La fuerza del viento
Vinos con D.O. Empordà, la fuerza del viento
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En el Ampurdán, la tramontana sopla e impregna con su personalidad los vinos de la región. La palabra terroir, de difícil traducción en español, cobra especial sentido en esta comarca, cuyo paisaje y gentes no serían los mismos sin este fenómeno meteorológico. Raquel Pardo
La tramontana, nombre que significa “de más allá de las montañas”, es uno de los vientos del norte que afecta a la región del Ampurdán. Entra desde los Pirineos y, encajonado por sus valles y montañas, va ganando fuerza y una velocidad que puede superar los 150 kilómetros por hora. Cuando sopla durante varios días, todo ser vivo al que afecta, de algún modo, se trastorna, física y psíquicamente. Es entonces cuando, a la pobre víctima del viento, agotada de escuchar su soplido, irritable y nerviosa, se le dice que está “tocada por la tramontana”.
“Los vientos son uno de los fenómenos que más nos influyen”, comenta el meteorólogo Emilio Rey, uno de los expertos más populares de las redes sociales gracias a la exactitud de sus predicciones, con las que él y sus socios asesoran sobre el tiempo a empresas a través de Digitalmeteo; “aportan humedad y temperatura, aumentándolas o disminuyéndolas, y afectan a cualquier ser vivo, desde las personas a las viñas”, afirma. Está convencido de que los vientos imprimen carácter al vino y la tramontana, que también sopla en otras regiones, como Baleares o el Languedoc, no es menos a la hora de condicionar la personalidad de sus habitantes.
Con el viento a favor
Según el enólogo de Castell de Perelada, Delfí Sanahuja, sus efectos sobre la viña son beneficiosos, siempre y cuando no haya rachas feroces de hasta 130 o 150 kilómetros por hora. Con una media entre 45 y 50 días por año de tramontana, el clima de la región, unido a su diversidad de suelos, moldea un viñedo heterogéneo que aporta complejidad a los vinos una vez elaborados. “Para mí”, comenta Sanahuja, “el Ampurdán es una de las mejores zonas desde el punto de vista vitícola”.
El viento del norte sopla y deshidrata la viña, la estresa, y seca su superficie tras la lluvia, lo que redunda en una mayor sanidad de la planta. “Las cepas no son muy vigorosas, pero sí de mucha calidad”, comenta Sanahuja. La parte mala es que, si sopla cuando la viña acaba de brotar, el viento puede romper los brotes y destrozar la producción. En 2010, el viñedo de Finca Garbet (uno de los vinos top de Perelada) en Colera, una de las localidades donde más sopla la tramontana, perdió el 90% de su producción. Eso sí, recalca el enólogo, “las viñas que la aguantan pueden soportar cualquier inclemencia”. Comenta que en esa misma finca se instalaron paravientos construidos por una empresa que también los monta en los aeropuertos, facilitando el despegue y aterrizaje de los aviones en condiciones adversas, y que la primera racha fuerte de tramontana acabó con ellos de un plumazo. En la compañía que hizo el montaje, añade Sanahuja, “no daban crédito”.
Del ímpetu de este viento puede dar fe también el propietario de Celler Hugas del Batlle, Eduard Hugas, quien ha visto volar por los aires cajas llenas de racimos durante la vendimia, herramientas y hasta vendimiadores, debido a la fuerza del soplo ampurdanés. Está convencido de que tal potencia necesariamente influye en el carácter de sus vinos, procedentes de viñas de la localidad de Colera, algunas de ellas muy próximas a las de Perelada.
Desde uno de sus viñedos con vistas al Mediterráneo, es fácil imaginar cuál puede ser su poder cuando aparece con toda la fuerza. Pero ni la tramontana ni lo escarpado del paisaje han podido evitar que este emprendedor, hijo de hosteleros de Colera, consiguiera su sueño de hacer vino en esta localidad. Hugas está orgulloso de haber puesto en marcha la única bodega del pueblo, pero de momento, bodega, lo que se dice bodega, aún no ha construido aunque tiene ya el terreno asignado. Prefiere afianzar un proyecto de vino “que dé nombre a Colera” y que se elabore mayoritariamente con uvas autóctonas, garnacha y cariñena.
Con la asesoría del Oriol Guevara (hasta hace poco más de un año director del Instituto Catalán de la Viña y el Vino, INCAVI, y hoy asesor enológico) en Hugas del Batlle la apuesta pasa por elaborar vinos de finca y recuperar la tradición vitícola de los abuelos de Eduard Hugas. Su producción empezó en 2008 con Coma Fredosa y siguió en 2009 con Falguera, recién sacado al mercado. En primavera saldrá a la luz su primer blanco, elaborado con muscat procedente de viñas viejas (unos 80 años) y garnacha blanca.
