1870, en un momento en que Rioja bullía gracias a la gran demanda de vino generada por los négociants franceses tras el ataque de la filoxera a los viñedos de Burdeos. Para Marcos Eguren, su modelo de rioja fino aparece en esos años:  “Son los tiempos de Murrieta y del Médoc alavés”, puntualiza. “Luciano de Murrieta seleccionaba los mejores viñedos de las fincas del general Espartero, despalillaba las uvas y envejecía el vino en barricas nuevas durante uno a tres años”. Desde su punto de vista, la prolongación de los tiempos de crianza tiene mucho que ver con la finalización del Tratado de Comercio Franco-Español, que estuvo vigente entre 1882 y 1892; el regreso de los tratantes de vinos a su país cuando se recupera el viñedo bordelés y la consiguiente reducción de la demanda.

 

Volviendo a Amancio, el iniciador de la saga, parece justo que se le recuerde con uno de los tintos más potentes, complejos y espectaculares del grupo, adscrito hoy a la bodega Viñedos Sierra Cantabria. Se elabora con uvas de la finca La Veguilla, de gran peso sentimental para la familia porque una parte la cultivaba ya el propio bisabuelo. Además, está coronada por el que parece ser el único guardaviñas de dos pisos de Rioja. Guillermo Eguren, el padre de Marcos y Miguel Ángel, también ha hecho su particular contribución a este paraje. A sus 81 años, no ha perdido la costumbre de plantar o comprar todos los años una nueva viña que sumar al patrimonio vitícola familiar.

 

Por lo visto, Guillermo, que fue educado de manera especialmente estricta por su padre Victorino, adoraba a su abuelo Amancio. Luego le tocó sufrir que sus hijos tiraran racimos al suelo y redujeran drásticamente los rendimientos de sus viñas a la mitad de lo que él obtenía habitualmente. Es el gran choque generacional de finales de los ochenta y principios de los noventa; el encontronazo entre una filosofía productiva y acostumbrada a que los vinos se hagan en la bodega y otra que busca concentrar la esencia de la fruta, el suelo y el paisaje; en definitiva, construir desde el viñedo.

 

Victorino, hijo único y segundo viticultor de la saga, también tiene su vino homenaje, esta vez en Toro, una tierra recia y austera, quizás más acorde con su carácter. Se casó con Rosario Ugarte y tuvo cinco hijos, tres de los cuales continuaron y ampliaron su legado. Y lo mismo los hijos de sus hijos. Los dos descendientes varones de Guillermo, Marcos y Miguel Ángel, estudiaron enología y agrónomos respectivamente, y Marcos se incorporó de manera oficial a la bodega familiar con la cosecha del 78.

 

La Sonsierra y la maceración carbónica
La división de la denominación riojana en subzonas tiene connotaciones políticas además de geográficas, ya que coloca en la orilla izquierda del Ebro un trozo de Rioja Alta (la Sonsierra, que es el epicentro del trabajo de la familia Eguren) embutido entre dos porciones de Rioja Alavesa. Desde un punto de vista vitícola, tiene más sentido pensar en los aspectos comunes de los viñedos que se extienden por las faldas de la Sierra de Cantabria desde Labastida (Rioja Alavesa) y San Vicente de la Sonsierra y Ábalos (Rioja Alta) hacia Laguardia (Rioja Alavesa). También existe un tipo de elaboración común en la zona: la maceración carbónica.

 

Todo esto sirve para explicar tanto el ámbito de los viñedos y los proyectos de la familia en Rioja, como el entorno enológico del que procede Marcos y que, en cierto modo, condicionará sus futuros vinos. De hecho, una de sus primeras obsesiones cuando se incorporó a la bodega fue combatir la irregularidad de los tintos de maceración carbónica que su padre compraba a los cosecheros locales. “Siempre había algunos excelentes, pero nunca procedían del mismo elaborador” recuerda. “Y yo quería conseguir la máxima expresión de un producto limpio y repetitivo”. El resultado de su inquietud fue Murmurón, el primer vino que dio fama a la bodega y el que ambos hermanos reconocen que es el que más beben en casa y el fijo en el tapeo con los amigos. No hay duda de que la fruta en su máxima expresión de vendimia y frescura, tal y como se consigue al fermentar con racimos enteros, está profundamente grabada en el ADN de los Eguren. De hecho, tiene su particular homenaje en uno de los vinos de pago importantes del grupo: Sierra Cantabria Colección Privada, con su particular fórmula de maceración carbónica y despalillado al 50% con origen en dos viñedos diferentes.

 

Algunas circunstancias muy oportunas
Los hermanos Eguren han sido claros impulsores de la modernidad en Rioja, pero no resulta fácil construir un relato con tintes épicos a partir de sus recuerdos de los últimos 30 años. Consideran que no existió nada parecido a un movimiento más o menos organizado que abogara por cambiar la forma de pensar y elaborar en la denominación. Por otro lado, muchos cambios y decisiones que hoy se consideran relevantes estuvieron motivados por factores externos.

 

El salto de la maceración carbónica a los vinos de crianza, por ejemplo, tuvo que ver con el acuerdo al que llegó Guillermo Eguren con sus hermanos cuando separaron sus caminos profesionales y en el que se estableció que durante un año no venderían vinos de Sierra Cantabria en el País Vasco, que era entonces su gran mercado junto a Rioja. Obligados a abandonar temporalmente a su clientela habitual, descubrieron que esta técnica tradicional no gustaba en otras regiones, donde el modelo imperante de rioja era un tinto envejecido en madera y evolucionado de color. Otra característica fundamental en sus vinos, el uso de la tempranillo como variedad prácticamente única en los tintos, tiene que ver con su perfecta adaptación en la zona de la Sonsierra y las dificultades que tienen otras uvas para alcanzar buenas maduraciones o una cierta regularidad cualitativa en las zonas límite de cultivo donde se ubica la gran mayoría de los viñedos familiares.

 

A principios de los noventa, un Marcos muy viajado por las regiones vinícolas del planeta ya tenía claro que “los grandes vinos del mundo hablan de un origen que es el viñedo” y estaba preparado para hacer su primera etiqueta de pago. La familia además echó el resto para tener, si no su pequeño château, sí una bodega específica, que se ubicó en una antigua casa palacio de San Vicente de la Sonsierra. San Vicente fue además el primer rioja de calidad que prescindió de los indicativos tradicionales de crianza y se comercializó con contraetiqueta genérica, la misma que llevan los vinos jóvenes. Pero nuevamente este hito no fue el resultado de un acto medido ni premeditado. La primera añada 1991, que fue todo un éxito, se vendió como reserva. En 1992 y 1993 no se elaboró, de modo que el mercado tenía verdaderas ansias de San Vicente y los importadores y distribuidores presionaban para tener el vino cuanto antes. Tanto que no dio tiempo a cumplir con los meses de envejecimiento en botella estipulados para un reserva.

 

Hoy, los seguidores de esta práctica son legión. Pero eso no consuela a los hermanos respecto al hecho de que sus mejores vinos tengan que presentarse así en el mercado. Sin embargo, cuando se les pregunta si les gustaría ver una clasificación de crus en Rioja, a Marcos le sale la vena escéptica: “Cualquier viñedo no vale para hacer un gran vino. Además, si no nos ponemos de acuerdo con la contraetiqueta, ¡cómo vamos a hacer una clasificación de crus!”.

 

Antes y después de Numanthia
En Toro las cosas siempre han parecido más fáciles. Apenas había una decena de bodegas cuando llegaron, su posicionamiento al frente de la denominación fue muy claro y los vinos contribuyeron enormemente al prestigio internacional del grupo. Pero la venta de Numanthia, vista desde fuera como una potente inyección de liquidez, se vivió de forma traumática. “Nos dejó hechos polvo”, coinciden los hermanos. “Y eso que teníamos ya la nueva bodega en marcha. Nos planteamos cómo nos gustaría ver Numanthia en el futuro y decidimos que había que seguir evolucionando”.