Soplan nuevos vientos
Si no “tocado por la tramontana”, sí fuera de sus cabales. Algo así debió de pensar la familia de Roger Rius cuando este decidió dejar su Barcelona natal para ocuparse de una finca heredada por su madre en Vilajuïga. Raimundo Falgás, ascendente materno de Rius, levantó la propiedad en 1892, y ya entonces empezó a elaborar vino rancio, típico en la zona. La familia fue replantando el campo con viña tras la filoxera y aprovechaba su localización estratégica junto al apeadero para establecer comercio a través de la línea ferroviaria hacia Europa. Uno de los herederos del linaje Falgás, Josep Maria, era muy aficionado al champagne por beberlo en los casinos a los que le gustaba acudir mientras dilapidaba la fortuna familiar. Decidió construir cavas subterráneas y aprender a elaborarlo en la masía y es entonces, en plenos años 20, cuando nace la marca Gelamá, que hoy da nombre a la bodega.
La guerra se llevó por delante el proyecto vinícola y la masía se convirtió en refugio republicano y hospital de campaña, hasta que, gracias a la herencia de su madre, fue recuperada por Rius. Con poco más de 30 años, Rius es hijo de farmacéutico y antes de trasladarse a Gelamá “las únicas plantas que conocía eran las plataneras de la (avenida) Diagonal” en Barcelona. Al titularse en enología, empezó su sueño de hacer vino con media hectárea de viñedo, de la que sacaba un rosado sencillo. Hoy tiene 14 y su apuesta vinícola se centra en vinos varietales de uvas autóctonas “que se asocien con el Ampurdán” y apoyado en una oferta enoturística que es uno de sus más importantes canales comerciales: vende más de un tercio de su producción a sus visitantes, y su objetivo es llegar al 50%. Su próximo paso es elaborar un espumoso que reavive la memoria de aquella “Champaña Gelamá” y afianzar sus vinos en el mercado. No sin razón comenta que su bodega “más que familiar es unipersonal”, pues él trabaja la tierra y realiza, sin más ayuda que la de sus padres y la compañía de su perra Fosca, todas las labores de bodega.
Rius resalta que la Denominación de Origen Empordà cuenta ahora con gente joven “que está comenzando a empujar desde abajo”, y cita nombres como Roig Parals, Martí Fabra o Arché Pages, otros “jóvenes talentos” con entusiasmo renovado por hacer vinos de calidad en la región. Una afirmación que reitera Delfí Sanahuja, para quien esta nueva generación está enfocada a hacer vinos de alta gama cuya salida al mercado se está viendo favorecida por el apoyo de la restauración local, que ofrece en muchas de sus cartas vinos con DO Empordà. No extraña encontrarse, en esta región de enorme afluencia turística, con recomendaciones como Perafita, Vinyes dels Aspres o Celler Espelt, entre otras.
Vino y turismo conforman un tándem perfecto para una comarca como esta, que además absorbe gran parte de la producción vinícola ampurdanesa. Solo un ocho por ciento del vino embotellado se vende en el extranjero. El resto (un 34%) se comercializa, principalmente, en Gerona y alrededores.
Parte de este sistema radica en proyectos de sostenibilidad como las de La Vinyeta, un complejo con alma de bodega en el que también se elabora aceite, huevos, queso o jabón y donde uno puede acudir a beber vino, a visitar viñas, a aprender a cocinar en un show cooking de manos del chef Jordi Castelló y hasta a dormir junto al viñedo.
La Vinyeta es idea de Marta Pedra y Josep Serra, una pareja de ingenieros agrónomos que en 2002 compró un par de fincas “a un payés cansado” de ellas. Lo que era una afición de tiempo libre se convirtió, con la compra de más terrenos, en un asunto serio, y en 2004 Serra y Pedra, desafiando a los viejos del lugar que les recomendaban lo contrario, plantaron viña en lo que hoy es la sede de la bodega, en Mollet de Perelada. La Vinyeta sacó su primer vino en 2006 y hoy tienen, entre propiedad y alquiler, unas 40 hectáreas plantadas con 19 variedades distintas, de las que sacan 150.000 botellas de sus vinos Heus, Llavorsy Punt i Apart, su trío emblema. Lo completan con una colección de vinos especiales de muy pequeña producción, entre los que se cuenta un dulce y uno rancio, muy habitual en el Ampurdán.
Trabajadores entusiastas, el joven matrimonio ha tenido tiempo de recuperar también el “olivar oscuro”, un paraje lleno de recuerdos infantiles (y no tanto) para los lugareños, del que extraen su aceite Fosc (oscuro en catalán); de comprar gallinas que se alimentan de hollejos y producen los “ou-tóctons” y de reunir una pequeña tropa de ovejas que mantiene limpio el viñedo al pastar entre cepas.
Definen su concepto como “Celler La Vinyeta, vinos con DO Empordà tocados por la tramontana” y, a juzgar por el resultado, el viento ha soplado a su favor.