 

A la venta siguen movimientos internos importantes. Se crea un consejo de familia integrado por los padres y los cuatro hijos (Marcos, Miguel Ángel y sus hermanas Ana Gloria y Mónica) que aprueba un protocolo familiar y decide acometer la profesionalización del grupo. En el actual Consejo de Administración, presidido por Miguel Ángel Eguren y con Marcos como vicepresidente, participa también el cuñado de ambos, Jesús Sáez, que durante muchos años ejerció de director comercial del grupo, junto a tres miembros externos a la familia entre los que figura el marqués de Cubas, Fernando Falcó, y el actual consejero delegado Pablo Azcuénaga.
 

Eduardo Eguren, hijo de Marcos, es el primer miembro de la quinta generación que se ha incorporado a la bodega. Trabaja junto a su padre, es cara visible del grupo en numerosas catas y presentaciones, y supervisa directamente las vendimias en Toro. Miguel Ángel, en cambio, busca que sus hijos, algo más jóvenes, se formen y trabajen primero fuera del negocio familiar.

 

Respecto al futuro, hay bastante hermetismo. Se mantiene la idea de acometer un ambicioso proyecto de enoturismo en Páganos, que incluiría la construcción de dos torres de 20 metros con infraestructura hotelera, pero no parece haber ninguna prisa al respecto. Se habla de algunas regiones favoritas, de posibles iniciativas junto a socios externos y, con bastante más claridad, de nuevos vinos que situar en la parte más alta de “la pirámide Eguren”, un capítulo en el que los hermanos no parecen ver límites.

 

¿Hay un estilo Eguren?
Tras catar de una sentada todos los vinos del grupo, desde las referencias más humildes a los grandes tintos de pago que se apoyan en viñedos de fuerte personalidad, es evidente que se busca la excelencia en todos los ámbitos. Marcos resalta hábilmente las virtudes de cada etiqueta y parece sentirse igual de orgulloso de las que no superan los cuatro euros que de las que vuelan por encima de los 30, los 70 y los 100 euros. Miguel Ángel, por su parte, recalca que, pese a las dimensiones que ha tomado el grupo, su hermano sigue estando “un 200%” encima de los vinos.

 

Hay mucho trabajo con robles franceses que a veces se marcan más en nariz, pero las bocas aparecen siempre bien llenas de fruta (o casi saturadas en el caso de los tintos de Toro o en un Finca El Bosque). Aquí el enfoque es bien claro: “Para conseguir identidad de carácter primario, necesitas que la uva esté en perfecto equilibrio con el año climático. Y hay que reducir los rendimientos para conseguir carácter y complejidad”, explica Marcos. Su filosofía, por otro lado, no teme al alcohol, siempre que se consiga un buen equilibrio: “Las grandes añadas de regiones de todo el mundo” –subraya– “coinciden con vinos de grado alcohólico elevado”.
Dentro de ese péndulo de tendencias que a veces vira exageradamente hacia los extremos, los vinos de la familia se expresan en términos de color, fruta y estructura. “Ahora parece que se va hacia vinos más evolucionados”, señala Marcos. “La gente habla de ello, pero no sé si el estilo les convence realmente. Nosotros, desde luego, nos agarramos al carácter primario”. Lo hacen, efectivamente, hasta en el Gran Reserva que han empezado a elaborar hace unos pocos años en Páganos bajo la marca El Puntido”.
 

Pero, ¿son tan tremendamente modernos? Como bien apuntan los hermanos, San Vicente, su primer gran tinto de pago, es ya una etiqueta consolidada y en cierto modo clásica. Teniendo en cuenta que las fronteras entre lo clásico y lo moderno tienen sus zonas borrosas y que a fuerza de abusar de ambos términos, cada vez parecen más vacíos de contenido, quizás sería mejor preguntarse cuántas más bodegas y/o ambiciosas etiquetas será capaz de crear esta prolífica familia en los años venideros. Lástima que se muevan en el ámbito del vino y no en el de la gastronomía. Si fuera al revés, se habrían convertido ya en grandes estrellas mediáticas. 

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